Hay directores que van con el piloto automático, y otros que se nota en cada fotograma que les apasiona lo que están haciendo. Da igual que luego el resultado no esté a la altura, o sea fallido, hay pasión en cómo ruedan, en las historias que cuentan. Una voluntad por salirse del canon, de lo que mandan los algoritmos y las modas. Son realizadores que parecen vivir en otra época, en aquella en la que cada centímetro de película extra costaba un quintal a las productoras.
Enrique Urbizu es uno de esos nombres. Puede acertar más o menos, pero sus productos desprenden aroma a clásico, a series y películas que ya no se hacen o se miran raro. Cuando lo clava es un director capaz de lo mejor (La Caja 507 o No habrá paz para los malvados), pero es que aunque no atine del todo siempre es interesante.
Es el caso de su nueva serie para Movistar+, Libertad, en la que se arriesga a realizar una historia de bandoleros del siglo XIX en pleno auge de las plataformas y en un momento en donde el ritmo frenético es lo que parece que domina todo. No hay espacio para las series reposadas, que se toman su espacio. Él lo ha intentado, y el resultado es tan interesante como irregular. A ratos brillante y a ratos fallido. Uno no puede más que disfrutar y también lamentarse de cómo se le ha escapado una oportunidad de oro para hacer una serie maravillosa que rescatara el espíritu de Curro Jiménez y le imprimiera su toque personal, esa violencia seca, árida. Ese olor a tierra que tienen sus películas.
Y hay muchas cosas que están, pero los cinco episodios de Libertad pesan demasiado. Es una serie a la que le lastra su duración, sus tiempos muertos (demasiados) y un montaje demasiado errático. Se pasa de una escena a otra perdiendo el ritmo, a veces incluso despistando al espectador. Es inevitable pensar en esta ocasión eso de que es una película alargada, y cuando uno ve el montaje cinematográfico que estrena el viernes y que corrige varios de los problemas de la serie, esta sensación se confirma.
A pesar de todo, hay en Libertad muchísimas buenas ideas. Desde lo conceptual, ese paralelismo entre el siglo XIX y la actualidad -las referencias a la monarquía, la corrupción o el liberalismo económico suenan de rabiosa actualidad-, hasta la puesta en escena, donde Urbizu regala momentos de una belleza apabullante, desde esa apertura, que muestra el artefacto narrativo de la serie. Los bandoleros siempre han sido una leyenda, y aquí se cuenta cómo tal. Es una historia contada desde fuera a través de una linterna mágica, en un juego precioso entre la palabra hablada y la imagen filmada.
Ocurre lo mismo con la presentación del personaje de Bebe -más que correcta Bebe-, que aparece en escena con una imagen muy hermosa, la de una bandolera que canta desde su celda a cada ajusticiado. Hay mucho de Goya en Libertad -siempre lo hay en el cine y las series de Urbizu-, hay mucho de Curro Jiménez, cómo no, y hay mucho de western cañí en las montañas extremeñas. Una serie que habla de cómo una mujer intenta escapar de la violencia y hacer que su hijo no la cometa, pero que se verá condenada a ella. Es por eso que el punto de inflexión de la serie llega cuando esa violencia que provoca el propio estado se materialice en forma de destino del que no se puede huir. Es por eso que la violencia en la serie es seca, repentina, sin épica y sin glamourización.
Libertad es demasiado irregular, deja escapar personajes notables -el ilustrado al que da vida Ginés García Millán o ese pedazo de actor que es Isak Férriz que debería tener papeles a montones- y arrastra su duración como un lastre. Pero sigue siendo una apuesta que de puro clasicismo es hasta revolucionaria. Un placer que exista, aunque sea con sus fallos, y un placer que alguien como Enrique Urbizu siga dirigiendo en una época donde el algoritmo podría enterrar su cine en el último rincón de su catálogo.
También te puede interesar...
• Movistar+: todas las series de estreno que se podrán ver en la plataforma en 2021
• Movistar+: las 10 mejores series que puedes ver en su catálogo