El día de Santiago congregó en la plaza de toros de Cuatro Caminos de Santander a más de seis mil personas. Acudieron a la llamada de uno de los carteles más rematados de la temporada. Fuera, bajo la sombra de un único árbol, se arremolinaban quizá una decena de antitaurinos y una pancarta: todos los grupos en el Ayuntamiento excepto el PP han decidido por tanto retirar la inversión de 100.000€ que la ciudad ofrecía a la feria. Políticas de perfil alto, claro. Qué coqueta es la plaza de Santander y qué pena de tiempos oscuros y obtusos, que obligan además a arrancar una crónica con cuestiones tan poco toreras. El activismo es un coñazo.
Oscura es también la arena de allí. Una nube de polvo negro envolvió a Morante, cuya temporada es un cuentagotas con Benidorm como fondo y Lisboa como cosita diferente, al cerrar la media, ligera y ágil. Molestaba un poco el viento. El recibo de capote suave y cadente al bonito primero de Cuvillo fue lo único que dejó el toro: apagó las luces, no se tenía en pie, y Morante se movió entre las tinieblas como flotando, probando, nada. A la primera enterró en la carne el acero, eficaz y agarrado.
La corrida de Cuvillo fue preciosa. Para embestir los seis. Al final lo hizo a su manera el más feo, el sexto. El resto se derrumbó entre hechuras redondas, sin aristas, con caras bonitas sin perder seriedad. Faltó fondo, fuerza y poder. Muy frágil, de escaparate. Toros de portada de Vogue. Hace falta algo más.
Si embistió el sexto es porque no lo hizo el resto. La comparación le fue favorable. Un fuego cruzado interior se lo traía y se lo llevaba. Una condición de marea.
Las verónicas tuvieron contundencia, saliéndose a los medios Ginés con el toro, enganchando la embestida. Se dio cuenta el Cuvillo de que aquello no era para él. La desbandada sorprendió a los picadores en la puerta y probó de los dos hierros, más otro puyazo añadido colocado por fin en el tercio.
En la muleta se sujetó sólo la primera tanda. Embistió con importancia y Ginés Marín corrió la mano por abajo profundo. Hasta la querencia llegaron enzarzados en una lucha por ver quién se hacía con el otro. A Ginés no le importó acceder y el resto de faena se sucedió en la otra punta. Sobresalió un gran natural. Hubo siempre ajuste. En algún momento faltó limpieza y cuando no halló continuidad, el jerezano fue a asegurar: el repertorio de remates encendió la mecha. Un trincherazo se cerró perfecto. Las manoletinas y la seguridad con la que se fue detrás de la espada convenció a la feliz y desenfadada afición que le entregó las dos orejas.
'Guerrito' salió con esos andares de toro bonito. Jabonero era el dije. Hasta la expresión. Todo acompañaba, excepto su condición. Ginés se estiró de rodillas, que es como comer jamón en Raqqa, asentado. De pie alternó una chicuelina intensa, una tijerilla y una larga garbosa de remate.
Lo fenomenal llegó en el quite. Con el capote a la espalda, asentado el tío, cambió tarde el viaje para la saltillera. No pestañeó. El toro resbaló y se escurrió por donde le mandó el torero. Alta tensión, como en las gaoneras de antes.
El arrojo una vez más con la muleta. De rodillas en el tercio se desprendió la arrucina, templada, sin tirones. Andando se fue del desprecio iniciado de frente. El toro se apagó. Humilló alguna vez. La mayoría salió desentendido. Al natural hubo tres o cuatro arrancadas buenas, enganchando delante. Luego ya no. Se paró y la defensa fue a tornillazos. Uno alcanzó el muslo, rompiendo el punto sin hacer diana. La estocada partió la empuñadura de la espada y así, con la espada desmembrada, 'Guerrito' se fue al otro mundo.
Talavante, en plenitud
A Talavante se le vio muy fácil. Cómodo en la plenitud que vive. La sensación de ir a punta de gas para lograr cosas muy buenas. Su primero se lesionó tras dar una voltereta sobre un pitón. Entró al caballo resbalando y se derrumbó definitivamente en el esfuerzo. Pañuelo verde. El hortera del cabestrero tuvo su minuto de gloria como si hubiera pegado 20 lances. El sobrero fue más anovillado, enseñando un poco las puntas, colorao, ojo de perdiz y bocidorado, con un pitón derecho de trago.
Se coló dos veces en el capote y otras tantas con la muleta. Aun así se puso Talavante por ese pitón después de varias series con la izquierda. A pies juntos las mejores. El toro hacía cosas raras, soltando mucho la cara, quitándose la divisa de encima. Como el de San Isidro jabonero pero sin poder ni volumen. La izquierda se fue larga. La ejecución de la estocada fue buena.
Cortó la oreja al quinto. Las chicuelinas del recibo fueron templadas, y la larga. En los medios Talavante se pasó al toro por la espalda. Un cambio de mano se descolgó natural y muy despacio. La naturalidad reinaba el trasteo. Profundidad por la derecha como quien no quiere la cosa. La panza de la muleta voló en algún natural muy bueno. El toro se paró y Talavante se tiró a los pitones, metido en la testuz, dejándoselo llegar. Las cercanías como solución. El desplante sin muleta fue el ocaso hasta la oreja, amarrada con otra estocada a la segunda.
Dos chicuelinas garbosas, un kikirikí suave, tandas cortas de empaque y despaciosidad y la falta de fuerzas del cuarto, olvidado de su ímpetu en la salida. El molinete invertido y el desprecio acariciaron. La torería de Morante, a la vez que el toro, se quedó en nada.