Supongo que a David de Miranda le pasó el viernes por la noche como a Hemmingway cuando Montale intentó entrevistarlo. Cuenta Giuseppe Scaraffia en Los grandes placeres que el escritor había sufrido un accidente aéreo y estaba vivo de milagro. No sé si la Puerta Grande de Las Ventas se derramó en la habitación del hotel, “varias botellas de Chianti y de whisky”, pero al quitarse la chaquetilla, Miranda debería haber imitado a Hemmingway, que “comenzó a saltar sobre la cama para emular al Vate gritando: “¡Vivir no es suficiente!”. El matador de toros cuenta a este diario otra cosa, claro: “He estado con mi cuadrilla, con mi familia más cercana. Fuimos a cenar, y estuve descansando. Hoy, vuelta a la normalidad”.
En su álbum de placeres, a Scaraffia se le escapó lo de cortarle las dos orejas a un toro en Madrid, salir a hombros abriendo al gentío camino de Manuel Becerra. España reconforta cuando a un torero le sobran los machos. “Me he tenido que pellizcar un par de veces, para ver si era realidad o un sueño”. Anoche, en la repetición, vi cómo le brillaban los ojos. “¿Quién escribirá la historia de las lágrimas?” (Barthes). No sé si habrá un torero en ese tránsito.
Besaba las orejas, los despojos que abren el paraíso. Seguro que estaban calientes todavía, que no fue “como caer en un cubo de ostras”, el beso primero que se le quedó pegado a Patricia Highsmith. “No podía dormir”, dice David de Miranda. “Me venían continuamente los recuerdos de la plaza y el triunfo. Ha sido una noche muy bonita”, confirma, al menos, algunas sospechas.
Vivir no era suficiente para Hemmingway. David de Miranda ha aprovechado bien el último año. En Toro cayó al suelo aplastándose las cervicales desde el rascacielos del morrillo. Un bicho negro lo giró en el aire como si la naturaleza hiciera malabares con la vida. Hubo una maraña de huesos colocados en lugares inexplicables. El cuello crujió. “Tuve cuatro fracturas de vertébras, afectadas las cervicales C1 y C2, rotas las dorsales D6 y D7”, recita el mapa de la catástrofe. “La desviación tuvieron que fijármela mediante intervención. Permanecí cuatro meses inmovilizado con un collarín y un corsé. Después, tres de dura rehabilitación en Coslada. Fue un año apartado de los ruedos. Queda en el pasado, como un mal recuerdo. Es lo normal. Los toreros tenemos que pagar ese peaje”.
Los toreros salen de los hoteles dando los que pueden ser sus últimos pasos. “Gabrielle, esta vez déjeme dormir”, le había dejado escrito Pierre Drieu La Rochelle a su criada. “Había tomado partido por los alemanes en la Segunda Guerra Mundial”, explica Scaraffia su suicidio. La frase sirve para imaginar qué pasa por la cabeza de un matador cuando decide que igual no vuelve. “Esta vez déjame arrimarme”. “Tuve la suerte de que había poco daño medular”, recuerda David de Miranda. "No estuve en el hospital de parapléjicos de Toledo", afirma. "Tenía hormigueo en las manos, calambres. La rehabilitación fue necesaria porque tras pasar mucho tiempo en la cama tenía que recuperar la movilidad. En eso estuvo centrada mi rehabilitación”.
"Las carencias son normales"
El triunfo del viernes es el resultado del “trabajo”, la “mentalización” y la “ilusión”. El horror vacui del torero es una oposición gigante, siempre vestido de chándal, para "amueblar el silencio" (Heidegger) del teléfono. A Giraudoux "la vida deportiva" le parecía una "vida heroica en balde", la situación de muchos matadores a la espera de la oportunidad. “Después del percance soñaba con un triunfo. Peleaba cada día por ello. Gracias a Dios me ha llegado a principio de temporada.”. Simón Casas ya lo ha puesto en Nimes, el próximo 8 de junio. Serán cuatro matadores. La regeneración va partiendo el hielo de las ferias confitadas en los despachos. La comida congelada, el catering que nos sirve Matilla. “Nos hemos levantado con la sorpresa. Simón Casas ha tenido a bien apuntar dos toros más para incluirme en la Feria de Nimes. Son las cosas grandes que pasan en el toreo”.
La faena no fue redonda, a pesar de la exposición y la firmeza de David de Miranda. En los medios, donde ocurrió todo, soplaba el viento. “Era un toro para apostar. Lanzar la moneda al aire. Soy un torero joven, era lo que tenía que hacer. Sé lo que le gusta a Madrid: pronto y en la mano”. Despreciado fue un gran toro. “Tenía las dificultades del toro bravo. Había que estar firme. Soy un torero joven con poco oficio, me queda mucho camino que recorrer”.
¿Se sintió desbordado? “Alguna paradita me hizo. Le veía la expresión de bravo. Mirada de nobleza, pero con una advertencia: ‘no te equivoques’”. Hay tipos que se hablan con los toros mirándose a los ojos. “Luego, si las cosas se le hacían bien era agradecido. Vi controlada esa situación. Supongo que con el paso del tiempo, conforme vaya toreando, podré redondear más al toro. Las carencias son normales. Seguiré trabajando”.
"Mis amigos están flipando"
En 2015 falleció su padre. En la televisión, le dedicó el triunfo. “La vida te hace madurar. Son trances de la vida. Pues sí. Me he acordado de él, de muchos, sobre todo los que me han ayudado durante la rehabilitación, pero mucho más de él”. En Trigueros ya lo esperan. “Mis amigos están flipando. Están disfrutándolo y me siento orgulloso de hacerlos disfrutar. Cortarle las dos orejas a un toro, que sea una fecha tan señalada, en la confirmación... Es algo único. Ellos lo han vivido en mi persona, tan de cerca”.
Volverá al pueblo como los flaneur de Baudelaire para “ver el mundo, estar en el centro del mundo y permanecer oculto al mundo”. “Hay que seguir entrenando, estar preparado para lo que venga, conseguir la regularidad. Ya me están llamando como locos. Están deseando que llegue”, ríe Miranda.
Un banderillero se acercó cuando cogió la espada de verdad. Le susurró algo al oído. David de Miranda sólo miraba a Despreciado, como haciendo balance desde Toro. “¡Vivir no es suficiente!”. Recibió una postal desde el centro de rehabilitación de Coslada. La imagen de la cama bajo sus pies. Como la postal de Pavese: “¿Cuándo te mandan al destierro a ti?”. Pinchar el toro era el olvido. “’Tranquilo, respira, coge aire, con cabeza', me decía el subalterno. Sabíamos que el triunfo estaba ahí. Muchas veces la euforia de quererlo matar te puede jugar una mala pasada. Fue un consejo más que bueno. Fue a tiempo”.