La premisa de cuatro amigos que en plena crisis del patriarcado hacen el esfuerzo de deconstruirse podría ser divertida. O simplemente una fórmula de éxito como la que se exprime hasta la saciedad en el cine español más taquillero. Algo que sabemos que funcionará y que tendrá mucho éxito. Así es como definiría Machos alfa, la serie creada por los hermanos Laura y Alberto Caballero, que a pesar del potencial que podría aprovechar de la idea original, prefiere mantenerse en la comodidad del 'bienquedismo' con su público.
Y acaba dándole la razón a los que defienden eso de que "ni machismo ni feminismo".
En esta comedia de Netflix, que estrena su segunda temporada, seguimos a cuatro amigos en plena crisis de la mediana edad que por culpa de las moderneces contemporáneas se ven obligados a renunciar a su masculinidad tóxica. Se trata de Luis (Fele Martínez), Raúl (Raúl Tejón), Santi (Gorka Otxoa) y Pedro (Fernando Gil), que se han animado a deconstruirse y superar sus defectos.
Sin comprometerse demasiado con la crítica que cualquiera podría esperar de esta serie, Machos alfa deambula por la sutilidad sin tampoco esforzarse mucho por ser realista, dejando que el humor no ofenda a un público que podría verse reflejado en estos arquetipos. Porque aunque todos hemos visto al típico 'machirulo' alguna vez, quizás será mejor no apelar tan directamente a él a través de la ficción, y plasmar las ideas a través de estereotipos vacíos y poco terrenales, no vaya a ser que el que está al otro lado se sienta demasiado interpelado y deje de ver la serie.
El primer ejemplo de ello podría ser el de Pedro, que tuvo que ejercer de 'marido florero' después de que le reemplazasen en la empresa por, cómo no, una mujer. Su evolución en la serie podría ser admirable, porque transita de ser una persona insensible a alguien con cierta humildad, pero nadie se cree el papel de víctima que adopta después de la primera temporada. Ni que sea a su pareja la cazafortunas a quien se le ocurren todas las ideas maquiavélicas mientras él no hace nada.
Por no hablar del estereotipo de la asistenta que tienen en casa, que además de ser latina, la consideran como alguien más de la familia.
Después está Raúl, un personaje al que se aprovecha para ridiculizar el concepto de pareja abierta, como si fuera un recurso al que se acude para aliviar el aburrimiento. Porque debe ser divertido reírse de topicazos como que 'no cuenta como infidelidad' o de que sea ella quien propone abrir la relación.
Por su parte, Luis aparece en la serie para exponer los problemas que tienen algunos hombres para gestionar la falta de apetito sexual, aunque acaba siendo una víctima de su mujer, la villana de ese matrimonio que busca satisfacción en otros lugares fuera de casa y sin su pareja. La cual, por si fuera poco, pasará de intentar arruinar a su familia en los primeros episodios a ser responsable en la segunda temporada de educar a su hijo como alguien que agrede a las mujeres.
Y el último es Santi, quizá el más consciente de los errores que comete y el personaje que más se esfuerza en deconstruirse, si no fuera porque se pasó la primera entrega contando las mujeres con las que mantenía relaciones sexuales para así reafirmar su masculinidad. Es difícil identificar qué chirría más: que nos hagan ver cómo comparte sus "avances" con su hija, que todo esto sea para después volver con su ex, o que después de todo resulte que la que está empeñada en seguir con él sea ella.
Ojalá Machos alfa fuera una serie con la que reírse de verdad, que hiciera algo por representar cómo son las relaciones sexoafectivas entre adultos hoy en día. O que no hiciera de sus personajes femeninos un reflejo de una especie de 'heteropatriarcado al revés'.
Existen maneras de hacer humor riéndose de los avances contemporáneos, pero querer ser crítico con un problema endémico como el patriarcado o hacerlo de una forma tan vacía y sin compromiso con el cambio hace que la serie sea una parte del mismo problema sobre el que cree reflexionar.
Y el hecho de que a tanta gente le divierta ver a cuatro machirulos que creen que se deconstruyen juntándose con 'su amigo gay' o riéndose porque han dejado de lanzar un piropo a una mujer en la calle quizás quiere decir que sigue habiendo mucho que mejorar.