El cine mexicano está en todas partes. Desde el cambio de siglo, nombres como Alfonso Cuarón, Alejandro González Iñárritu, Guillermo del Toro, Michel Franco, Amat Escalante o Carlos Reygadas han provocado que la cinematografía del país viva un éxito sin precedentes. El último en incorporarse al club ha sido Alonso Ruizpalacios, un director que con solo 42 años ya se ha convertido en un habitual del circuito de festivales y que debutó en 2014 con Güeros. Con su tercer trabajo, Una historia de policías, se hizo con el Oso de Plata de la Berlinale y atrajo el interés de Netflix, que acaba de estrenar en todo el mundo un falso documental que se adentra en las contradicciones de la polémica policía mexicana.
El pasado mes de septiembre Ruizpalacios regresó al Festival de San Sebastián para presentar una original y fascinante película que mezcla elementos de ficción y la realidad para explorar los claroscuros de una institución relacionada históricamente con los sobornos, la violencia y la corrupción. A través de la historia de dos policías cualesquiera, Teresa y Montoya, Una película de policías te obliga a mirar más allá de la imagen pública del cuerpo.
SERIES & MÁS habló en la ciudad donostiarra con el cineasta del fascinante viaje a la pantalla de su película más ambiciosa, su encuentro con los policías sobre los que gira la historia, las razones del reciente auge del cine mexicano o su potencialmente controvertida conclusión sobre los integrantes de la institución.
¿Cómo ha cambiado Una película de policías desde el principio hasta lo que ha llegado a Netflix?
Es una película que nació con una premisa de investigación que buscaba dejar que el tema nos dictara la forma y el cómo. Empezó siendo una historia sobre la crisis de impunidad y corrupción en México. Originalmente se iba a tratar de los ministerios públicos, pero pronto decidimos que tenía que tratar sobre el personaje del policía. Eso fue dictándonos la forma hacia dónde tenía que ir. Conocimos a distintos agentes hasta que dimos con Teresa y Montoya. Después el desafío era ver cómo retratábamos las cosas que ellos nos contaban. Creo que es uno de los grandes retos de los documentales, cómo resolver la ilustración de la historia. Ahí apareció la idea de echar mano de la ficción. Originalmente solo íbamos a oír sus voces para no revelar sus identidades. Después nos enteramos de que estaban dispuestos a revelar su identidad, pero como ya teníamos a estos actores para interpretarlos decidimos que también el viaje del actor iba a ser parte de la película. Son decisiones que fuimos descubriendo en el proceso.
Hablaste con varios policías en el proceso de documentación. ¿Qué encontraste en Teresa y Montoya para saber que eran lo que buscabas?
Fue amor a primera vista. Uno de los asesores especialistas en seguridad pública que tuvimos en la producción conocía a Teresa de un programa de reforma para policías de proximidad. Nos dijo que teníamos que conocerla porque tenía algo especial. Una de las primeras historias que me contó fue la que acabó siendo el prólogo de la película, cuando atendió un parto. Cuando hicieron la película Teresa y Montoya tenían 34 y 32 años, pero hablando con ellos me di cuenta de que parecía que habían vivido cuatro vidas. Ellos tenían muchas aventuras, historias y encuentros cercanos con la muerte y con la vida. Me parecieron personas muy interesantes y llenas de contradicciones.
¿Tenías claro desde el principio que querías que los actores pasaran por ese periodo de formación de tres meses a pesar de que no ibas a poder grabarlo?
Sí. Una vez que decidimos que necesitábamos usar la ficción para ilustrar las cosas de las que se hablan, surgió la idea de contratar a unos actores que fueran como los avatares del espectador. Al final es el trabajo del actor, sumergirse en la vida de alguien más. Hay un proceso de estudiar lo que es su personaje y lo que hace, aprender su oficio... A mí todo eso me fascina. Después de decidir usar actores, llegamos a la conclusión de que necesitábamos convertirlos también en personajes en la película. Ese proceso de inmersión nos sirve a nosotros también para entender mejor a la policía y tratar de penetrar en esta institución tan opaca.
Una película de policías juega con el montaje y la música juega a ser uno de esos programas policiales a lo Cops. ¿Cómo surgió esa idea?
Se trataba de ironizar y de jugar. Me parece que reconocer la iconografía es una manera de usarla para ir más allá. Si presentas algo que es lo que nosotros asumimos que es la policía, cuando le cambias el ángulo se vuelve ironía y permite ver el suceso de una manera nueva. Por eso creo que los clichés pueden ser poderosos y una herramienta útil que puedes usar a tu favor. Usar un cliché y cambiar el contexto genera una nueva revelación. Aquí este estilo e iconografía lo que nos permite es decir: esto es lo que se asume que es la policía, pero esto es lo que realmente hay detrás.
En el tráiler se dice que igual que hay buenos policías, hay malos policías. En el fondo es una especie de trampa porque a la conclusión que llegas al final es que es todo mucho más complicado que eso. ¿Cómo ha cambiado esta película tu opinión sobre la policía, tanto a un nivel personal como institucional?
No sé si podría resumir en una cosa cómo ha cambiado mi percepción hacia la policía. Solo te diré que ha cambiado completamente. Yo no puedo ver a un policía de la misma manera que lo veía antes de hacer la película. Y creo que los actores tampoco. Veo a los policías aquí en España y no puedo evitar preguntarme a qué se enfrentan, cómo son sus vidas, cuánto dinero ganan y para cuánto le alcanza, cuál fue su educación y qué valores tienen… Una vez tienes toda esa información, no puedes mirar a la persona de la misma manera.
En México Una película de policías no se estrena hasta noviembre, como en el resto del mundo. ¿Han visto ya la película dentro de la policía?
Solamente hemos tenido una oportunidad de enseñar la película al cuerpo. Fue con una policía que nos ayudó en el rodaje porque tienen una política de reformarse y hacer autocrítica. El director de la policía del DF es una persona muy inteligente que quiere hacer una policía de proximidad y tiene muchos programas para ayudar en esa dirección. Les interesó la película como una herramienta para poder observarse a sí mismos y hacer cambios. Ellos ya vieron la película y les pareció muy fuerte, pero creo que fue algo muy útil para ellos.
Algunos críticos han dicho que eras el mejor cronista que había en Ciudad de México. ¿Sientes responsabilidad como director de demostrar todas las complejidades de tu país y romper con esos estereotipos que hay asignados a él?
Cuando haces una película adquieres una responsabilidad, te guste o no. Tu primera responsabilidad es hacia la película, hacer algo que sea interesante, que sea profunda, que sea compleja…, pero también hay una responsabilidad hacia el mundo que estás retratando. En ese sentido lo que yo trato de hacer es mostrar otras facetas de mi país y de mi ciudad que a veces creo que no se representan tanto en el cine.
Cuando empecé a hacer cine sentí que había un exceso de películas sobre el narco, la violencia y las desapariciones. Me parece que es importante retratar todas esas cosas, pero creo que México tiene muchos más colores. Siempre me han interesado las historias que están en medio de esos límites, que muestran lo fantástico y variado que es México. Siento que siempre se cuentan las mismas historias y con mis películas intento hacer un contrapeso.
¿Qué ha pasado en México en los últimos veinte años para que su cinematografía local haya pegado ese boom?
Creo que son muchos factores, pero hay que decir que el más importante es el estímulo fiscal y los fideicomisos que ahora están peligrando. La comunidad cinematográfica se movió mucho para que las autoridades reconocieran que la cinematografía es una parte del país y una representación que forma identidad y cultura y genera empleos y dinero. Se hizo ver a los legisladores que había toda una serie de beneficios para que existieran becas, subvenciones, ayudas fiscales… Eso empezó a fortalecerse hace veinte años y ha permitido que el cine se democratice.
En los años 70 y 80 eran las mismas cinco personas que tenían todo el dinero del estado, y era imposible rodar. Se ha hecho una gran labor para democratizar esto y permitir que aparezcan nuevas voces. Ahora hay una coyuntura social y política que favorece todo esto, porque hay muchas historias que contar. Es un país que está en perpetua crisis y creo que no deja de ser algo fascinante para la representación. Expresar y entenderse mejor es una necesidad. En todos los sitios hay grandes historias que merece la pena contar, pero creo que las crisis que hay en México tienen un dramatismo tal que ha hecho que salga tanta creatividad.
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