En septiembre de 1726 el cirujano John Howard, que ejercía en Guilford (Inglaterra), recibió un curioso encargo: asistir en el parto a una mujer que estaba dando a luz conejos. Era Mary Toft, una chica de 23 años cuya historia llenó las portadas de los periódicos de la época. El médico escribió enseguida a Nathaniel St Andre, el sanitario del rey Jorge I, para contarle la historia.
"Desde que les escribí, la pobre mujer ha dado a luz tres nuevos conejos, todos ellos a medio crecer; el último duró 23 horas dentro del útero antes de morir. Si usted tiene alguna persona curiosa que quiera venir a verlo con sus propios ojos, parece que tiene otro en su útero, así que puede venir a sacárselo cualquiera", escribió Howard.
El médico real fue en persona a conocer a Toft y en su informe recogió la versión de la mujer: "El 23 de abril pasado, mientras orinaba en el campo, vio un conejo saltando cerca de ella, corriendo. Por eso desarrolló una fijación por los conejos. Desde entonces, y por más de tres meses, siente un deseo constante de comer conejos, pero como es muy pobre, no ha podido procurar ninguno".
La mujer también contó que cuando vio aquel conejo en el campo ella estaba embarazada y tuvo un aborto espontáneo. La profesora de la Universidad de Sheffield, Karen Harvey, ha escrito un libro sobre el caso y explica a la BBC que la historia podría parecernos descabellada hoy en día "pero tenemos que entender que en esa época existían muchas dudas sobre la concepción. Incluso gente educada creía que las mujeres podían afectar el desarrollo de los huesos del feto con su pensamiento".
La confesión forzada en Londres
Los conejos salían muertos y aparentemente troceados del vientre de la mujer, pero hubo médicos que aseguraron que se movían en su interior. Cuando St Andre vio salir al 15º conejo del interior del cuerpo de Toft decidió hacer público lo sucedido, incluso contando con la desaprobación de otro de los médicos reales, Ahlers.
Este había inspeccionado las partes de los conejos salidos del vientre de la mujer y había descubierto algo que desmontaba toda la trama: algunos tenían bolitas en su estómago, indicando que habían ingerido heno. También comprobó que algunas de sus partes estaban cortadas con cuchillo.
La paciente llegó a Londres para esperar el nacimiento de su 18º conejo y la expectación era máxima. Obviamente, su treta no tardó en destaparse. Y es que Toft necesitaba un conejo para poner en práctica su engaño, así que se lo pidió a uno de los porteros de la casa donde se estaba quedando, este desveló su secreto y la forzaron a confesar.
Harvey explica que "técnicamente, Mary Toft sí dio a luz conejos. Durante meses partes disecadas de estos animales fueron introducidas en su cuerpo, ella las mantuvo y horas más tarde su cuerpo las expulsó. Este fue un proceso incómodo y muy real". Sin embargo, la protagonista no fue tan clara en su confesión, mantuvo versiones contradictorias hasta que explicó el horror que había vivido con su aborto.
"Tuve un parto horroroso. Una cosa monstruosa salió de mí seguido por una inundación justo después de haber visto conejos. Mi cuerpo estaba tan abierto como si un niño hubiese salido de él. Sentí dolor, como que me picoteaban los huesos por dentro, durante una hora o más", narró la mujer.
Sin embargo. Toft volvió tranquilamente a su casa sin que se tomasen represalias contra ella. Fingir un embarazo de conejos no estaba tipificado como delito y fue puesta en libertad sin cargos. Murió en 1763 y en su certificado de defunción figura como Mary Toft, "viuda y la impostora del conejo".