Durante el día nos suelen pasar mil cosas por la cabeza y estamos con un runrún constante, pensando y divagando sin cesar. Esto ocurre por una estructura cerebral llamada red neuronal por defecto y gracias a ella podemos crear, tener grandes ideas y experimentar momentos.
Y es que es muy difícil dejar la mente en blanco, de hecho, según la Universidad de Harvard (EE.UU.), le dedicamos un 47% de tiempo de vigilia a este vagabundeo mental. Además, está demostrado que estar tanto tiempo con la mente en otro lugar en vez de estar viviendo el presente es lo que nos está haciendo infelices.
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Aquellas personas que practican meditación conocen muy bien estos saltos de la ‘mente de mono’, tal y como la llaman en la tradición zen. Para ello, una de las prácticas más comunes es centrar nuestra atención en la respiración, en los sonidos o en alguna parte de nuestro cuerpo. De esta manera, conseguiremos que nuestra mente se disperse, ya que no se trata de evitar nuestros pensamientos, sino de intentar recuperar el foco de atención.
"No tiene ningún sentido intentar aniquilar la mente de mono, porque dentro de la naturaleza del cerebro humano está viajar continuamente atrás y adelante en el tiempo “, explica Clifford Saron, investigador del Centro para la Mente y el Cerebro de la Universidad de California en Davis (EE.UU.).
Aventura del Himalaya
Hace años que los neurocientíficos quieren saber lo que puede hacer la meditación por nosotros. Por ello, en la década de los 90, dos investigadores emprendieron una aventura que consistía en ascender las laderas del Himalaya para llegar a McLeod Ganj, una estación de montaña que estaba habitada por maestros yoguis. El objetivo era monitorizar su funcionamiento cerebral mientras meditaban. Pero el estudio no salió adelante ya que todos los monitores intimidaron a los monjes.
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Dos años después, Matthieu Ricard, un monje de origen francés, se ofreció para realizar este estudio, además de convencer a veintiún meditadores para que también participaran. Se demostró que los yoguis tienen una capacidad de concentración muy rápida, mantienen la atención en un punto sin esfuerzo, no hacen saltos de tiempo en su mente y toleran mejor el dolor. Todo ello gracias a la meditación.
Proyecto Samantha
Hace unos años se puso en marcha un nuevo proyecto en el que se reunió a treinta investigadores que estuvieran interesados en la neurociencia de la meditación. Para ello, se llevaron a decenas de yoguis primerizos a las montañas del Colorado para que aprendieran a meditar, de la mano del maestro Wallace, durante noventa días.
Con ello se pretendía estabilizar la atención y enseñar a evitar las distracciones impartiendo dos sesiones diarias y practicando durante seis horas más por su propia cuenta. Los resultados fueron sorprendentes ya que la mejora de capacidad de atención y concentración fueron inmediatas. Además, lidiaban perfectamente con el estrés, aumentó su sensación de control y bienestar y se volvieron más sensibles al dolor y sufrimiento ajeno.
Beneficios de la meditación
Hay estudios que han identificado cambios en el funcionamiento de la corteza cerebral prefrontal, la corteza cingulada, la ínsula y el hipocampo. Todo ello está relacionado con la parte racional y planificadora del cerebro, la que está vinculada al autocontrol, a la empatía y a la memoria.
Por otro lado, también se ha demostrado que la resiliencia se dispara, pero no solo la mental, sino también la fisiológica. Esto sucede porque la meditación trastoca nuestras biomoléculas.
La conectividad entre dos áreas neurológicas opuestas también aumenta, clave para la atención dirigida y la planificación. Esto coincide con un descenso de nivel de la molécula interleucina-6 y ambos cambios son resultado de una mayor capacidad de manejar el estrés. En cuanto a los efectos bioquímicos de la meditación, se desarrollan pequeños cambios en las células y adornan el ADN.
Estos cambios del ADN son modificaciones epigenéticas, es decir, variaciones que afectan a la lectura del ADN, a cómo se expresan los genes. No tiene nada que ver con la secuencia que heredamos de nuestros padres, sino transformaciones que se provocan por el entorno físico y social, por los hábitos y por las decisiones que tomamos. A pesar de ello, la velocidad en la que envejecemos puede cambiar y ralentizarse con años de experiencia en la meditación.