Miguel Trillo

Miguel Trillo Daniel Hidalgo

Arte

Miguel Trillo, fotógrafo de la cara B de la Movida: "Lo de Estado español suena a sucedáneo woke"

El Cultural
Publicada

¿Qué libro tiene entre manos?

Guía del arte urbano de Madrid de Javier Abarca (Anaya).

¿Cuál es el libro que más le ha ‘autoayudado’?

No soy de autoayudas. Sí he tenido una novela de cabecera por disfrute literario: Pedro Páramo de Juan Rulfo.

Si no hubiera podido ser fotógrafo, ¿qué hubiera querido ser?

Lo que terminé siendo en paralelo, profesor de instituto de Lengua y Literatura.

Un acontecimiento histórico que le hubiera gustado vivir in situ. ¿Por qué?

El asalto al muro de Berlín. Una forma brusca de comprobar que los tiempos seguían cambiando como yo lo había experimentado lentamente en Madrid una década antes.

Desde los 70 ha retratado a jóvenes, tribus urbanas que han marcado el ritmo de un país: ¿qué le atre de ellos?

Una prórroga en libertad de mi infancia rural y juventud provinciana vividas sin ella bajo el franquismo. Un desquite.

Y en los 80 hizo famosos los rostros anónimos de la Movida madrileña, ¿con qué se queda de aquellos años?

Con todo, con su blanco y negro y su color.

¿Se ha mitificado a la Movida?

La Movida fue hija de la noche, vivió en clubes subterráneos como una eclosión interdisciplinar imprevista. Sus artistas sonoros y visuales aún interesan. Y quienes siguen vivos no paran.

La libertad y la provocación es un común denominador en la mirada de sus retratados, ¿los busca o se los encuentra?

Es una búsqueda y captura en medio del festín. Hago de charco donde reflejarse un Narciso a veces descarado. La atracción por los espejos es un instinto juvenil. Yo pongo la cámara y la mirada.

Muestra ahora las fotografías realizadas en La Habana de los 90. ¿Qué le llevó a Cuba en aquella época?

El centenario de su independencia. Los viajes los elijo y voy por libre, como turista. Repetí tres años seguidos. Esos retratos de Habaneras (transformistas y travestis) son dentro de las casas, hubiera sido imposible fuera. Nunca volví, a la espera de un cambio.

Acaba de llegar de Milán donde ha trabajado en la serie Pasarelas, retratos en las Fashion Weeks de todo el mundo.

Sí, Pasarelas, editado por la Fundación Caixa Castelló, es mi último libro. La moda es ahora rock&roll: Fashion & Music, un matrimonio ideal de conveniencia. Retrato a su público a pie de calle, alrededor de los desfiles. Son personas de piel cambiante, necesitan estar siempre en flor.

¿Cuál es la serie que ha devorado más rápido?

Hace tiempo que no tengo televisor. Desconozco el fenómeno de las series. Una película que me entusiasmó en su momento fue La Paloma (1974) de Daniel Schmid. Mi entretenimiento actual está en Instagram.

¿En qué película se quedaría a vivir y en cuál no aguantaría ni un minuto?

No aguantaría en ninguna de tiros o crímenes. De elegir, una de cine mudo y sin pianista. La pintura y la fotografía son silenciosas. El sonido en la imagen es efectismo, muletas para los ojos.

¿Ha experimentado alguna vez síndrome Stendhal?

En 2001, en San Sebastián, ante el Kursaal de Moneo un anochecer.

Díganos algo que ya no soporte del mundillo cultural.

Su oligopolio, su endogamia. Y que el arte contemporáneo sea un mercado intervenido.

Un placer cultural culpable.

La cultura es un jeroglífico placentero y sin solucionario en el que nos enredamos voluntariamente. El concepto de culpabilidad no se da. El artista es un prestamista.

¿Cuál es la última exposición a la que ha ido?

La de Erwin Olaf. La complejidad de ser fotógrafo. El retrato como biografía. Realidad e imaginación.

España es un país…

De alegría de vivir. Tendría que haberse llamado Españas. Lo de Estado español suena a sucedáneo woke.