Existen películas capaces de poner de acuerdo a la crítica y al público, de pasar a la historia de las mejores adaptaciones literarias jamás realizadas e incluso de discutir el tópico de que las segundas partes nunca fueron buenas. Estamos hablando de El padrino, una película que, a día de hoy, más de cincuenta años después de su estreno, sigue siendo insuperable.
Situándose en la América de los años 40, cuenta la historia de Don Vito Corleone, el respetado y temido jefe de una de las cinco familias de la mafia de Nueva York. Tiene cuatro hijos: Connie (Talia Shire), el impulsivo Sonny (James Caan), Fredo (John Cazale) y Michael (Al Pacino), que no quiere saber nada de los negocios de su padre.
Cuando Corleone, en contra de los consejos de Tom Hagen (Robert Duvall), se niega a participar en el negocio de las drogas, el jefe de otra banda ordena su asesinato. Y es entonces cuando comienza una violenta y cruenta guerra entre las familias mafiosas y una de las mejores trilogías de la historia del cine.
Dirigida por Francis Ford Coppola, la película adapta la novela de Mario Puzo y ganó hasta tres premios Oscar, incluyendo el de Mejor película, Mejor actor protagonista y Mejor guion adaptado. Actualmente está disponible para ver en Netflix.
Proyectada por primera vez durante el conocido como el Nuevo Hollywood, El padrino fue el golpe en la mesa de Coppola, que fue capaz de entregar un filme insuperable al que se considera como una de las mejores películas de todos los tiempos, si no es la mejor.
Todo en ella, desde sus personajes, su autenticidad y la atemporalidad de su narración o la icónica banda sonora, forman parte de una obra maestra y una película perfecta y emblemática. En el año de su estreno acumuló hasta once nominaciones a los Oscar. Y, aunque pareciera imposible, fue superada por su secuela. Además, su rodaje está repleto de anécdotas.
Una escena emblemática
Después de escuchar los inconfundibles acordes de la banda sonora compuesta por Nino Rota, El padrino comienza con una secuencia icónica en la que acabamos viendo a un hombre a quien le suplican clemencia. Se trata de Don Vito Corleone.
No es solo un hombre increíblemente poderoso, sino que además es el capo de una de las mafias más peligrosas de la ciudad de Nueva York. Una persona que puede ordenar un asesinato con la misma facilidad con la que pide que le traigan el desayuno.
Vito Corleone es alguien que valora el respeto y la amistad, pero las obligaciones laborales le obligan a permanecer en el despacho el día de la boda de su hija. Allí permanece un rato, acariciando a un gato y dejándose encuadrar en una de las imágenes más icónicas de la película.
Aunque se trata de una secuencia que no se rodó tal y como estaba previsto. De hecho, resulta que no estaba planificado incluir al gato en el montaje final y según se revela en un artículo de la revista Time del año 2012, donde se recopilan hasta cuarenta anécdotas de aquel caótico rodaje, este cameo no estaba pensado en absoluto.
Coppola era un director que prefería planificar sus rodajes, pero no dudó en incorporar lo que funcionaba en el mismo momento o hacer los ajustes necesarios en la posproducción.
Pues, al parecer, cuando se estaba rodando la mítica escena, un gato gris y blanco deambulaba por el estudio de Paramount Pictures. Y terminó apareciendo en la secuencia, convirtiéndose en uno de los cameos más icónicos del séptimo arte.