Cuando empezó Ozark era imposible no compararla (a la baja) con Breaking Bad, pero supo encontrar personalidad propia y convencer a los incrédulos que decidimos darle una oportunidad. En esta intensa cuarta temporada la serie se mantuvo fiel a su estilo, estrechando las vías de escape de sus personajes y poniéndolos constantemente en situaciones de vida o muerte hasta su inevitable final.
Desde que los Byrde se mudaron a Ozarks la vida no les ha dado un respiro, así que tampoco iba a dárselos en esta entrega. Mucho menos en los siete episodios finales, después de la soga adicional que se pusieron en el cuello con la muerte de Ben, las tentativas de acuerdo con el FBI, la disfuncionalidad de su familia, la imposición permanente de Omar Navarro, la aparición de Javi Elizondo y los varios enemigos que hicieron por el camino. Intentaban, como siempre, ver una luz al final del túnel, porque no tenían otra opción, pero cada paso que daban parecía llevarlos en dirección contraria.
En este texto no encontraréis, por supuesto, ningún spoiler, pero tampoco ninguna valoración velada ni a favor o en contra sobre el episodio de desenlace, porque están embargadas por Netflix hasta el lunes 2 de mayo.
Con el paso de las temporadas, "de perdidos al río" parecía ser el único mantra posible para Marty y Wendy, que aprendieron a dejarse llevar por la corriente, confiando en que encontrarían un palo al que asirse en el caudal, en lugar de luchar contra ella. Después de todas las malas decisiones que habían apilado, y con la escala moral rota en mil pedazos, era más fácil seguir huyendo hacia adelante que intentar encontrar un camino de vuelta a una vida mínimamente normal. En esa huída arrasaron con todo y todos los que se cruzaron en su camino, empezando por la estabilidad de sus propios hijos.
Las decisiones que se han visto obligados a tomar por su supervivencia han sido impulsivas y temerarias. A veces parecían encontrar placer en la cercanía del peligro, en jugar con fuego y quemarse solo un poco. En la posibilidad de jugar a ser dioses y descubrir que podían ganar. Sobre todo Wendy. Su viaje a la oscuridad ha sido aterrador, porque estar en la cuerda floja la hacía agudizar su ingenio y con el tiempo fue sintiéndose invencible. Eso la hizo sumamente peligrosa.
Los Byrde siempre han vestido esas decisiones con un sino de inevitabilidad, pero dejaron de ser víctimas hace muchísimo tiempo y han perpetrado paso a paso su propio el destino y el de muchos otros. Todos los demás personajes han caído en la misma trampa, como si el aire de Ozarks arrastrara consigo una maldición. No es así.
En el tramo final de la temporada hay una sensación permanente de urgencia, cada movimiento es trascendente y cada segundo cuenta; la tensión es insostenible. Y esto se agradece, porque lo vivimos, realmente, como el último acto de la historia. Uno en el que tienen su aparición muchos rostros conocidos. Hasta los muertos encuentran la forma de hacer acto de presencia. La representación de esta última partida es un juego de supervivencia, no de redención, porque esta no es posible. Un juego del que depende el futuro y, literalmente, las vidas de la familia Byrde y la de Ruth Langmore.
El personaje de Julia Garner se convirtió en el alma y corazón de la serie. Si pensamos en Ozark como Breaking Bad, para nosotros ella es Jesse y los Byrde son Walter White: lo único que deseamos es que la vida le dé una merecida segunda o tercera oportunidad. Ozark se despide con un final intenso, pero sobre todo, fiel a su estilo. Y nada más puedo decir sin saltarme el embargo.
'Ozark' está disponible en Netflix.
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