El pasado 30 de agosto estuve en Alzira, junto a la casa de Barto Berenguer. Allí hicimos guardia los medios de comunicación para cubrir un agónico atrincheramiento que terminó en un horrible crimen machista. El policía retirado había tomado como rehén a Raquel, su exmujer, y la mató finalmente a tiros. Lo hizo porque le había pedido el divorcio.
Justo tres meses después, el pasado miércoles, estuve en el edificio donde Abdellah degolló a Fátima. Este otro crimen machista se produjo ante la hija de 13 años de ambos, que se precipitó desde un segundo piso cuando pedía auxilio. Este segundo indeseable también lo hizo porque su expareja le había pedido el divorcio.
Ambos asesinatos son extremadamente parecidos. Un individuo que se cree con derecho a arrebatar la vida de su expareja cuando esta lo rechaza.
El primer crimen lo cometió un español. El segundo, un marroquí. Pero el lugar de nacimiento del homicida sigue siendo utilizado por algunos para hacer distingos.
El asesinato de Raquel fue el primero desde la entrada de Vox al gobierno de la Generalitat Valenciana, y la formación no dudó en protagonizar al día siguiente en Les Corts Valencianes una escena lamentable. Vox se apartó de la pancarta contra la "violencia machista" que sí compartieron PP, PSOE y Compromís.
Este jueves estuve muy pendiente de los pronunciamientos de los máximos dirigentes de Vox. Y cabe celebrar que ninguno atribuyó el asesinato de Abdellah a su origen. Al menos no lo hicieron de forma explícita.
Sin embargo, la consellera de Justicia, Elisa Núñez, eligió ese mismo jueves para hacer público el contenido de una carta enviada al ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska. La misma, en referencia a la proliferación de violaciones en manada, alerta de una "ola de delitos importados de culturas foráneas".
"La Comunitat Valenciana está viéndose arrasada por una ola de delitos jamás vistos en nuestro país, unos delitos que en ocasiones provienen de otras culturas en las que la vida humana y la figura de la mujer son totalmente denostadas", aseveró.
Manifestaciones como esta ponen de manifiesto que la supuesta unidad de acción en el Gobierno valenciano frente a la violencia machista es más un anhelo del PP que una realidad.
La visión de la violencia machista de la señora Núñez, además de desprender tintes racistas, puede llegar a ser un peligro para las mujeres. Si el filtro que aplica en la lucha contra esta lacra es el lugar de procedencia de los agresores, se le van a 'colar' criminales como Barto, tan españoles como ella.
Como Barto o como Vicente, protagonista de otro asesinato machista registrado este mismo año que bien le vendría repasar. También era expolicía. Vicente, español, apuñaló hasta la muerte a Ilham Najah, marroquí, en la localidad de Antella. Podrán adivinar su 'razón': la mujer había decidido separarse, y el homicida no lo aceptaba. La mató ante su hijo de 12 años.
A mí se me ocurre un posible remedio para la confusión de la consellera. Solo tiene que acudir, junto con los periodistas y los cuerpos policiales, al escenario del próximo crimen machista. Allí podrá constatar que la nacionalidad es un factor que solo le importa a determinados políticos.
El Alzira, las amigas de Raquel, rotas de dolor, habrían podido explicarle que Barto era un controlador indeseable, que la vejó durante años sin que ella se atreviera a denunciar por la posición social del agresor. Fue un español de bien, criado en la cultura occidental, el que apretó el gatillo en aquella ocasión.
Lo mismo le habrían relatado en Antella, donde la víctima era la que procedía de una "cultura foránea". En Sagunto, en cambio, habría visto a decenas de mujeres árabes, tan marroquís como el asesino, condenando el crimen y clamando por Fátima, su compatriota, una mujer que luchó por su independencia.
Es muy sencillo. Demasiado. En todos estos casos, señora consellera, la causa de la muerte fue el machismo de los asesinos, no su gentilicio.