'Las fracturas doradas': Paloma Díaz-Mas explora la fragilidad de la vida y el duelo
- La autora, que narra la pérdida de su hermano en plena Filomena, hace en este obituario fraterno una literatura cordial que exige suspender el racionalismo.
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En las desabridas fechas de la borrasca Filomena, Paloma Díaz-Mas (Madrid, 1954) perdió el contacto con su hermano. Supo por su hermana que había fallecido de repente ante el ordenador. Llevaba muerto más de un día. Díaz-Mas emprendió viaje en coche con su marido desde su ciudad hasta la ciudad de su hermano en esas adversas circunstancias.
Las hermanas afrontaron las consecuencias de la dura situación en el marco de las restrictivas medidas impuestas por la Covid. La conjunción de esas insólitas casualidades añadía al óbito una aureola algo fantasmal.
La súbita irrupción de la muerte sacudió con fuerza a la autora. Removió sus sentimientos y el proceso de duelo derivó en aguda reflexión sobre la máxima contingencia de la vida.
Los objetos de la casa del hermano adquieren insospechada densidad. El vacío dejado por el difunto arrebata sus pensamientos y procede a la reviviscencia del pasado familiar. Se dedica a una intensa meditación acerca de la finitud que dará lugar, un par de años después, al texto moral y filosófico que leemos. Este texto tiene un inevitable espesor elegíaco, pero también apunta al futuro truncado, a lo que pudo ser y no fue por el carácter contingente de nuestra naturaleza.
Aunque el motivo inmediato del lamento encrespado sea el hermano para siempre ausente, Díaz-Mas lo trasciende hasta darle un alcance genérico, hasta convertirlo en reflexión de corte metafísico, si bien expuesta con claridad argumentativa y también con cierta intensidad poemática.
No es la primera vez que Díaz-Mas hace algo semejante. En Lo que aprendemos de los gatos y, sobre todo, en El pan que como convierte la realidad concreta apuntada por los títulos en pretexto para una consideración global acerca del mundo. Ahora el hermano fallecido cumple un papel similar. De ahí, de un simultáneo propósito de trascender lo cotidiano o corriente y de eludir la mera crónica testimonial, procede un rasgo llamativo del libro. No se dice ni un solo nombre propio, ni el de los dos hermanos ni el del marido, elemento principal del relato. Tampoco se da el de las dos ciudades aludidas. Todo ello ocasiona una abundancia de perífrasis curiosa y de buen efecto.
Díaz-Mas inserta en el libro un cuento oriental que alecciona sobre cómo, con el tiempo, todo acaba quebrándose, todo se rompe y se deteriora
La intención de trascender lo circunstancial, por doloroso que sea, se acompaña de una intensa voluntad formal. Lo común alcanza valores simbólicos. Aunque no se perciba hasta el final del libro, lo revela el título, auténtica alegoría de la vida. Se refiere a unos cuencos rotos de diversos colores que pueden recomponerse o repararse con una minuciosa técnica oriental que les proporciona una renovada y plena existencia. Sirven como metáfora humana explícita en las últimas palabras del libro: “Así somos también nosotros”.
Pero ya antes del desenlace ha dado muestras la autora de la aleación de trascendencia y de cuidado artístico con el fin de que el relato de lo común adquiera cualidad narrativa. Para ello inserta en el libro un cuento oriental que alecciona sobre cómo, con el tiempo, todo acaba quebrándose, todo se rompe y se deteriora.
Se trata de una parábola aplicable al hermano y, claro, por extensión a todos los humanos, incluidos nosotros, los lectores del libro. Paloma Díaz-Mas hace en este obituario fraterno una literatura cordial que exige suspender el racionalismo.
Al contrario, pide dejarse llevar por el fluido emocional que parte del alma, la mente o el arcano lugar donde residen los sentimientos y que trasmite una visión afirmativa, un tanto panglosiana, de la vida.