El 13 de octubre de 1972, los jugadores de un equipo de rugby salieron junto con algunos amigos y familiares en el vuelo 571 de la ciudad argentina de Mendoza en dirección a Santiago de Chile para jugar un partido de rugby y disfrutar de unas cortas vacaciones. Pero sus destinos cambiaron para siempre cuando el avión se estrelló y quedaron atrapados en las nevadas montañas de los Andes hasta que fueron rescatados más de dos meses después.
Tres miembros de la tripulación y diez pasajeros murieron por el impacto y cuatro personas fallecieron durante la primera noche debido a las gélidas temperaturas y a sus graves heridas. El 29 de octubre, 16 días después del accidente, el destino asestó al trágico grupo otro terrible golpe cuando se produjo una avalancha que sepultó el fuselaje en el que estaban refugiados en un muro de hielo y nieve. Murieron ocho personas más.
Cuando el clima mejoró con la proximidad del verano austral, Nando Parrado y Roberto Canessa escalaron sin equipo un pico montañoso de 4650 metros y descendieron hacia Chile, donde se encontraron con el arriero Sergio Catalán, que posibilitó su rescate el 21 de diciembre, tras recorrer unos 38 km de distancia.
Pero hasta que llegó ese momento, los 16 sobrevivientes sufrieron penurias extremas como la congelación, la deshidratación y estuvieron a punto de morir de hambre.
Los escasos alimentos y bebidas rescatados de los restos del avión se agotaron rápidamente a pesar de sus esfuerzos de racionarlos. Y a los 3.570 metros de altitud en los que se encontraban no había a su alrededor ninguna vegetación ni vida anima.
El hambre llegó a ser tan abrumadora que algunos intentaron masticar tiras de cuero del equipaje y comer espuma de los cojines de los asientos rotos del avión. A medida que se debilitaban y las posibilidades de ser rescatados se alejaban, los supervivientes se fueron dando cuenta de cuál debía ser el siguiente paso si querían seguir con vida.
Los cadáveres de 18 de sus amigos, familiares y miembros de la tripulación del vuelo estaban congelados en la nieve y la única posibilidad de supervivencia de los pasajeros residía en lo impensable: aprovechar los cuerpos de los fallecidos.
El calvario previo hasta ese decisivo momento, situación que narra J.A. Bayona en La sociedad de la nieve, ha sido recordado por Roberto Canessa en una entrevista en Daily Mail.
"Cada uno de nosotros tomó la decisión a su debido tiempo y consumió la comida cuando pudo", recuerda Canessa, en declaraciones desde su casa de Montevideo.
"Fue un proceso", afirma. "Al principio pensaba que no podía aprovecharme de los cadáveres de mis amigos. Luego se convirtió en algo natural, casi cotidiano, porque la comida era parte del combustible para salir de allí. Elegí vivir. Estoy orgulloso de lo que hice".
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Tras mucho meditar y rezar para que les guiaran, algunos de los pasajeros -entre ellos Canessa- utilizaron una cuchilla de afeitar y fragmentos de cristal para cortar tiras de piel, músculo y grasa de los cuerpos congelados, y se obligaron a tragar pequeños bocados.
Un recuerdo imposible de olvidar
Canessa sigue recordando vívidamente el terrible momento del accidente y la conmoción y desesperación de encontrarse varados en la hermosa pero hostil cordillera de los Andes.
"Vi la montaña frente a nosotros y recuerdo que el avión intentaba desesperadamente subir y ganar altura, y entonces sentí un golpe violento", dice. Luego se detuvo bruscamente porque había llegado al fondo del valle".
Al principio, Canessa se sintió confuso: "No podía creer que siguiera vivo, y pensé que tenía que salir rápidamente porque los servicios de emergencia vendrían a ayudarnos. Luego me dirigí a la parte trasera del avión y me di cuenta de que la cola había desaparecido. Miré fuera y nos encontrábamos en medio del paisaje más desolador que puedas imaginar".
Empezaron a comprobar quién había muerto y quién estaba vivo y a tratar a los heridos lo mejor que pudieron. Las gélidas temperaturas eran casi insoportables, y abrieron frenéticamente maletas en busca de chaquetas y jerséis.
En sus memorias de 2016, Tenía que sobrevivir, Canessa describe cómo él y otras personas trabajaron frenéticamente para quitar la nieve de las bocas y narices de sus amigos. Luchó por salvar a su amigo de la infancia Daniel Maspons, que había estado durmiendo a su lado en el fuselaje.
"Desesperado, arañé la nieve helada, rascando hasta que me sangraron las uñas... Le aparté la nieve de la cara y de la boca y me incliné para escuchar su respiración. Pero sólo había silencio. Mi querido amigo había muerto", escribió.
El pacto
La huida de las fauces de la muerte causó sensación y los medios de comunicación calificaron su rescate de "milagro". Sin embargo, casi de inmediato empezaron a surgir preguntas. ¿Cómo pudieron sobrevivir 72 días en un entorno hostil donde nada crecía ni vivía? Entonces aparecieron en los periódicos chilenos fotos de una pierna medio devorada, tomadas por miembros del Cuerpo de Socorro Andino, y se conoció la verdad.
Los supervivientes celebraron una solemne y emotiva rueda de prensa en la que, a través de un portavoz, explicaron su "pacto" y lo que habían tenido que hacer para sobrevivir. Canessa dice que más tarde habló personalmente con las familias de las víctimas.
"Todo el mundo tiene su opinión buena o mala sobre lo que hicimos, pero yo elegí vivir. Nunca he dudado de lo que hice", explica Canessa.
Hoy en día, Canessa señala que "trasplantamos órganos como riñones o corazones después de la muerte para salvar vidas. Del mismo modo, utilizamos los cuerpos de los muertos para seguir viviendo".
Vivir honrando el sacrificio
En el momento del accidente tenía 19 años y era estudiante de medicina. Ahora tiene 70 años y es uno de los cardiólogos pediátricos más importantes del mundo.
Terminó la carrera, se casó, tuvo tres hijos y ahora es abuelo. Dice que la experiencia de vida o muerte fue un catalizador para la forma en que ha vivido su vida, y su objetivo siempre ha sido honrar los sacrificios de aquellos hombres y mujeres que no regresaron de las montañas.
No podía mirar a los parientes que perdieron a sus familiares y que me vieran como un tonto", continúa. Me comprometí a llevar una vida decente y valiosa en homenaje a mis amigos y a valorar el tiempo que me han dado y que los demás no tuvieron".
'La sociedad de la nieve' los ha unido
Aunque esta dramática historia real ya ha sido fuente de inspiración de libros, documentales y la película de 1993, Viven, según los sobrevivientes la nueva versión de J.A. Bayona es "lo más cerca que se ha estado de comprender lo que vivieron él y los demás pasajeros", afirma Canessa.
Eduardo Strauch, otro de los sobrevivientes, afirma que la película "'La sociedad de la nieve' nos permitió unirnos". Rafael Federman es el actor que le da vida en el filme.
Durante la premiere de la producción de Netflix en México, Strauch reconoce que la obra de J.A. Bayona sirvió para dejar atrás el distanciamiento entre algunos de los sobrevivientes de aquellos trágicos 72 días en la cordillera.
"La mayor virtud de la película es que ha vuelto a unirnos y a hacernos encontrar a las familias de los que iban en ese avión, que hubo una especie de grieta, hasta ahora, que se fue acomodando con el tiempo pero quedaban distanciamientos”, dijo Strauch este martes en una conferencia en la ciudad de Guadalajara.
Todos coinciden en que la película es una descripción honorable de la terrible experiencia que ellos y sus seres queridos pasaron. "Esta película trata del espíritu humano. Es una historia sobre personas normales que se enfrentan a circunstancias terribles y sobre cómo la esperanza, la determinación y la camaradería produjeron resultados increíbles", afirma Canessa.