La serie Emily en París ha vuelto. La comedia romántica que obsesionó a partes iguales entre el público que la disfrutaba de forma no irónica y los que la veían sin poder apartar la mirada fue la comedia más vista de la televisión en el año 2020. El impacto de este vehículo estelar al servicio de Lily Collins fue tal que Netflix le ha reservado a su segunda temporada el cotizado hueco navideño que hizo de Los Bridgerton uno de los mayores éxitos de su historia. La apuesta es un éxito garantizado: la serie creada por Darren Star mantiene y potencia los ingredientes que crearon un fenómeno que no va a desaparecer a corto plazo. Es el mundo de Emily Cooper y nosotros vivimos en él.
Puede que no lo parezca a simple vista, pero es posible que las mentes más brillantes de la televisión estén actualmente en su sala de guionistas. En su regreso, la ficción es claramente consciente de la fascinante reacción que despertó desde su estreno esta fantasía romántica y aspiracional sobre una joven estadounidense experta en marketing y redes sociales que se muda a París (sin saber ni una palabra de francés, por supuesto) para decirle a gente que lleva mucho más tiempo trabajando de ella cómo y por qué está haciendo mal su trabajo.
Hay una hilarante escena en el cuarto episodio con la que la serie deja claro que decide ser parte del chiste y no el sujeto del que se ríe la audiencia. Después de varios meses en la ciudad del Sena, la protagonista decide escribir en francés una carta de disculpa a una amiga a la que ha traicionado. El episodio Jules y Em decide ilustrar el momento convirtiendo a Emily en un gigantesco busto parlante en blanco y negro y con la imagen de la torre Eiffel de fondo. Ver a Collins intentando hablar francés recordará al espectador a esa amiga que decidió apuntarse a la escuela de idiomas después de ver Amélie (todos tenemos una).
La respuesta de la enésima víctima de Emily Cooper, rodada en el mismo formato, es impagable: “No entiendo por qué hiciste lo que hiciste, como no entiendo ni una puta palabra de tu carta. Déjame en paz, sociópata analfabeta”. Como diría Soy una pringada, una ilustre hater de Emily en París que acabó dedicándole un vídeo de 33 minutos que evidenciaba que en realidad la había seguido con más interés y atención que cualquiera de sus fans, ¡yaaaaas!
En su segunda temporada, Darren Star sigue al frente de una producción que en su debut acabó colándose por sorpresa en la categoría de mejor serie en los Emmy y los Globos de Oro. El padre de la comedia romántica moderna gracias a Sexo en Nueva York (una marca que puso en marcha antes de ceder los galones de su universo creativo al final de la tercera temporada a Michael Patrick King) ha construido un cóctel extrañamente irresistible que funciona desde varios frentes.
Emily en París es al mismo tiempo una historia de amor ambientada en la ciudad del amor, una sátira del americano medio que se comporta como si el mundo fuera su patio de recreo, una especie de ¿qué pasaría si…? el final de Carrie en París en realidad hubiera sido el inicio de su aventura y un inesperado coming of age sobre una veinteañera que se da cuenta de que se había enfrentado a la vida siguiendo un camino marcado por otros y sin preguntarse qué es lo que realmente quiere hacer ella con su vida.
Los nuevos episodios se olvidan del anticuado choque cultural que retrató de forma efectiva pero simplista en su primera temporada para centrarse en el romance y en la evolución de la protagonista de este cuento de hadas. Como era de esperar, Emily en París decide ignorar por el bien de la fantasía que durante los dos últimos años el mundo se acaba de enfrentar a una crisis sanitaria y económica llamada coronavirus. Star y su equipo no quieren formar parte de esa narrativa y, sinceramente, tampoco nosotros durante estas cinco horas.
Por el camino se quedan las dos únicas maneras en las que el mundo parecía reaccionar al personaje en su primera entrega: despreciarla hasta darse en cuenta de que realmente ha dado una idea brillante (un tropo particularmente molesto porque sus sugerencias nunca eran particularmente buenas… y porque ni siquiera los franceses son tan impertinentes todo el tiempo) o comportarse como si toda su vida girase alrededor de esta recién llegada (como en las malas comedias románticas, donde los amigos o intereses románticos solo parecen existir en función del personaje central).
Emily en París se vuelve más humana cuando Emily empieza a ser más consciente de sus actos, de las consecuencias de sus decisiones y su lugar en sus relaciones sociales y profesionales. La historia deja de tratar a Sylvie como la mala de la función y empieza a dibujar en el horizonte una nueva relación, mucho más interesante, que recuerda inevitablemente a El diablo viste de Prada. Philippine Leroy-Beaulieu es una robaescenas que eleva la serie en cada una de sus apariciones. Las escenas de oficina (“en Francia es ilegal trabajar los fines de semana”, insiste uno de los compañeros de Emily) siguen funcionando mejor que las tramas protagonizadas por su grupo de amigos. Ashley Park es una cantante fantástica, pero en esta temporada hay demasiadas escenas de Mindy haciendo covers de canciones populares.
La serie vuelve a caer en otros vicios del pasado. Si la primera temporada parecía por momentos que era un retrato de las redes sociales hecho por alguien que nunca había tenido redes sociales, los nuevos episodios llevan a la amiga de Emily a un popular local de drag queens. A pesar del imparable fenómeno mundial de RuPaul’s Drag Race en todo el mundo (una versión francesa del formato ha sido anunciada en los últimos meses), a quien vemos en el escenario es a Mindy. Solo Emily en París podría retratar la escena drag en la ciudad sin mostrar a drag queens.
La llegada de un nuevo interés romántico en forma de otro expatriado (un apuesto economista inglés que Emily conoce en sus clases de francés y que no tiene demasiado interés en conocer la ciudad y fomentar sus relaciones sociales mientras está de paso en el país vecino) complica un póker sentimental que promete seguir dando guerra durante varias temporadas. El ritmo, el carisma de Collins y Leroy-Beaulieu, el tono y su espectacular diseño de vestuario ya están de su lado. Ahora solo falta que los guiones abracen aún más la comedia y, de paso, hagan de Gabriel un personaje más interesante. Tenemos noticias para los fans y los detractores de la experta en marketing: tenemos Emily Cooper para rato.
La segunda temporada de 'Emily en Paris' ya está disponible en Netflix.
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