Según un estudio del Programa de personas mayores de la Fundación ”la Caixa”, una de cada cuatro personas adultas en nuestro país se siente sola o se encuentra en riesgo de aislamiento social. Por eso, el programa Siempre acompañados trabaja para hacer visibles las historias que se ocultan tras la puertas de las personas mayores, creando un discurso nuevo sobre el envejecimiento y la soledad como un fenómeno diverso y natural que debe ser desbrozado de sus estereotipos. Sobre estas múltiples dimensiones de la soledad en esta etapa de la vida conversaron María Márquez, profesora titular de Psicología de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), y Javier Yanguas, director científico del Programa de personas mayores, en la charla on-line Soledad en las personas mayores, moderada por la periodista Gemma Bustarviejo.
Cuando Joan Vernet se jubiló empezó a tener miedo de quedarse solo; se levantaba e iba a caminar, pero, tímido como es, apenas trataba a nadie excepto a su hermana, Maria Rosa, que sintió que su mundo había acabado cuando perdió a su marido. A unas puertas de distancia, vecina también de Terrassa, una despierta costurera, Dolors Anglada, apenas salía de casa por un problema de movilidad en sus piernas. Ninguno de ellos experimenta la soledad de la misma manera, pero los tres tienen algo en común: han abierto la puerta al programa Siempre acompañados de la Fundación ”la Caixa” y han tenido la valentía de admitir que se sienten solos para ponerle remedio construyendo relaciones que para ellos sean significativas.
Porque llamar a un timbre puede ser, como asegura la Dra. María Márquez, el empujón que necesita una persona en riesgo de aislamiento para salir de “esas inercias que se perpetúan, como el miedo a que siendo mayores no le van a interesar a nadie”. Y aunque tal vez no haya ganas de atender esa llamada, podemos ayudarles a tenerlas.
Para Javier Yanguas, la soledad es compleja y diversa, y está muy relacionada con la vulnerabilidad. Así, al envejecer nos sentimos más vulnerables, a la vez que la soledad incrementa este sentimiento de desamparo, que a menudo es percibido como un fracaso.
“Hay muchos tipos de soledad: está la soledad social, en que la persona no tiene a nadie; la emocional, en que nos sentimos rechazados y echamos de menos, y un tercer tipo de soledad de la que a menudo no se habla y que es un tema pendiente de la psicogerontología, la soledad existencial. Es decir, la sensación de no poder conectar con los demás, de sentir que nos falta propósito, y eso está muy ligado al sentido de la vida”, sostiene Yanguas.
Vivimos muchos duelos a lo largo de una vida; cada etapa es una pérdida, pero también un desafío para la identidad, como defiende María Márquez, quien cree que si bien cada caso es particular, los procesos de duelo por los demás o por facetas de uno mismo deben enfrentarse como tareas que nos ayudan a aceptar los cambios y ajustarnos a ellos. “Nuestra misión debe ser ayudar a gestionar las vulnerabilidades y acompañar en la realización de tareas, porque muchas veces las personas sufren bloqueos y, o tienen dificultades para expresar sus emociones o no tienen a nadie que les escuche o ni siquiera saben cómo hacerlo”, apunta la doctora.
Pero para crear lazos con el otro que empujen hacia el cambio, también debemos aprender a vivir con nuestra “mismidad” y, en lugar de intentar desterrar la soledad, ser capaces de pactar con ella. Es en este sentido que la pandemia de la COVID-19 ha puesto de relieve no solo nuestra vulnerabilidad y la necesidad del otro, sino que estamos desnudos ante nuestra “existencia sin aditivos”.
“Aprender a convivir con la soledad es bueno desde niños, como ocurre con las emociones negativas, que no son ni mucho menos enfermedades. Nos venden vidas con permanentes sonrisas y perpetua euforia, cuando nuestro bienestar debe ir al encuentro del otro y de uno mismo”, suscribe Yanguas, quien destaca la importancia de generar cambios en la vida cotidiana y realizarnos a través de un proyecto de vida del que disfrutemos, algo que en ocasiones colisiona con los estereotipos, la sobreprotección y la infantilización con la que son tratados los mayores.
Y especialmente cuando el aislamiento, la incertidumbre y las pérdidas se han convertido en parte nuestro día a día: “La COVID-19 nos ha situado frente a una cotidianidad poco atractiva y, confrontados con nuestra propia existencia, no sabemos qué hacer con nuestras vidas”, dice el Dr. Yanguas, lo que plantea un escenario que, según su colega, puede ayudarnos a descubrir de qué forma nos gustaría estar vinculados con los demás, generando una nueva cultura más comunitaria al tiempo que se facilitan recursos a los mayores y a quienes los acompañan para enfrentarse a la soledad y a sus emociones.
Todas las puertas esconden historias interconectadas y, aunque existan cerraduras, se abren de uno y otro lado. ¿Estamos preparados para dejar salir la soledad?