TRIÁNGULO. Los lectores de la antología de los cáusticos Diarios de Yasujiro Ozu (1903-1963) pueden tener alguna idea de los amores del maestro del cine japonés y la geisha de Odawara conocida como Kimie.
Fulgencio Pimentel ha editado Árbol desnudo, colección de diez relatos, publicados entre 1934 y 1952, en los que Chotaro Kawasaki (1901-1985), máxima figura de la llamada “novela del yo”, realiza una dramática y conmovedora evocación de Kimie y da cuenta de la muy desigual relación triangular que la geisha mantuvo simultáneamente durante años con el director de Cuentos de Tokio (1953) y con él mismo.
Ozu era una figura célebre del cine japonés; Kawasaki era un pobre escritor en ciernes que vivía en un granero miserable junto a la casa de sus padres y escribía a la luz de una vela. Ambos estaban solteros. Kimie no había llegado a conocer a sus padres, quienes la entregaron a una familia de adopción que, a su vez, la confió a los nueve años a una casa de té para que iniciara su prolija formación como geisha. A los 16, cuando la conoció Kawasaki en 1930, Kimie comenzó a acostarse con sus clientes.
PECULIARIDAD. De Chotaro Kawasaki, que alcanzó pleno reconocimiento en 1950, hemos podido leer El barrio del incienso, publicada hace dos años también por Fulgencio Pimentel. Los relatos de Árbol desnudo eran publicados por Kawasaki en revistas conforme vivía su relación con Kimie –al parecer, nunca se acostaron– y conforme iba conociendo la vinculación como amantes de la geisha y Ozu, dando cuenta detallada de todo ello.
El libro tiene la singular peculiaridad de que en cada relato se hace alusión a lo sucedido anteriormente para pasar a descubrir y a desarrollar aspectos sin contar de los mismos episodios. Junto al delicado, enamorado y patético retrato de Kimie, Kawasaki va dando información de la vida de las geishas –deterioradas por el alcohol, acosadas por las deudas y envejecidas ya a los veinte años–, del ambiente y rituales de las casas de té, de los “barrios del placer” –que reunían más incentivos que las geishas y la mera prostitución–, de las costumbres y mentalidad japonesas y del paisaje y la vida cotidiana de Odawara.
'Árbol desnudo' acaba siendo la emocionante historia de la relación entre dos personas tristes y muy solas, entre dos almas heridas
Árbol desnudo acaba siendo, con los encuentros y desencuentros entre Kimie y Kawasaki, la emocionante historia de la relación entre dos personas tristes y muy solas, entre dos almas heridas.
PERFIL. Yasujiro Ozu, que llegó a dirigir más de 50 películas y a ser un director de culto en todo el mundo –esto último solo desde dos años antes de su muerte–, conoció a Kimie en 1935. Ozu y Kawasaki solo se vieron una vez por casualidad en unos baños termales. Ozu tuvo noticia de la relación de Kawasaki con Kimie y también leyó sobre la marcha algunos de los relatos del escritor en los que aparecía como amante de la geisha.
En Árbol desnudo, por las confidencias que Kimie le va haciendo a Kawasaki y a través de la mirada reticente del escritor, se dibuja un perfil íntimo de Ozu. Veamos: Vivió siempre con su madre. Era grande, fuerte, de piel cobriza y llamativos ojos caídos. Kimie –antes de tirar la toalla con él cuando se negó a casarse con ella– lo veía competitivo, de corazón honesto, ni presuntuoso ni superficial, cálido y detallista.
Poco a poco, va apareciendo un Ozu enérgico, burlón y displicente, pagado de sí mismo y con aires de superioridad. Un dandi libertino y hedonista, que viste a la última moda, bebedor compulsivo de sake y Johnny Walker y fumador empedernido. Se relaciona con muchas mujeres, pero se cansa de ellas muy pronto…
Aunque ya habían roto hacía mucho tiempo, Kimie acudió en 1963 al lecho de Ozu, lo cuidó en sus últimos días y lo acompañó en su muerte.