Al torero sevillano Pepe Luis Vázquez nunca le gustó hablar de la última, sino de la penúltima, y en eso hasta su muerte le respetó. Aunque arrastraba secuelas en su salud, tras el ictus que sufrió en 2019 que le paralizó una parte de su cuerpo, nada hacía presagiar que la mañana del día de Santa Ana y San Joaquín fuera la última en la que abriría sus ya eternos ojos azules.
Pero así fue. Su casero, extrañado por su ausencia, encontró el cuerpo del torero de dinastía al filo del mediodía en su refugio de Carmona, su finca 'El Canto', tras sufrir un derrame cerebral, según el primer informe de la autopsia.
En la jornada de este sábado será trasladado al tanatorio de la SE-30, donde sus hermanos estarán presentes a partir de las 17,00 horas. Está previsto que el funeral se celebre este domingo a las 11,00 horas en el mismo tanatorio. La misa de difuntos sí se realizará en el mes de septiembre en la Iglesia de San Bernardo, hermandad a la que la familia estaba muy ligada.
Con su muerte queda huérfano el penúltimo eslabón de la dinastía más prolífica de ese viejo arrabal sevillano de San Bernardo que supo adueñarse y aunar en su máxima expresión la sevillanía y la naturalidad. No obstante, el último ya tiene nombre propio. Manolo Vázquez, sobrino segundo de Pepe Luis, tomará la alternativa el próximo mes de septiembre en la localidad onubense de Cortegana.
Hablar de la saga de los Vázquez es hablar de una saga taurina que ya se anunciaba en los carteles en las últimas décadas del siglo XIX. Una estirpe que alcanzó su máxima popularidad a partir de la década de los años 40 del pasado siglo cuando Pepe Luis Vázquez Garcés, padre del recientemente fallecido, y su tío Manolo Vázquez tomaron sus respectivas alternativas.
El primero, fallecido en 2013, es considerado uno de los máximos artistas que dio el toreo en el siglo XX y uno de los mayores exponentes de la escuela sevillana, asociada a la gracia, al pellizco, a la naturalidad y a la facilidad cuando aquello se dejaba.
Fue el creador del pase el cartucho de pescao, que interpretó en múltiples ocasiones cuando citaba a los toros en los medios con la muleta en la mano izquierda, plegada a modo de cartucho, y recibía al animal con un natural a pies juntos.
El segundo sublimó el toreo de frente sin limitarlo al momento inicial, sino manteniendo su postura hasta el final del muletazo. Precisamente Manolo Vázquez reapareció en 1981 para darle la alternativa a su sobrino Pepe Luis en presencia de Curro Romero. Dos estatuas de ambos, frente a la Maestranza, recuerdan cada tarde a los aficionados la importancia de esta saga en la tauromaquia.
Una esperanza para el toreo
El mayor de los siete hijos del legendario Pepe Luis, llamado cariñosamente 'El Niño Pepe Luis', supuso a finales de los años 70 una gran esperanza pues reunía una serie de condimentos que los aficionados añoraban de los tiempos de su padre. Ese toreo más de calidad que de cantidad y que era capaz de rendir al público con un puñado de muletazos bien dados.
Su manera de andar por la vida y en el ruedo con la naturalidad, la pausa y el temple que siempre le caracterizaron, le convirtieron en uno de los toreros más especiales que ha dado esa escuela sevillana, por su personalidad con la espada y la muleta y en la calle.
Ese torero frágil y sensible, al que a veces le pesó, pero nunca superó su apellido, y al que el público jamás le cuantificó las orejas cortadas porque cuando destapaba el tarro de las esencias los números se quedaban en eso, en simples números.
Un torero intermitente, de idas y venidas, que hizo de su personalidad un modo de vida que llevó a gala hasta este viernes, el día de Santa y San Joaquín, en su finca donde se refugió tras el ictus que sufrió en 2019.
Antes de ese accidente cardiovascular sonoras fueron su reapariciones, siempre con con sabor a despedida, en Utrera o en Granada a sus 60 años, junto a Cayetano y a Morante de La Puebla. Este ha sentido mucho su muerte.
En el coso nazarí pudo sentirse como torero una vez más, rompiéndose las muñecas, la cintura y el alma para hacer su toreo de siempre aún más eterno a un ejemplar de Núñez del Cuvillo.
Aquello lo consiguió por su fe inquebrantable en la pureza y aunque el descabello le privó de las orejas, eso no importó, por enésima vez en su carrera, ni a los más viejos del lugar ni a los más jóvenes.
Sin pensarlo dos veces, decenas de ellos se lanzaron al ruedo para izarlo en hombros hasta la puerta grande, que no consintió cruzar en volandas porque iría contra el reglamento. Lo hizo a pie dando otra lección de humildad y torería.
El último muletazo de su vida lo dio en la finca de Zahariche a una vaca de Miura delante de sus hermanos y de sus amigos más íntimos toreando con una sola mano, por las secuelas del ictus, con la misma naturalidad, sin forzar la figura y como le salía del alma.
El pasado 28 de febrero fue su última aparición pública. El festival taurino del Real Club Pineda se había organizado como un homenaje a su figura, donde pudo recibir el calor y el cariño de muchos toreros y de sus amigos. Al igual que el pasado lunes de Feria de Sevilla cuando recibió una sonora ovación tras un cariñoso brindis del torero Juan Ortega: "Muchas gracias por tanto arte y por tanta sensibilidad", fueron sus palabras.
Descanse en paz este torero que supo aunar la naturalidad y la sencillez para parar el tiempo con sus muñecas, siempre por penúltima vez. Y al que definen todos los que le conocieron como un hombre bueno, con gracia y sobrado de arte por las bolitas que Dios tira, según el torero Rafael de Paula, que a unos le caen y a otros no, aunque Pepe Luis desde antes de nacer estaba sentenciado a recibirlas.