A Javier Velázquez no le fue especialmente bien en Las Ventas hace una semana. Toreó la novillada de Dolores Aguirre después de pedir una oportunidad con una huelga de hambre que duró dos días. “Soy y me siento torero, pero sin una oportunidad no puedo conseguirlo ni demostrarlo”, escribió en una sábana el verano pasado. Apostado en la plaza de toros, el mensaje iba dirigido hacia la empresa Plaza 1. Un año después hizo el paseíllo que iba a cambiarle la vida pero esa noche fue una ruina para Velázquez.
“La huelga es pasado”, dice el novillero a este diario por teléfono. “Lo hice porque ya llevábamos un tiempo hablando para que me pusieran y no había forma”, aquella decisión parece incomodarle ahora. “No me siento muy bien. No me esperaba estar así de mal. No sé qué me pasó ese día”. La crítica describe su actuación –debutaba en Las Ventas– como “bochornosa”. En El País se puede leer que “no quiso ver a sus oponentes. Ni una sola vez se puso. Ni una”. También se generó debate en las redes sociales. El novillero reconoce no haber leído “nada”.
Javier Velázquez tiene 37 años y en los últimos 15 ha toreado 25 novilladas. “No me vestía de luces desde 2010”, resume una trayectoria que jamás ha tomado vuelo. Desde que se apuntó a la escuela taurina de su pueblo, no ha hecho nada más que torear. “En mi casa no había ningún profesional. Me gustó, empecé a torear y sin caballos ya me fui por mi cuenta”, cuenta sin mucho ánimo sus mejores días. Apenas tiene experiencia laboral y vive con sus padres. “He trabajado de forma esporádica, en la construcción y eso”.
"No es un fracaso"
Estar anunciado en Madrid debe ser un trago. “Se me fue la tarde”, reconoce. “La cabeza me pudo, la presión me pudo. No consigo ver qué fue lo que pasó”. ¿Pero en qué pensaba? “Pensaba que estaba en Madrid y no reaccionaba. Estaba como bloqueado. ‘Qué pasa aquí’, me decía”. Velázquez no quiere dar explicaciones “porque suenan a excusas”. Aún así, lo dice: “tres días antes de vestirme de torero falleció un amigo mío que era como un hermano. Eso me tocó la moral. Añadido a la presión… La presión parece que no pero afecta”.
El sector taurino entierra los fracasos. No hay literatura sobre los derrotados. Los que no llegan se reciclan el anonimato para engrasar el triunfo del resto. En realidad son ellos los que dan la dimensión de lo difícil que es ser torero, triunfar un día, hacerse rico. ¿Ha fracasado? “No, no creo que sea un fracaso. Es una tarde mala en mi carrera, sí. Pero no lo llamaría fracaso. Por una tarde así habrían fracasado muchos toreros. Rafael de Paula y Curro Romero son toreros que han pasado por estas circunstancias, que les han pasado estas cosas”, como si las realidades en las que habitan él y las leyendas fuesen comparables.
Lo ocurrido lo deja en una situación más difícil de la que estaba. “Estoy dándole vueltas a la cabeza a ver qué hago. Lo voy a tener muy complicado para torear. Creo que si por una tarde así los toreros se tienen que retirar se habrían retirado ya unos pocos”, analiza Javier Velázquez sin tener en cuenta su situación. ¿La familia, qué le ha dicho? “Me han hablado. Me han dicho que tome la decisión que tome van a estar conmigo. Que palante. Qué van a decir. Es que no fue fácil. Todo se me puso en contra”.
"Si hace falta, pido perdón"
Desde entonces, no ha vuelto a entrenar. “Pasé las últimas semanas pendiente de Madrid y ahora estoy tocado. He cogido la muleta un poco. Lo importante es que me conozco. Sé que me pueden ver de otra forma”. Esa confianza parece cegarlo. “La novillada no fue fácil. La tarde se puso cuesta arriba y… no lo veía por ningún lado”. Algunos creen que debería disculparse por haber pedido una oportunidad que habría aprovechado mejor otro novillero. “No sé si hay que pedir perdón o no. Si hace falta, lo hago, todo el mundo comete errores. Ese puesto era mío, no se lo he quitado a nadie. No me arrepiento de haberlo pedido”.
Tampoco se habla del miedo físico de los toreros, siempre camuflado por la responsabilidad ante el público o el escenario. Esos lugares comunes ya no son creíbles. “No sentí miedo, qué va”, insiste él, aunque en el vídeo se le vea indeciso. “Tenía ilusión. Los novilleros en mi situación tenemos que ir a sitios así para torear. En los otros torean Toñete y Cadaval”.
De aquel día le queda una imagen fantasmagórica, con todos los años de repente acumulados en la expresión de su cara, vistiendo un traje de luces viejo que parece pequeño, asistiendo acabado a la muerte de uno de sus novillos. Sujeta el descabello. La luz de la plaza es siniestra. Hay belleza –mucha– en derrotas así. ¿Qué hará si decide retirarse? “Me gustaría estar vinculado al toro, que es lo que he hecho desde siempre. Aún no me lo he planteado”.