La serie de Netflix La casa de papel es el fenómeno internacional más grande de la historia de nuestras series. Si a alguien le dicen hace diez años que una ficción estrenada en prime time de Antena 3 iba a convertirse en un éxito mundial, con decenas de millones de espectadores de todos los países, nadie lo hubiese creído. Las plataformas lo han cambiado todo, y la serie creada por Àlex Pina tenía los elementos para arrasar. En el fondo se trataba de una serie de robos de toda la vida, pero su ritmo frenético al borde de la taquicardia, sus personajes carismáticos y su influencia del cine de Tarantino se fundieron bien en la coctelera del éxito.
No nos engañemos, hay otro elemento que hizo que La casa de papel calara tan a fondo. En un momento de descrédito de las élites, de los políticos y de las instituciones, una banda de ladrones de buen corazón robaban a los poderosos a ritmo de Bella Ciao. Había algo de catártico en el golpe de la banda del profesor, el disfrutar con que los ricos fueran un poco menos. Todos esos elementos crearon un fenómeno que en Netflix tuvieron claro que había que seguir explotando.
Lo hicieron con una apuesta lógica, un nuevo golpe para la banda. Y nada que objetar a que se quisiera alargar el éxito de un fenómeno tan bestial, pero el problema es que la trama que eligieron para ello se agotó pronto. Primero, porque el efecto sorpresa ya no estaba, y segundo, porque una serie donde sus elementos estilísticos y estéticos son tan efectivos como efectistas, la repetición hace que se dejen ver más sus agujeros.
Todo eso se va notando más cuando más alargas el chicle, y lo de este segundo golpe ya empieza a ser un poco agónico. El atraco en el Banco de España que conformó esta segunda entrega ya va por su tercera tanda de episodios (y queda una). Estaba claro que el nuevo golpe debía responder a aquel ‘más grande y más espectacular’, pero van a ser 26 episodios para resolver el atraco, y uno tiene la sensación de que uno está asistiendo al mismo espectáculo uno y otra vez. Uno que se rige por la misma fórmula matemática: cuando algo parece que va a salir bien hay un giro que les pone en peligro, pero tranquilos, ya lo había pensado el profesor, pero cuidado, hay otro peligro con el que no contaban… cómo que no, el profesor siempre tiene todo pensado. Y así una y otra vez.
Tras ver los dos primeros episodios de esta nueva entrega, que se terminará en diciembre de este año, uno siente que la fórmula está agotándose. Hay una expresión futbolística que encaja a la perfección. La casa de papel está pidiendo la hora, como esos equipos grandes, llenos de estrellas, que ven que como el partido siga avanzando van a perder y prefieren amarrar el empate. La casa de papel goleó en sus primeras entregas, ahora ya empata, y como sigan estirando el chicle va a acabar perdiendo.
La casa de papel es una serie que pide siempre al espectador un salto de fe constante, el de creer que todo eso estaba pensado ya por el profesor. Y aquí en el primer episodio vuelven a usar este recurso una vez. Eso sí, parece que será la última, ya que por lo que avanzan estos primeros episodios, parece que la novedad será que, por primera vez, el profesor perderá el control de todo. Queda ver si realmente apuestan por ese giro o volverán al giro que ya hemos visto cien veces, que todo estaba dentro de sus planes.
En lo que tampoco innova es en sus recursos clásicos. Es normal, son su seña de identidad, el problema es que como toda la serie apuesta por ser frenética, uno tiene la sensación de que se agota. La casa de papel es una serie que siempre va dos puntos por encima de lo que sería cualquier seria normal. Y eso, que funcionaba genial al principio, la sensación de estar en un clímax constante, ya agota. No hay un segundo sin música, no hay una escena sin un montaje rápido y picado, no hay personaje que no tenga la frase más lapidaria y canallita… Una marca de la casa que, seguro, sigue haciendo las delicias de los fans, como el personaje de una Najwa Nimri desatada -no siempre para bien-.
Ese clímax constante hace que no haya tiempo para el desarrollo de los personajes. Todavía estamos esperando un arco para el personaje de Belén Cuesta, y estos dos episodios no dan luz sobre si la habrá. A pesar de eso esta nueva parte de La casa de papel introduce dos nuevos personajes: un exnovio de Tokio al que da vida Miguel Ángel Silvestre; y el hijo de Berlín al que interpreta Patrick Criado -que vuelve a demostrar que está bien en todo lo que le echen y que estamos ante uno de los mejores actores jóvenes del momento-.
No hay muchas más novedades. Cuando uno ha llegado hasta la quinta entrega de la serie sabe a lo que viene, y los responsables de La casa de papel lo saben a la perfección. Saben lo que ha funcionado y siguen explotándolo. Es muy fácil decir que la fórmula se ha agotado desde aquí, pero cuando millones de personas en todo el mundo siguen enganchados y apuntan en un calendario la llegada de los nuevos episodios, eso es que la fórmula sigue funcionando, y que las pocas novedades que les ofrecen son suficientes para seguir pegados hasta ver cómo se resuelve todo… quién sabe, quizás todo esto también lo había pensado el profesor.
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