Visitar a Mary Quintero en su propio hogar, donde además no duda en mostrar sus últimos trabajos con el pincel, su estudio y las creaciones que cuelgan de todas las paredes es, sin lugar a dudas, un lujo para cualquier periodista. Con más de 60 años de trayectoria profesional, esta fotógrafa gallega asegura que es posible que lleve el amor por la fotografía en la sangre y cuenta que lo vivió desde pequeña con sus padres, ambos dedicados a esta profesión.
Nacida en Melide (A Coruña) en 1931, Quintero se mudó a Lugo cuando tenía unos 9 años y fue allí, en el estudio de su padre, donde se inició en el mundo del retrato. Con su manera de trabajar, su creatividad y su buen hacer pronto despertó el interés de quienes observaron sus especiales y cuidados retratos y con tan solo quince años llegó su primera exposición; un evento que, "por suerte", señala, contaba con retratos de algunas figuras de la alta sociedad de la época. Así, el boca a boca y una mirada diferente para la fotografía convirtieron a Mary Quintero en una de las más reconocidas retratistas del momento en Galicia.
El destino hizo que le pidieran una serie de retratos en la ciudad olívica, y tras comprobar el dinamismo y la actividad que había en Vigo, su padre tuvo claro que era el lugar en el que ella debía trabajar. Y fue así como inició su carrera separada de la profesión de su padre, que le montó su propio estudio en la calle Urzaiz. Aquel fue el inicio de una prolífica y extensísima carrera profesional, que tuvo que compatibilizar con el cuidado de sus cuatro hijos.
Además de por su enorme creatividad y visión para hacer cosas diferentes y adaptarse a los cambios sociales, culturales y estéticos, Quintero destacó en su carrera por ser pionera en técnicas de retocado de fotografías. Cuando llegó el color, descubrió la manera de mejorar las imágenes con pincel para que el resultado fuese perfecto. "Tuve que dar muchísimos cursos a fotógrafos de toda España, incluso a algunos que eran mucho mejores que yo", explica.
En una larga e interesante conversación, la fotógrafa gallega nos acerca a su obra y a su larga trayectoria profesional.
¿Cuándo supo que quería dedicarse a la fotografía?
No me enteré, porque yo fui aprendiendo de mi madre, que pintaba fotografías -y me entretenía de pequeña pintando con ella-, y de mi padre, que era fotógrafo. Yo no sabía que iba a ser fotógrafa, pero creo que lo llevaba en la sangre porque mi padre y un hermano suyo eran fotógrafos, y hay otros muchos en nuestra saga familiar.
No había muchas mujeres fotógrafas cuando usted empezó en esta profesión. De alguna manera, fue una pionera y abrió camino a otras mujeres. ¿Es así?
Pues mira, no es verdad que no hubiera muchas. Bueno, muchas desde luego no, pero había bastantes mujeres, como era mi madre y otras, pero eran mujeres que trabajaban con hombres y para ellos; ellas no podían firmar sus fotos. Es más, una persona que me hizo a mí el libro, me contó que ella hace muchos estudios de fotógrafos y que había una aquí en Vigo que cuando falleció su padre ella firmaba ‘Viuda de’, con eso te digo todo.
Yo les llamaba ‘El Batallón de las sombras’, porque lo que representaban en la vida de los hombres era impresionante. Porque tú imagínate en aquella época, había cosas que son más femeninas en fotografía, como las colocaciones, por ejemplo. Mi padre hacía la foto, pero mi madre colocaba el vestidito o el lacito. Y claro, eso representó mucho, muchísimo.
Ha recibido una cantidad de premios inmensa. Esto de alguna manera demuestra que, efectivamente, el sexo no condiciona el éxito en una profesión.
Yo creo que lo mío también fue un poco de casualidad, porque el hecho de haber expuesto con 14 años en Lugo me dio visibilidad. Retraté a algunas mujeres de la alta sociedad y gracias a eso fue como surgieron los primeros trabajos en Vigo. Yo venía de Lugo, que era un pueblecito, y a mí Vigo me pareció que era como las películas de Hollywood, iba a hacer retratos a casas impresionantes.
Entonces, el trabajo lo hacíamos en Vigo y el laboratorio de mi padre estaba en Lugo y así estuvimos hasta que hicimos la primera exposición y tuvo tanto éxito que me llamaban constantemente, fue cuando mi padre se dio cuenta de que tenía que estar aquí y en el 52 me vine a Vigo. En aquel momento ya estaba casada y tenía un hijo. Tuve que buscar un estudio en el bajo de la vivienda porque yo trabajaba pero era madre y tenía que combinar ambas cosas. Tenía que buscar personal… Hubo un momento que tuvimos miedo de que no funcionara, pero salimos a flote.
Desde ese momento ya no paró de trabajar, y además fue pionera en algunas técnicas fotográficas. ¿Cree que es importante estar siempre a la vanguardia para tener éxito?
Imprescindible. Yo, por ejemplo, al principio esto el ser mujer pues no tenía mayor importancia, pero al tener ya un estudio independiente empecé a participar en las asociaciones de fotógrafos, que comenzaron a funcionar cuando vine a Vigo y en aquel momento no había ninguna mujer que tuviera su nombre, pero yo sí estaba en las reuniones y, por alguna razón, les empezó a convencer lo que yo hacía, lo tenían muy en cuenta y fue cuando me dijeron que tenía que darles algunas lecciones de algunas cosas. Y fue así como empecé a ir a congresos. Además, tuvimos la suerte de que en ese momento se empezaron a hacer estos eventos y fue una ventaja para todos los fotógrafos, porque íbamos fotógrafos de toda España, yo daba mi charla y contaba todo lo que hacía, pero los demás también la suya y aprendía más de lo que enseñaba. Fue lo más maravilloso que nos pudo pasar a los fotógrafos.
Otra cosa que sucedió fue que cuando vino el color, nosotros los fotógrafos sabíamos de blanco y negro, las luces, el retoque, todo, absolutamente. Y cuando vino el color no era lo que se esperaba porque las luces no eran las adecuadas. Los trajes de las novias, por ejemplo, estaban azulados, las luces tenían que ser prácticamente de frente y nadie sabía cómo retocarlas. Nadie. Algunos fotógrafos cerraron y los demás estábamos preocupados, yo creí que tenía que cerrar; cambié mis focos, cambié todo lo que hacía y dije "Dios mío, ¿y cómo salgo yo de esto?". Y pensé, como yo daba color a las fotos, a ver si los colores, que eran unos colores que me venían de Norteamérica, me servían, y efectivamente lo conseguí. Entonces Kodak lo publicó y empezaron a llamarme, a llamarme, a llamarme y tuve que dar cursillos de una semana para muchísimos fotógrafos de España que eran mucho más valiosos que yo. Pero bueno, en ese momento sí que creo que aporté algo a la profesión.
¿Cree que las nuevas tecnologías, de alguna manera, han menoscabado la profesión del fotógrafo?
Menoscabado no, terminó con ella directamente. Antes éramos imprescindibles porque la gente no tenía cámaras. Cuando mi padre estaba en Lugo había mucha gente que había emigrado y la única forma de saber lo que pasaba aquí en España era a través de las fotografías. A veces mi padre retrataba muertos para enviarlas a América donde quiera que estuvieran su familia. El fotógrafo era un testigo de la historia y además muy apreciado en aquel momento.
El día que, por ejemplo, se hacía el grupo de familia en una aldea, pues iban y ese día se hacía fiesta porque se tenían que arreglar todos iban mi madre, me llevaban a mí, por supuesto, y ese día se hacía una comida y se dedicaba al fotógrafo, había un gran respeto. Hoy en día no tenemos la importancia que teníamos, no somos necesarios para nada.
Además de fotógrafa usted fue también empresaria. ¿Cómo vivió esa faceta?
Yo tuve la suerte de que monté un estudio y sí, era empresaria. Si con lo que sabía hubiera querido ir con alguien a trabajar, probablemente no me hubieran aceptado, pero no me podían prohibir que pusiera un estudio.
Cuando empecé a necesitar personal no encontré nadie que supiera fotografía, así que a toda la gente que tuve, y llegamos a ser 11 personas, les enseñé yo. Había hombres y mujeres, tenía tres retocadores, había que retocar negativos, positivos, revelar, los voltajes…
Casi tenía también una escuela.
Sí, claro. Y ya te digo, me resultó muy bien, además éramos todos muy jóvenes. Ahí el que ponía un poco de orden era mi marido, que era el que llevaba el despacho. Aunque el estudio para mí tenía un problema, a mí me tenía atada porque solo eran cuatro paredes, y no es lo mismo. Yo tenía envidia de los fotógrafos que salían fuera y retrataban algo que veían. Yo me lo tenía que inventar todo, todo eran decorados. No te puedes imaginar aquello lo que era. Menos mal que era muy grande. Pero claro, yo quería hacer historias de mis fotos; si retrataba niños, quería que fuera como un tebeo, si retrataba disfraces, tenía que ponerle el decorado adecuado a cómo iban vestidos. Y es verdad que tenía la imaginación desbordada, usaba y hacía muchos filtros, trataba de adecuar cada imagen con mucha fantasía.
¿Con qué se queda de su exitosa carrera profesional? Si tuviera que dar algún consejo a alguna joven que tiene toda su carrera por delante, ¿qué es lo que cree que ha sido más importante para usted?
Pues mira, tener mucha pasión, que te guste lo que haces. Me da pena la juventud de ahora que hagan una carrera y que no puedan trabajar en la carrera que han hecho. Mi trabajo era mi pasión, para mí el trabajar horas y horas nunca fue un sacrificio. En aquel momento las bodas eran los domingos y los festivos, con lo que ya no tenía vacaciones. Luego pasaron a los sábados y a los viernes, pero al principio no era así, y hacíamos muchas bodas.
He leído que tiene el récord de bodas en un día.
No me acuerdo en qué año fue, pero en aquel momento se hacían todas las bodas en festivo, sé que fue un 12 de octubre y un día de San José. Esos dos días hice 22 bodas cada día, pero hay que explicarlo bien. En aquel momento los novios venían al estudio tras la ceremonia, era la moda, los fotógrafos no entraban en la iglesia y esos días, entre la mañana y la tarde, hicimos esa cantidad.
Recuerdo que un año mi marido venía con el periódico y dijo: "mira, pone aquí que se han hecho 740 bodas en Vigo (en un año)", y resulta que nosotros habíamos superado ese número en nuestro estudio. Por supuesto, no solo de personas de Vigo, eran casi los que menos, porque había muy buenos fotógrafos en la ciudad, pero venía gente de toda la provincia. Con el tiempo empezamos a hacerlas fuera y dejaron de venir al estudio.
Ha tenido una carrera profesional muy amplia, ha vivido una evolución importante en todos los ámbitos de la sociedad. ¿Cómo ve hoy a los jóvenes?
Con estos avances hay unas posibilidades tremendas para todo. Por ejemplo, yo ahora con el móvil, que lo odiaba porque me había cerrado el estudio, estoy haciendo cosas que no podía hacer cuando tenía 11 personas. Cuando empezamos con el digital, hacías dos o tres fotos de un grupo y podías cambiar la cara de un lado a otro, no me digas que eso no es una maravilla.
Yo pienso que se pueden hacer cosas muy bonitas; hoy en fotografía se pueden hacer maravillas, pero hay que tener imaginación. Ganarse la vida con la fotografía no me parece tan frecuente porque la gente tiene sus cámaras y es más difícil.
¿Tiene una fotografía favorita que haya hecho usted?
No. Tengo fotografías que me han dado mucha fama, pero no son las mejores.
¿Y alguna que le guste especialmente o le tenga un cariño especial?
Bueno, muchas… Porque además, por ejemplo, retrataba una boda y luego retrataba a toda esa generación de esa boda y a la generación de la siguiente boda… Llegué hasta la tercera generación, así que es muy difícil decir una. Pero tengo cinco nietos y ahí sí que hice cosas que, bueno, que te llegan al corazón.