“Antes no le echaban esas cuestiones que le echan ahora a la comida”. “Hoy, todo lo que nos comemos es a base de química”, argumentan categóricos Trinidad y Estanislao, dos ancianitos de 101 años que intentan explicar por qué han superado la barrera del siglo de edad. Viven en lo más profundo de la Península de Nicoya, al noroeste de Costa Rica, rodeados de sus seres queridos, entre naturaleza.
Curiosamente, diversos estudios demuestran que los habitantes que llegan a los 60 años en este paraíso tropical seco tienen siete veces más probabilidades de alcanzar los 100 años que los japoneses, el pueblo con mayor expectativa de vida del planeta. 5000, de las 132.000 personas que viven en Nicoya, superan los 75 años. Cuarenta y tantos rebasan la barrera del siglo. Pero dejémonos de cifras y vayamos a conocer ‘in situ’ a estos portentos humanos.
Como los felices ancianitos viven esparcidos por los alrededores de la ciudad de Nicoya, con nombre de jefe indio chorotega, nos acompañan dos funcionarios del Ministerio de Salud, la señora Zinnia y el señor Mario William. Al primer centenario lo hallamos de pie, junto a la barra de su pulpería de Corralillos. Se llama Estanislao Suárez y nació el siete de mayo de 1916.
Risueño, y tan tranquilo, nos dice: “Estoy aquí, viviendo los últimos días que nuestro Señor diga. Me cuido de no caerme, porque si me caigo y me quiebro un brazo, o la pierna, voy a estar en una cama, ahí tirado, y me tendrán que hacer todo”. De hecho, está muy orgulloso porque, a su edad, aún se baña solo y porque su padre llegó a los 105 años.
Sanos con más de un siglo
Acto seguido nos recuerda cómo han cambiado los tiempos. “Ahora todo lo que comemos es química y la mujer de hoy, cuando mucho, pare dos. La mujer de antes, paría, seis, ocho, diez ‘güilas’ (niños) en la casa, alumbrándose con una candela, y otra señora le ayudaba”. También reparte contra hombres y contra jóvenes: “Los hombres de ahora ya no son como los de antes. Yo, aquí en la pulpería, antes vendía muchos machetes, ahora ya nadie pregunta por machetes. Y las ‘güilas’ se van por ahí a estudiar y ya no vuelven más”.
Lo que más impresiona es ver lo bien que se conserva Estanislao. Podría tener, tranquilamente, 20 años menos. “Logran sobrepasar la expectativa promedio de vida, que en Costa Rica es de 80 años, y llegan a 100 y 110 años, totalmente sanos”, comenta Zinnia Cordero, la directora del Área Rectora de Salud de Nicoya.
“La Península de Nicoya es una de las cinco Zonas Azules (Blue zones) del mundo, junto con Okinawa (Japón); Cerdeña (Italia); Icaria (Grecia) y Loma Linda en California. Son lugares donde la gente no solo vive más, sino que con buena salud. Se les denomina Zonas Azules porque dio la casualidad de que fueron marcadas con un marcador azul en un mapa”, añade Zinnia, que a veces hace de intérprete para que los ancianitos entiendan el español de España.
Para Zinnia, y según demuestran los estudios, los factores que permiten el alargamiento de la vida en condiciones saludables son: una alimentación sana en la que se consume lo que se produce; la espiritualidad; el ejercicio diario (para ir a visitar a un amigo tenían que recorrer dos o tres kilómetros); la unión familiar y social; una vida con un propósito.
A unos pocos kilómetros de Estanislao se encuentra la casa de José Bonifacio Villegas, de mote Pachito, conocido en toda la región porque a sus 100 años sale cada mañana al amanecer a lomos de su caballo Corazón para visitar a los amigos. Nació el 14 mayo 1917 y reconoce que su edad “es la voluntad de Dios, porque yo tomé, e hice cosas que no tenían que haber sido. ¡Pura Vida!”.
A Pachito, que tuvo 8 hijos, le encanta la juerga: “Yo bailaba la marimba, no es como ahora, que el que más brinqua es el que baila mejor”. Cada año, este ranchero amante de los animales y de las mujeres, va a las fiestas de San Blas y se toma sus licorcitos. Allí engatusó, en alguna ocasión, a su vecina Trinidad Espinoza, de 101 años.
Sentada en su silla de mimbre, en una casa muy humilde, y rodeada de sus familiares, Trinidad reconoce que “conocí a Bonifacio, era un pillo y bebía mucho”. También que “ahora las mujeres no se juntan por amor, sino por la bolsa, por la plata. A mí papá, después de casado, muerta mi mamita, le dieron la patada y lo echaron a la calle”.
Trinidad, que tiene 12 hijos y 12 hermanos, nació el 8 de junio de 1916. Aún recuerda sonriente cómo iba a “volar machete” (trabajaba en el campo) y cómo preparaba tortillas voladas. Esta risueña anciana no quiere abandonar el mundo de los vivos: “Yo me siento bien, gracias al Señor, de mi cabecita estoy muy bien. Le pido que me dé unos años más de vida, yo no me quiero morir todavía”.
De regreso a la ciudad, Mario William Acosta Cortés, coordinador del Encuentro Mundial de Zonas Azules, trata de develarnos el secreto de la eterna juventud: “Todos los ancianos tienen el cuidado de su familia, el cariño verdadero. Si nadie va a visitarles, se deprimen. Es básica además una buena alimentación. De esto y otros temas hablaremos en el Encuentro Mundial de Zonas Azules realizará del 16 al 18 de noviembre en Nicoya. En el evento habrá un foro de investigación sobre el envejecimiento saludable, encuentros con longevos, actividades culturales y gastronomía en base al maíz”.
Parque Nacional Marino Las Baulas
Dejamos Nicoya y nos vamos en busca de otras campeonas de la longevidad, cuya edad media supera los 100 años, llegando hasta los 200; la tortuga laúd o baula, la más grande del planeta. Para ello tenemos que llegar hasta Tamarindo, un antiguo pueblo de pescadores artesanales convertida en una de las comunidades turísticas más desarrolladas de Costa Rica, conocida mundialmente por la práctica del surf y de otros deportes acuáticos.
Rodeado por los estuarios de manglares del río Matapalo y del río San Francisco, Tamarindo se encuentra en mitad del Parque Nacional Marino Las Baulas. Durante las noches de octubre a marzo llegan hasta Playa Grande las tortugas laúd para poner huevos en el lugar donde nacieron. Recorren 7.000 km, desde Sudamérica hasta Costa Rica pasando por las Islas Galápagos. Pesan hasta 600 kilogramos y llegan a medir 2,3 metros. La tortuga baula, el quelonio más grande del mundo, se encuentra en peligro crítico de extinción.
El rocambolesco Jimmy Vargas López, guardaparques en Playa Grande, nos explica que: “Hasta la fundación del parque en los años noventa saqueaban los nidos para vender los huevos y para comer. Hoy en día hay que tener cuidado con los perros, con las aves y con los cangrejos fantasma. Una vez que llegan al mar las esperan los peces para comérselas. Sólo una de cada 1.000 logra sobrevivir. Cuando inauguramos el parque llegaban hasta 70 tortugas por noche. Este año llegaron 12”. Sin cuidado, la pura vida ya no será centenaria.