Al fútbol le falla la poca costumbre de buscar una segunda opinión. Lo haría cualquiera ante un diagnóstico preocupante en el médico o un sospechado sobrecoste en un taller de coches. Los clubes de fútbol, presidencialistas en su mayoría, funcionan muchas veces bajo los arrebatos más o menos controlados de sus máximos dirigentes.
Sonaba terco a veces el Celta en la etapa de Carlos Mouriño, especialmente la última, bunkerizado y mirando el dedo en vez de la dirección que marcaba. Desoía los lamentos de los aficionados, esa base social imprescindible para un club y a la que tantas veces se le regalan los oídos cuando es cuestión de vida o muerte.
El testigo de Carlos Mouriño lo recogió su hija, Marián, bajo un manto de dudas. Celtista de nacimiento y acunada en él en la diáspora mexicana, asumió el cargo como el que traza una línea en el suelo para limitar quiénes serán los elegidos para su equipo.
En menos de un año en el poder, incluidos los movimientos que ejecutó desde la sombra, Marián ha demostrado que sabe fallar, porque sabe rectificar. La apuesta de Benítez duró todo lo que pudo, pero nunca pareció una hipoteca demasiado pesada a pesar de que, para muchos, se alargase demasiado.
Con el bastón de mando, lanzó varios mensajes que no fueron palabras vacías ni frases al viento. Raíces, unión, celtismo y paz social rebotaban en cada discurso que se le podía escuchar y leer. Lo refrendó extendiéndole la mano al archienemigo de su padre, Abel Caballero, para ir juntos en las aventuras que quedasen por llegar.
Escribió la palabra afición en mayúsculas dándole la vuelta al plato de manera virtuosa. Raro es no ver una imagen de la presidenta en las redes sociales acompañando a aficionados que le piden una foto; aparece en esas imágenes porque está compartiendo lugares comunes, la primera línea de fuego.
Subió la apuesta con Claudio Giráldez. Nunca sabremos si fue una decisión condicionada, de urgencia o consciente, pero lo cierto es que remendó los errores pasados. Es curioso que la ejecución de la presidenta sea tan similar a la del ahora técnico celeste: si algo falla o no sal como se esperaba, se hacen cambios para buscar la victoria sin dudarlo ni un segundo. Giráldez los hace en el descanso, Marián lo hizo en la recta final. A veces no funciona, pero cuando lo hace, da lugar a esa sensación tan extraña en el fútbol actual, la de entender que se puede errar y que esa es la única manera de seguir.
El equipo femenino y el carnet de celtista son dos últimas incorporaciones a la lista de decisiones de este nuevo club, que parece atender a las demandas sociales de manera rauda y eficaz, lejos del “eso va a ser muy complicado” que nos había acostumbrado.
Convertido el Celta hoy en un club donde el poder se delega en manos expertas de cada campo, parece seguro que la temporada que viene volverá a ilusionar a los celtistas. Es cierto que casi siempre lo hace, el aficionado es crédulo y con fe inquebrantable y sabe olvidar para retomar el pulso de los colores.
Estos próximos serán meses de abismo formado por el periodo de fichajes, donde el mercado manda más que nadie y pocos son capaces de conocerlo en profundidad. Mientras, el Celta mantiene en alto la estima de aquellos que aguardan turno para conseguir una butaca en la grada.