La inteligencia artificial no comprende de juanolas
A un lado y otro, los asistentes abren bien los ojos, en la oscuridad interrumpida, sacudidos por el asombro de la aparición. Como en el Blade Runner de Dennis Villeneuve, saluda Yolanda Díaz igual que un ser humano, como el holograma de Joi: cobra una forma presidencial, a fuerza de leds y colores, para hablar de progreso, de justicia, ¡de humanidad! Desde el reflejo de una pantalla inmensa, ovalada, como el cuerpo que está aquí y allí a la vez, como un gato de Schrödinger superado. ¿Cómo llegamos a esto?
—El dinero público ha servido para asegurar el futuro, para que las crisis no acaben con los proyectos vitales de personas y empresas —proclama Díaz, ataviada con una camisa blanca—. Nuestro reto como país es seguir construyendo justicia social y economía de calidad desde las instituciones y desde las empresas, desde España y desde la Unión Europea.
Con el asombro del homínido que crea fuego del roce de dos piedras, música de la tensión de una cuerda, se asiste a los fenómenos irreversibles de la tecnología, que en poco puede ser una cosa separada del hombre, al tiempo que la inteligencia artificial asuma un destino propio, si lo hace. A decir de los invitados en la cuarta jornada del Wake Up, Spain!, todo pasa por las máquinas, en la medida que el humano, sin ellas, tocó techo.
Pero el temor del cronista, al escuchar a los sabios de la nueva evolución, parece más o menos justificado. De un tiempo a esta parte la tecnología está avanzando más rápido que el hombre y siembra la preocupación, a ratos la inquietud, de un futuro próximo donde las máquinas olviden su naturaleza de servicio para, sencillamente, ser por su cuenta. Para los proscritos tecnológicos, ciertas afirmaciones de los ponentes abruman. Y las profecías cumplidas, en la naturalidad de su exposición, producen el recorrido de un escalofrío en el espinazo.
Dice el director de Tecnologías de Microsoft, David Carmona, que somos observadores de “un cambio de paradigma”: “La inteligencia artificial ha pasado de razonar sobre números a razonar sobre el lenguaje”. ¿Qué será del cronista cuando se entere el jefe de que un robot escribe mejor y más barato? No habrá modo de ocultar las imperfecciones. Reconoce el director ejecutivo de Oracle, Albert Triola, que su empresa aspira a “eliminar el error humano”. Por si creía usted que era el único ocupado.
Ya se sabe que uno comienza por corregir la humanidad y termina por dejarla irreconocible —o, al contrario, con la pretensión de reinventar el cine, descubre el teatro—. Propongo, a quien nos lea, que abandone para otro momento la creación de Hal, porque corre más prisa ocuparse de la maldad y la usura que de la estupidez y la torpeza.
A debate se someten cinco especialistas de ciberseguridad en una mesa fascinante para abordar los síntomas de una urgencia, con el secuestro de datos del Hospital Clínic en primera plana. Admite el embajador de Isacar, Ramsés Gallego, que está preocupado. Amplía el responsable de ciberseguridad de Microsoft, Carlos Manchado, que “los ataques virtuales son más y más virulentos, entrar en el cibercrimen es cada vez más fácil, apenas se necesitan recursos y el listón está muy bajo”. Añade el presidente de Facephi, Javier Mira, que “vamos por detrás de los criminales” y es “difícil encontrar trabajadores de nivel”.
Para colmo, Mira advierte sobre el arte perfeccionado de la desinformación, sofisticado en último término con inteligencia artificial: “Veremos, cada vez más, al Papa o Putin diciendo en un vídeo algo que realmente no ha dicho, y cuando nos demos cuenta de la manipulación las bolsas ya habrán caído...”. Así que comenta el director de estrategia de Trend Micro, Raúl Guillén, que es necesario “trabajar a una”, a lo que remata el director de Cipherbit, Alfredo Díez: “Los adversarios no son la competencia, tampoco Francia; son los cibercriminales y ciertos países que tenemos detectados”.
De esta guisa llega la tarde, sin fotógrafos misteriosos, con un tiempo estupendo para echarse a las terrazas: despreocupado, con la vida en calma. Aparece en la Casa de América, con un conjunto bermellón, sin leds, la ministra de Hacienda y Función Pública, María Jesús Montero. Posa sonriente, con el sol de cara, junto a los huéspedes.
— ¡Qué buen tiempo! No sé si todas las actividades de una ministra son en una terraza.
—La verdad es que sí, muchas.
Montero accede al atril y bromea sobre el momento escogido para el discurso, a las cuatro y media de la tarde: “¡A estas horas intempestivas…!”.
Avanza la ministra “el final de un paradigma”, otro más, porque sostiene que somos testigos del “fracaso en directo del liberalismo a ultranza”. Asume Montero que el mundo anda agitado, con “dos revoluciones” en marcha: la digital y la climática. De manera que, para abordarlo, se inspiran en el atleta Dick Fosbury, el primero que realizó el salto de altura superando la barrera de espaldas, para arriesgar y convertir el experimento en norma. Lo que olvida es que Fosbury recogió el oro y se retiró, tras una declaración para la historia: “No estoy preparado para el éxito”. ¿Lo está el Gobierno?
La intervención de Montero era esperadísima. No tiene nada que ver con los anuncios revelados, que incluyen la solicitud de 84.000 millones de euros en préstamos a Bruselas —al consejero de Economía madrileño, Javier Fernández-Lasquetty, no le gusta nada enterarse por este foro—, sino con el reencuentro más deseado por la redacción. Nadie ahí dentro olvida el día que el compañero Eduardo Ortega pidió a la ministra que se explicara, como en otras ocasiones, y la ministra tiró de berlanguismo para crear una escena memorable, como a petición de los torturadores de El Intermedio: Montero se sacó unas juanolas de la manga, las dispuso sobre la mesa y le explicó de qué iba la cosa.
En la confianza del salón de actos, se cruzan sus miradas, ríen un poco. Ortega no pierde ocasión.
—Ministra, no traigo juanolas.
—Ah, no te preocupes. Tengo en el bolso.
Los sueños de la humanidad producen revoluciones, avances, contratiempos. Algunos están presentes en este Wake Up! Pero la mayor parte del tiempo, casi siempre, la vida es más sencilla. ¿O no es así, Hal?