El trueno que rompió la tarde ahogó el último ole a Juan Bautista en un galleo por chicuelinas. La lluvia sorprendió al francés dos veces. En el inicio, hizo intranscendente su trasteo. Anocheció de repente. Chapoteaba en el barro el matador. Lo miraban de reojo. Talavante quitó por chicuelinas y el ole traspasó la cascada. En la arena habías playas e islotes; el agua cubría el escenario. La sangre de toro se estancaba repartida en un hormigueo sanguinolento. Los banderilleros no podían tomar tierra. El cuvillo era alto, siempre montado, y no regaló una embestida. La plaza se había convertido en un cementerio londinense, oscuro y solitario, y Bautista miraba a los ojos a su lápida mojada. Le goteaban las manos. No valía sólo con el diluvio. El cuvillo se le coló en un natural. Terrible la sensación de desamparo. Bautista resolvió, le pegó muletazos y salió andando. Chapó.

El lugar había quedado desierto. Ni un alma sobre la arena. No apareció la tablilla y el quinto cuvillo apareció a un pueblo fantasma. Estos asuntos se afrontan con una naturalidad irreal. Todo lo que se hiciera a partir de ese momento era indescifrable: sólo quedaba el orgullo de terminar una corrida de toros en condiciones lamentables. Los espectadores parecían espectros, apoyados en la piedra y callados. El agua se acumulaba en los medios gracias, entre otros factores, a Morante. Este cuvillo era un toro guapo. Talavante se puso a torear. Consiguió templar la embestida. No humillaba nada el toro. Corría la mano el matador como si no le pesara la muleta. Al natural dio un muletazo medido extraordinario, a la altura del toro, elevándose del barro. El remate antes de irse a por la espada fue torerísimo. Nadie se enteraba. A la tercera Talavante se tiró al charco.

Retrocedían las tinieblas cuando el cadaver del quinto rompió el barro dejando un rastro de espuma en el mar imaginario. La lluvia, sin embargo, no cesaba. Apareció un limpio jabonero. López Simón salió descalzo. La sutilidad de las medias contrastaba con las pisadas bestiales arrancando fango. La epopeya de parar a un toro en esas condiciones. López Simón se estiró como pudo, a punto de ser prendido. Brindó al público. La tarde estaba para él, a un tanto. Se salió a los medios con el toro, que mantenía un nivel de emoción en la embestida. La casta desbordaba en genio. Al natural no lo vio, reponía el toro, lanzaba un gañafón al aire. Por la derecha era más claro. López Simón lo entendió muy bien en dos tandas. Podido, el toro había mejorado y al natural simplemente resolvió, mejor los remates que el toreo fundamental sin la ayuda; López Simón hacia equilibrios en ese escalón perdido. No se bajó de ahí con el espadazo lejano.

A la corrida de toros le asomaba un paralelismo. Junto a Talavante, a López Simón se le ven las guías, la multitud de vídeos repetidísimos. La sombra en los gestos. Ese último cuvillo tuvo el genio del que cuajó el extremeño hace dos ferias. Antes a López Simón le había salido un sobrero de Mayalde.

La faena de la tarde fue al segundo, un toro más aerodinámico, sin tantas carnes, pero redondo. Negro y astifino, enseñaba las puntas. Trujillo —hechuras perfectas de banderillero— arriesgó. Talavante recogió una cariñosa ovación en solitario. La afición tiene ganas de que los líderes se echen la feria a la espalda sin complejos —jamás una figura había sustituido a un matador del escalafón inferior—. Repitió el matador el inicio de hace un miércoles. Han pasado los días como años. Siendo bueno, no tuvo el mismo impacto. El toro embestía reducido. La primera tanda asomó con maneras funcionarales, ligada, elevado el matador un palmo. El cambio de mano dio lugar a un natural enorme y larguísimo, rematado en la espalda, que enloqueció a la plaza. La siguiente serie fue mejor. Más despacio. La ligereza se perdió definitivamente en un ramillete de naturales a pies juntos, con poso, ajustándose al toro. Talavante estaba a años luz del cuvillo, soso, sin gas, dejándose. La estocada fue definitiva: abrió la Puerta Grande encasquillada el otro día. La quinta.

Acoplador sustituyó al titular de hechuras tan limitadas y lesionado. López Simón estaba en la UVI cuando lanzó el capote. Al inicio desordenado le brilló un derechazo. Era raro. El toro tenía algo parecido al temple. López Simón cogió aire en el ecuador y el arriesgado cambiado conectó a la gente. La faena comenzó a ascender con tandas muy ligadas, encima el matador, siempre puesta la muleta, y justo en ese momento llegó la voltereta. Lo buscó el toro en el suelo. Las cuadrillas lo izaron sin vuelta atrás, directo a la enfermería. El torero se apeó de los brazos y piernas. No llevaba nada. Ya el toro no quería pelea, rajado cuando descubrió la presa. Una tanda de derechazos con la espada de verdad fue lo mejor. Pero lo pinchó: otra oportunidad perdida. Puede que la definitiva. Pensé que se iba a hacer la maleta, arruinado. Muerto, López Simón buscó el suicidio sobre el morrillo del toro —giró en el aire por completo— y salió del trance con una oreja en la mano. Perfectamente posicionado para renacer del fango una hora más tarde.







FICHA DEL FESTEJO



Monumental de las Ventas. Viernes, 25 de mayo de 2018. Décimo octava de feria. Lleno. Toros de Núñez del Cuvillo, 1º se dejó, soso el 2º bueno, tuvo temple el soso 3º bis de Conde de Mayalde, 4º complicado, no humilló el 5º, 6º encastado. 

Juan Bautista, de azul marino y oro. Estocada casi entera (silencio). En el cuarto, pinchazo en la suerte de recibir y espadazo entero (ovación).

Alejandro Talavante, de gris marengo y oro. Buena estocada (dos orejas). En el quinto, medio espadazo agarrado, pinchazo suelto y buena estocada (ovación).

López Simón, de azul pavo y oro. Pinchazo suelto y gran estocada (oreja). En el sexto, espadazo arriba algo caído (oreja).