• Esta crítica de la miniserie 'Halston de Netflix se ha elaborado tras ver la temporada completa y no contiene spoilers.
Ryan Murphy tiene una nueva serie en Netflix: Halston. Probablemente los espectadores se habrán enterado del estreno de la miniserie protagonizada por Ewan McGregor por los banners promocionales en la plataforma, los artículos previos hablando de la obra de un autor que hizo historia al firmar un acuerdo de 300 millones de dólares o por algún tráiler en las redes sociales.
Lo que no habrán encontrado los consumidores habituales de información televisiva son críticas previas de esta historia de auge y caída de un diseñador de moda que hizo historia en los años 70. Tiene una explicación: Netflix no levantó el embargo de las reseñas de la serie hasta que ésta estuvo disponible para sus más de 200 millones de usuarios, una jugada difícil de entender considerando que estamos hablando del último contenido de uno de sus autores estrella y un vehículo al servicio de un popular actor que aspira a colarse en la próxima edición de los premios Emmy.
Es posible que la respuesta de la negativa recepción de la prensa estadounidense haya hecho creer a los ejecutivos de la compañía que tenían razón. Al final era cuestión de retrasar lo inevitable: desde su llegada a Netflix, las críticas a la obra de Murphy (que incluye por el momento a Hollywood, Ratched, The Prom y The Politician) han ido de lo correcto a lo despiadado. Halston sigue fiel a esta nueva normalidad a pesar de que, probablemente, sea su obra más sólida y satisfactoria desde su desembarco en el servicio de streaming.
A lo largo de cinco episodios somos testigos del desenfrenado viaje del diseñador de moda y socialité Roy Halston Frowick, un icono de la moda que marcó el rumbo de la sociedad estadounidense de los años 80. Halston se convirtió durante años en una marca de alcance mundial ligada intrínsecamente al lujo, el sexo y la fama, hasta que la vida y obra del diseñador empiezan su declive el día que decidió aceptar una millonaria oferta por la que vendió hasta su nombre (literalmente) y con la que vulgarizó la imagen que tanto le había costado construir en un mundo acostumbrado a invisibilizar a los hombres homosexuales como él. ¿Les suena de algo?
Para aquellos que conozcan la trayectoria de Ryan Murphy, enfrentarse a Halston es una experiencia similar a ver dos películas de Tim Burton en las que el cineasta trazaba reconocibles paralelismos entre los viajes de sus protagonistas y su personalidad como autor: Big Eyes, la historia de una artista que ya no es dueña de su obra, y Dumbo, en la que exploraba su larga y complicada asociación con una corporación como Disney.
Después de ver su última miniserie, es difícil saber si el guionista está riéndose de sí mismo, de Netflix o de los críticos a los que no duda en dedicar un pasaje en el último episodio de la serie limitada. Murphy parece ser consciente de que su millonario acuerdo con la plataforma (solo superado por Shonda Rhimes, la guionista y productora mejor pagada de la televisión) altera la forma de analizar su obra, aunque luego no se note en sus resultados.
La diferencia entre Murphy y la productora de Los Bridgerton es que, a pesar de que la productora de ella se llame Shondaland en un divertido ejercicio de egocentrismo y autocomplacencia, es él el que parece obsesionado con la autoría de sus obras: 15 producciones series y miniseries en los últimos 22 años. Y eso sin incluir sus escarceos en el cine y las tvmovies con The Prom, The Normal Heart y Come, reza, ama.
En los últimos años, los grandes creadores acostumbran a abrazar Netflix por dos motivos: la promesa de una libertad creativa total y un contrato con muchos ceros. El impecable diseño de producción, los repartos plagados de estrellas y la publicitada nómina del autor dejan claro que el problema de Murphy no es el dinero. Sin embargo, sus últimas series nos obligan a acordarnos de todos esos ejecutivos que supervisaron sus series en Fox y, sobre todo, el canal de cable FX.
En un sorprendente giro de los acontecimientos, para Murphy la supuesta libertad creativa de Netflix se ha transformado en un sinfín de obras impersonales e irreconocibles, un término que nunca esperamos relacionar con el creador de Nip / Tuck, a golpe de bisturí. Lejos de la delirante aparición de Vera Farmiga como una diseñadora de perfumes dispuesta a todo (a todo) por el bien de su arte, cuesta encontrar la personalidad transgresora que le llevó a la posición de privilegio de la que dispone actualmente.
Lo que sí se le puede reconocer es que, pese a saltar al mainstream, sigue siendo fiel a sí mismo en el planteamiento de los temas de su obra: desde la reivindicación de una figura homosexual tan problemática como icónica en Halston, a la reimaginación de qué hubiera pasado si la industria del cine fuera un sitio más abierto y diverso en Hollywood, pasando por la exploración de los orígenes de una de las villanas más emblemáticas del cine en Ratched.
El problema es que las formas, lo que caracterizó su trabajo desde los tiempos de Popular, se han domesticado en favor de un intento de llegar a las audiencias masivas de Netflix. La realidad, sin embargo, es que Murphy nunca fue esa clase de creador. En los mejores tiempos de Glee, su mayor éxito, sus audiencias no llegaban ni a la mitad de los números de Anatomía de Grey.
A partir del libro Simply Halston, de Steven Gaines, la serie propone un gozoso viaje al lujo, el exceso y la falta de prejuicios del Nueva York de los años 70. Ewan McGregor se lo pasa en grande recreando la ingobernable personalidad de Halston. Los valores de producción (con la dirección artística y, por supuesto, el vestuario a la cabeza) son extraordinarios. La inevitable visita al Studio 54 revive algunas de las mejores leyendas del legendario club.
La presencia de mitos como Liza Minelli (con una notable Krysta Rodríguez que imita a la perfección a la actriz de Cabaret en las escenas musicales, aunque la voz de la artista sea difícil de recrear en los diálogos) y los cameos de Vera Farmiga, Rory Culkin y Kelly Bishop son memorables. Hay razones más que suficientes para disfrutar de Halston, pese a que al terminar el viaje sea imposible no quedarse con las ganas de una aproximación al mito menos genérica y nunca se llegue a entender muy bien por qué es una figura tan importante en la historia de la moda.
El relato del diseñador (un hombre excéntrico y caprichoso que revolucionó su industria hasta provocar su propia caída) tiene todos los ingredientes para crear un biopic clásico, efectivo y a mayor gloria de una estrella de Hollywood, una de esas fórmulas que tanto gustaron al gran público en el cine de los años 90. El problema es que esa película no existió: ni la industria cinematográfica ni el gran público parecían entonces dispuestos o preparados para visibilizar referentes homosexuales asignados al éxito. Eso, por suerte, ha cambiado desde entonces gracias a autores revolucionarios como Murphy. Lástima que parezca haberse quedado sin cosas nuevas que decir.
Los cinco episodios de la miniserie 'Halston' ya están disponibles en Netflix.
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