"El ayuntamiento es horrible, arquitectónicamente y estéticamente es un horror, ni hecho adrede sale tan mal". Esta descripción del actual edificio de la casa consistorial de Vigo salió de la boca de Abel Caballero la semana pasada, pero lo cierto es que es una opinión que comparte la mayor parte de los vigueses.
La torre que se alza sobre la Plaza del Rey es uno de los mamotretos arquitectónicos más visibles de Vigo, de los que emborrona el horizonte y al que poca gente le agrada, más cerca del feísmo urbano de finales del siglo pasado que de un símbolo del skyline de la ciudad.
Caballero anunciaba el pasado miércoles que se destinarán 3 millones de euros a rehacer arquitectónicamente la torre del Concello y se recuperarán las primeras plantas del edificio, además de plantear la creación de un ascensor panorámico para acceder a lo más alto y darle a la sede del Gobierno local un uso ciudadano.
Adiós, plaza de la Constitución. Hola, Campo de Granada
A la espera del concurso de ideas que supongan un lavado de cara, lo cierto es que el actual edificio del Concello es una obra que nunca ha sido del gusto de nadie, ni siquiera del alcalde al que le tocó la inauguración de este "horror arquitectónico". Antes, en 1859, se levantaba en la Plaza de la Constitución el que sería durante más de un siglo el edificio que albergaría el palacio municipal, que ahora acoge la sede de la Biblioteca Fundación Penzol, pero que con el exponencial crecimiento de Vigo en el siglo XX, se quedó pequeño ante el aumento en el censo de ciudadanos.
En julio de 1971 se aprobó el proyecto para la construcción de un nuevo y flamante espacio que se ubicaría en el conocido como Campo de Granada y que conllevaría la destrucción de gran parte del castillo de San Sebastián, un ataque frontal contra el patrimonio histórico que hoy no tendría cabida, pero que a mediados del pasado siglo pasaba sigiloso ante la especulación urbanística y la explosión demográfica de las ciudades en la fase final del franquismo.
Fue Antonio Ramilo Fernández-Areal, alcalde de Vigo desde 1970 hasta 1974, el encargado de poner la primera piedra en abril de 1972 en un "trascendental e histórico acto para la vida de la ciudad: la colocación de la primera piedra del futuro Palacio Municipal de Vigo", como trasladó durante su discurso. A pesar de la grandilocuencia verbal del alcalde de la época, la obra se extendió más tiempo del previsto, de los tres planificados hasta más de cuatro, y su presupuesto se multiplicó por tres: de los 90 millones de pesetas iniciales hasta los 300 con los que se finalizó.
Lo cierto es que desde su nacimiento, el proyecto no llevó aparejado ningún nombre como autor de la futura torre; es más, como recoge Eduardo Rolland, los planos fueron firmados por la delegación viguesa del Colegio de Arquitectos, e incluso algunos habrían rechazado un diseño que provocó mucha polémica entre los profesionales del sector y que aparecía descrito como "hogar de todos los vigueses" y "símbolo de la unión vecinal". La unión la logró, pero más en contra que a favor.
Para la posteridad, además, se preparó una cápsula del tiempo que fue introducida dentro de esa primera piedra simbólica en la que se incluyeron ejemplares de diarios locales, billetes y monedas de la época, una insignia del Celta y el acta de la sesión plenaria donde se aprobó la construcción del nuevo edificio.
Inauguración en 1976
Cuatro años y tres meses después, en julio de 1976, se inauguró todo el conjunto arquitectónico: el edificio, la torre y la plaza, que fue bautizada como Plaza del Rey por ser inaugurada por Juan Carlos I, recién proclamado rey de España tras la muerte de Franco, y Sofía. Al acto asistieron cerca de 60.000 personas, según las crónicas de la época, en la que fue la primera visita del monarca a Vigo, que también se desplazó hasta Cangas.
El alcalde que quedó para la posteridad aquel día fue Joaquín García Picher, regidor entre 1974 y 1978, aunque la placa conmemorativa del acto reflejó que la primera piedra había sido idea de su antecesor, Ramilo Fernández-Areal, a pesar de que García Picher fue el encargado de obtener los fondos necesarios para la finalización de la obra. Un alcalde, por cierto, que en solo cuatro años de mandato logró que Vigo fuese sede del Mundial 82, puso en marcha el embalse de Eiras y convirtió Samil en territorio municipal, entre otras acciones históricas para la ciudad.
Hasta la fecha, la Plaza del Rey ha sido sometida a un cambio en la década de los años 90 para presentar su imagen actual, sustituyendo el acceso a través de unas escaleras de piedra, una cancha de baloncesto de cemento y jardines por el aspecto uniforme y el paso elevado desde la Avenida de las Camelias.
Años después, en 2008, se planteó una reforma completa de la mano del arquitecto Rafael Moneo, que se llegó a reunir con el alcalde, Abel Caballero. En el diseño del arquitecto navarro, que presentó en 2009 a entidades financieras, representantes del Colegio de Arquitectos e ingenieros de la ciudad, se igualaba el desnivel con Camelias, se mantenía la Panificadora y la Gota de Leche, se dotaba a la zona de jardines y, lo más significativo, se derruía la torre para devolver las vistas a la ría de Vigo. Pero nunca más se supo.
La fecha límite para la nueva remodelación del edificio es en 2026, medio siglo después de que se inaugurase una torre de la discordia, fruto de un urbanismo agresivo y despiadado con el entorno y con el patrimonio de la ciudad, su pasado y uno de sus grandes tesoros: la ventana a la ría de Vigo.