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El 10 de agosto de 2018 llegaba a Netflix de tapadillo una nueva serie mexicana que nadie tenía en su radar. Se llamaba La casa de las flores, y poco a poco se fue convirtiendo en el fenómeno de aquel verano. La protagonizaba Verónica Castro, uno de los rostros más conocidos del mundo de las telenovelas, y es que eso era precisamente lo que era la serie, una actualización a 2020 del culebrón mexicano de toda la vida, ese que arrasaba en Televisa y luego emitían en la sobremesa en España.

Su creador, Manolo Caro, había triunfado en el cine y Netflix le echaba el lazo. Acertaba. Convertía La casa de las flores en un éxito inesperado que duró tres temporadas. La clave de aquella ficción era revisar aquellos culebrones y hacerlos modernos. Si entonces todo eran historias de amor, de mujeres desvalidas que sufren muchísimo hasta encontrar al príncipe que las salve, aquí todo era modernidad. Sexo, bisexualidad, transexualidad, nada de prejuicios y mucha libertad. Una telenovela con un cabaret donde mujeres trans hacían espectáculo y donde los personajes demostraban que había muchas historias por contar desde aquellos códigos que tan bien funcionan con el público.

Está claro que lo LGTB, la representación y la reivindicación del colectivo son lo que le interesa a Manolo Caro, porque eso es lo que ha hecho en su nueva apuesta para Netflix, la miniserie de tres episodios Alguien tiene que morir. Pero si allí todo era brilli brilli y petardeo, aquí se toma más en serio para contar la historia de una familia en pleno franquismo español. Vuelve a poner el foco en las libertades sexuales, y denuncia la situación de aquel momento que resuena ahora más que nunca. En su serie, que al final no es más que otro culebrón LGTB pero esta vez en pleno franquismo, se muestran las cárceles de lesbianas, los murmullos que recibían dos amigos que iban más tiempo juntos del ‘normal’ y cómo los homosexuales tenían que ocultarse bajo el disfraz del régimen.

Así es Alguien tiene que morir.

La jugada no sale del todo bien, pero al menos no asistimos a un blanqueo de la historia como en otras ficciones como Velvet Colección o las primeras temporadas de Las chicas del cable, donde todo estaba pasado por el tamiz de la fantasía y el cuento obviando el contexto histórico. La historia de Alguien tiene que morir comienza cuando un joven, tras ser llamado por sus padres, debe regresar de México a casa para conocer a su prometida, pero el pueblo queda sorprendido cuando regresa acompañado de Lázaro, un misterioso bailarín de ballet. Todo sucede en la España de 1950, en una sociedad conservadora y tradicional donde las apariencias y los lazos familiares juegan un papel clave.

El éxito de La casa de las flores ha hecho que Caro haya podido juntar un reparto de estrellas. Repite con Cecilia Suárez, que hace de la madre mexicana que recibe en una España gris a su hijo, el actor Alejandro Speitzer, que ya había arrasado en Netflix con Oscuro Deseo. Él es el hijo pródigo, y la prometida no es otra que Ester Expósito, el fenómeno salido de Élite que convierte en oro todo lo que toca, y que revienta Instagram con cada vídeo. Completa el cuarteto amoroso juvenil Carlos Cuevas, el protagonista de Merlí y el bailarín mexicano Isaac Hernández. Por si fueran pocos nombres, el cartel lo completan Pilar Castro, Ernesto Alterio y Carmen Maura como matriarca franquista adicta a la caza y las escopetas. Manolo Caro deja la telenovela mexicana para pasarse al culebrón LGTB en pleno franquismo en estos tres episodios que, seguro, se convierten en un éxito en la plataforma.

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