Una investigadora en un laboratorio.

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Ciencia

"Nos estamos quedando sin clase media científica": así da la espalda España a los 'curritos' de la investigación

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¿Es mejor artista quien saca nueves y dieces en el Grado de Bellas Artes? ¿Será mejor médico el número 1 del MIR que el número 500? Entonces, ¿será mejor científico quien obtenga mejores notas en la carrera?

En el mundo de la ciencia se menciona con asiduidad la palabra excelencia. Esta es muy difícil de medir. Tome, por ejemplo, a la premio Nobel Katalin Karikó, que pasó décadas mendigando financiación para sus proyectos, una carrera aparentemente sin brillo hasta poco antes de la pandemia, cuando su prestigio estalló de forma estratosférica.

España es un país de músculo científico pero lastrado por una 'excelencia' mal entendida. Así lo considera Perla Wahnón, presidenta de la Confederación de Sociedades Científicas de España, Cosce.

"Creo que no son los índices bibliométricos, susceptibles de ser manejados erróneamente, como desgraciadamente ha sucedido, los que deben decidir el concepto de excelencia, sino las aportaciones nuevas al desarrollo de la ciencia, al conocimiento. Aportaciones nuevas que, a largo o corto plazo, puedan mejorar la comprensión o el desarrollo de la humanidad".

Esos índices son útiles, por supuesto. El número de veces que un trabajo es citado ofrece una pista sobre su relevancia, nadie lo duda. Pero fiarlo todo a los indicadores y al prestigio está ahogando a una clase media científica sobre la que se sustenta esa pretendida excelencia.

No es algo nuevo. El químico José Vicente García Ramos, que trabaja en el Instituto de Estructura de la Materia, perteneciente al Consejo Superior de Investigaciones Científicas, lo expresaba en una entrevista de la propia institución hace diez años, en plenos recortes post-crisis.

"No hay que apoyar solo a los que hacen grandes trabajos en Nature y Science, sino a la clase media de la ciencia. Es como en la sociedad: en un país sin clase media, los ricos tienen que protegerse y no podrán salir a la calle [...]. En un país sin clase media científica, la élite de la ciencia se irá a trabajar con los de fuera porque necesitará apoyos".

Pero la situación, lejos de mejorar, ha empeorado. César González Pérez, científico titular en el Instituto de Ciencias del Patrimonio del CSIC, también lo apunta así. "Efectivamente, nos estamos quedando sin 'clase media científica', al menos en mi experiencia".

Precisamente, las críticas a la política científica española antes venían del 'café para todos', la idea de dar ayudas a muchos grupos pequeños en lugar de concentrarlos en potentes. "Se pretendía con esto, precisamente, desarrollar una 'clase media' científica".

Sin embargo, es una financiación proyecto a proyecto, suficiente "para ir tirando en el día a día pero, dado que son dineros que te dan cada pocos años, es imposible realizar una planificación estratégica de inversión o consolidación a largo plazo".

Solo los grupos grandes tienen esa fortaleza; el resto, "se mueren, son fagocitados por los más grandes o, más a menudo, continúan viviendo en la miseria".

Las desigualdades en la carrera investigadora comienzan en la universidad. Perla Wahnón, presidenta de Cosce considera que las calificaciones del grado están dejando fuera potenciales vocaciones científicas pues, "en general, la forma de entrar al sistema de investigación es a través de las diferentes becas predoctorales".

Las buenas notas no son malas, "significan tesón, capacidad, interés, responsabilidad... Para ser buen científico a futuro hay que tener, además de esas cualidades, curiosidad, talento, ganas de conocer y entender, aptitud para desarrollar y perseguir una idea, capacidad de trabajar en equipo, etc."

La vocación no puntúa

Antonio Herrera Merchán, uno de los fundadores de la Oficina Española de Integridad en la Investigación, lo explica así: "La vocación no puntúa, no tiene nota media".

Aunque reconoce que de alguna manera hay que evaluar a los candidatos a una beca o un contrato, "hay muchísima gente que se queda fuera del sistema cuando tiene una gran imaginación para protocolos, para recetas, o muy buena mano con los experimentos porque no le llega la nota de corte".

César González fue uno de esos alumnos en los que la vocación podía más que las notas. "Me licencié en Biología en 1990, aprobando casi todo año a año, pero con notas regulares. Tuve una media de 6,5 sobre 10, aproximadamente".

Sin embargo, siempre tuvo claro que quería ser investigador. "Yo hice la tesis sin contrato ni beca de ningún tipo, simplemente por amor al arte mientras trabajaba a tiempo completo. No era raro", apostilla: en los años 90 "el mundo de la investigación, especialmente para los más jóvenes, era mucho más precario que hoy".

Hoy en día, con una posición consolidada y "tras haber supervisado a más de 20 investigadores junior a lo largo de 30 años de carrera, creo que las notas son un pésimo indicador de la capacidad y potencialidad de un investigador".

Pese a ello, conoce casos de alumnos, "no solo con vocación, sino con gran capacidad", que han tenido que abandonar la carrera académica cuando no se consigue un contrato. "La vocación es muy bonita, pero no paga las facturas".

Miguel Ángel González estaba realizando su tesis en 2008, cuando llegó la recesión económica y buena parte de las becas y subvenciones se recortaron brutalmente. "Parte de la tesis me la hice trabajando en una academia".

González pertenece a esa clase media investigadora. Profesor en el Departamento de Tecnología Química, Energética y Mecánica en la Universidad Rey Juan Carlos, es ahora, pasados ya los 40 años, cuando ha podido obtener cierta estabilidad.

"En la ciencia hay dos ligas: una de gente muy top que consigue financiación y se estabiliza fácilmente porque tiene una beca Ramón y Cajal, y el resto, que hace el camino mucho más complicado".

Estas ayudas son la guinda del pastel del sistema científico español. En su última convocatoria se han concedido algo menos de medio millar, con un presupuesto total de más de 129 millones de euros a lo largo de cinco años.

Miguel Ángel González disfrutó de una beca Juan de la Cierva, la medalla de plata del sistema. Pero hay una diferencia. "La Ramón y Cajal te da prestigio, puedes formar tu primer grupo potente de investigación y te estabiliza: a partir de ahí no tienes que preocuparte tu estabilidad, solo la financiación de tu grupo".

El resto va sobreviviendo proyecto a proyecto. "Tener una Ramón y Cajal te da una ventaja de cinco o diez años para tener tu propio grupo y obtener estabilidad". Además, te da visibilidad, y eso cuenta a la hora de que seleccionen tu proyecto.

"Si la misma idea interesante que tú tienes la tiene otro grupo que conocen mejor, van a darle la ayuda al otro grupo", lamenta, pero también lo entiende. "Intentamos hacer un sistema lo más objetivo posible pero, al final, seguimos siendo humanos".