A orillas de la ría de Arousa, la villa marinera de Cambados destaca en todo el mundo por ser la "capital del vino albariño" por antonomasia… aunque su famoso caldo no es el único elemento que coloca a la localidad en el mapa. Lo cierto es que este rincón de las Rías Baixas ha sido durante décadas la cuna de grandes ilustres de la cultura gallega: desde el poeta da raza, Ramón Cabanillas, a los afamados escultores, Francisco Asorey o Manolo Paz.
Sin embargo, de entre todos ellos, hay una figura olvidada que también merece ocupar un lugar en este salón de la fama cambadés. Hablamos de Matilde Vázquez, la soprano de zarzuelas y revistas que conquistó el género lírico español durante las décadas de 1930 y 1940. Matilde nació en Cambados el 27 de marzo de 1905 y su incursión en el mundo de la música empezó desde bien niña como un pasatiempo mientras ayudaba en el negocio familiar.
Con el tiempo, el canto pasó de ser una afición a convertirse en su gran vocación y profesión. Pupila del músico y cantante Luis Iribarne, Matilde Vázquez renunció a los escenarios locales para conquistar los grandes teatros de Madrid e incluso la gran pantalla con la llegada a los cines de Doña Francisquita (1934), basada en la zarzuela homónima y dirigida por el alemán Hans Benhrendt.
La artista de capital
Las primeras clases musicales que recibió Matilde Vázquez fueron todavía en su Cambados natal, pues desde pequeña destacó por sus aptitudes y buenas cualidades para el canto. Cuando tan sólo tenía 13 años, su familia tuvo que trasladarse a vivir a Madrid, donde continuaría sus estudios musicales de la mano del maestro de voces Luis Iribarne y comenzaría su impetuoso ascenso como soprano.
La capital vio como Matilde empezaba a dar sus primeros pasos en el universo teatral y musical, actuando en sus inicios en compañías de aficionados y como cupletista. Su gran debut como actriz y cantante tendría lugar en el icónico Teatro Reina Victoria, con una pieza de la opereta titulada Roma se divierte. De ahí daría el salto al género de revista de la mano de la compañía de la hispano-argentina Celia Gámez, para interpretar obras como La mujer chic como primera tiple, o La Deseada y Las cariñosas de Francisco Alonso, entre otras.
No obstante, sus papeles en obras de revista no durarían demasiado, sobre todo porque su virtuosismo y capacidad vocal le tenían preparados otros planes en el mundo de la música. Pronto la artista cambadesa sería contratada para interpretar papeles del género de la zarzuela, un tipo de teatro musical en el que la palabra hablada se alterna con cantos, declamaciones y partes instrumentales.
Matilde Vázquez y la zarzuela
La soprano cambadesa entró en el mundo de la zarzuela a través del teatro Fuencarral de Madrid, con una pieza de Reveriano Soutullo y Juan Vert titulada: La del Soto del Parral. Tanto la obra como la actuación de la cantante en el género fueron todo un éxito, consagrando rápidamente a Matilde Vázquez como una de las grandes figuras de zarzuela.
La presencia de la soprano en los grandes estrenos de la época ―junto a las mejores voces y artistas del país― se convirtió en una constante entre las décadas de los 30 y 40. En abril de 1929 vio la luz la pieza Los Claveles de José Serrano Simeón, con Matilde Vázquez y Tino Folgar en el repertorio, alcanzando las mejores críticas del momento. Pero sin duda, una de las obras más destacadas de la carrera de la artista gallega sería su papel de Aurora la Beltrana en Doña Francisquita. Primero en los escenarios de los teatros nacionales y más tarde en la película homónima como protagonista.
La lista de zarzuelas a sus espaldas siguió creciendo: Luisa Fernanda de Moreno Torroba, Gigantes y cabezudos, de Fernández Caballero; o María la Tempranica o La Dolores en importantes salones de Barcelona. Incluso llegó a realizar una serie de giras por hispanoamérica entre 1934 y 1935. Tras la Guerra civil española, la soprano continuaría su carrera en los escenarios como cantante y actriz en piezas como La Caramba (1942) en el teatro de la Zarzuela o Polonesa (1944) en Fotalba, donde compartió tablas durante largo tiempo con el barítono Pedro Terol. Su estela artística se acabaría difuminando a mediados de los años cincuenta, con obras como La Lola se va a los puertos o La verbena de la Paloma na Corrala sumando algunos de sus últimos repertorios.
Una vez retirada de escena, Matilde Vázquez quiso cambiar los micros por pinceles para dedicarse a la pintura como aficionada hasta el final de sus días, el 23 de abril de 1992. En su larga trayectoria como cantante, la soprano cambadesa también dejó para el recuerdo un amplio legado discográfico con reconocidos personajes como Marcos Redondo, Mateo Guitart, Juan García y Pedro Terol.