2020 fue un año terrible para todos. También para la industria del cine. No sólo porque se pararan los rodajes, o porque las salas tuvieran que bajar la persiana durante meses, sino porque las grandes distribuidoras decidieron que no querían arriesgarse y estrenar sus películas en este año de pandemia y confinamiento. Esta situación, que ha provocado una crisis en las ventanas de exhibición tradicionales, también ha provocado algo que nadie esperaba, y es que el cine de autor y más independiente sacara la cabeza.
Si ya de por sí esas películas son las que se arriesgan, por qué no hacerlo también y salir a por todas en un año como este. Así, desde marzo, se han ido creando pequeños fenómenos de masas en torno a filmes que en un año normal pocos hubieran prestado atención. Ocurrió con la exquisita My mexican bretzel, que desde el festival D’A, que celebró su edición online, se convirtió en un éxito del boca a boca; pero sobre todo ha ocurrido con El año del descubrimiento, el excelente documental de Luis López Carrasco del que todo el mundo habla desde que se presentara en noviembre y que ha ganado el premio Goya al Mejor documental y al Mejor montaje.
Sin paños calientes. El año del descubrimiento es la mejor película española que llegó en 2020. Un documental que entronca con clásicos como Después de, de los hermanos Bartolomé; o con El desencanto, de Jaime Chávarri, en su retrato profundo y complejo de un país que se mira mucho al ombligo pero que hace poca autocrítica y se niega a aprender de sus errores. La obra de Luis López Carrasco no ha dejado de ganar premios desde entonces. Acaba de recibir el premio Feroz al Mejor documental, donde consiguió lo imposible, que una obra de no ficción optara a los galardones de Mejor filme dramático, Mejor dirección y Mejor guion. Un hito que no repitieron en los Goya, donde opta al premio al Mejor documental y Mejor montaje.
El boca a boca convirtió a la película en un éxito en las pocas salas donde se ha ido proyectando, pero ahora llega por fin a plataformas. Ha sido Movistar+ la que se ha apuntado el tanto y la que desde este mismo miércoles ofrece a sus usuarios la posibilidad de descubrir el filme del que tanto se ha hablado estos meses.
La película coloca su mirada en Cartagena, en el año 1992, ese año que España se hizo moderna. O al menos eso es lo que nos vendieron. Los Juegos Olímpicos de Barcelona, la Expo de Sevilla, el 'atletas bajen del escenario'… La imagen que desde el Gobierno se creó y se metió a calzador por los medios de comunicación es que habíamos dejado atrás la oscura sombra de la dictadura y nos sacudíamos el polvo y el olor a alcanfor. De la noche a la mañana éramos Europa. Nuevos, brillantes y relucientes. Y nos lo creímos. Aquel punto de inflexión todavía se defiende a capa y espada por aquellos que no les gusta hurgar en la memoria, pero desde el cine se empieza a replantear esa ‘historia oficial’.
Pero ese mismo año, en Cartagena los obreros se manifestaron durante cientos de días por el cierre de la industria y el abandono del gobierno de Felipe González a los trabajadores. Unas manifestaciones que terminaron con la quema del parlamento regional. ¿Cómo es posible que un suceso tan increíble no esté en los libros de historia, pero sí estén Coby y Curro? Eso es lo que intenta explicar López Carrasco dando voz a todos aquellos que vivieron aquel suceso.
Una obra monumental, que juega con el fondo para hacer un retrato brutal, con bisturí y sin anestesia de lo que pasó aquel año. Pero el 92 es sólo el mcguffin, un año que es importante como punto de giro, pero que es la culminación de la historia anterior del país, y que marca lo que acontecería después. Lo que hace Luis López Carrasco es poner el espejo más desagradable para que entendamos cómo es posible que en la misma Cartagena que fue cuna del antifranquismo y el movimiento obrero hoy salga Vox como el partido más votado. Un documental de 200 minutos que habla de tantas cosas y lo hace tan bien que debería ser de visionado obligatorio para todos los que defienden que ‘España va bien’.
Lo hace con un mecanismo formal y narrativo con el que refuerza la idea de que el pasado, el presente y el futuro se mezclan. Mete su cámara en un bar. No dice qué año es, pero la gente habla de lo que ocurrió en aquel momento. La fotografía es antigua, las ropas de la gente son vintage… ¿Estamos en el 92 o en el 2020? No importa. Los argumentos son los mismos, y resuenan con la misma fuerza.
Su otra apuesta es la pantalla partida. A la vez vemos una declaración y la reacción de quien la recibe. Un plano – contraplano a la vez. Pero también se usa para reforzar la importancia del trabajo y de los que lo desempeñan. Vemos a la mujer que cocina, que limpia. El hombre que atiende. Porque esta es una película que quiere dar voz a los obreros y la importancia de su lucha. Una lucha que en Cartagena eclosionó en 1992. El año en el que aquellos murcianos se dieron cuenta de que un gobierno socialista en el que habían puesto toda su ilusión les trataba igual de mal. El proceso de privatización de las industrias dejó a su paso miles y miles de parados de los que nunca se hablan. Quizás, entre Felipe González y Thatcher no haya tanta diferencia.
Quizás ese desencanto de una generación que ansiaba libertad y a la que la izquierda ha traicionado una y otra vez es lo que ha provocado el auge de la extrema derecha. López Carrasco consigue un mosaico completo y apabullante. Uno tiene la sensación de que ha logrado meter a la España de los últimos 90 años en un bar y que por primera vez nos cuentan la verdad. Sus testimonios son veraces y acongojan.
En sus 200 minutos cabe todo: la importancia del sindicalismo y la pérdida de confianza de los ciudadanos, la clase obrera, su demonización, la necesidad de protestar en la calle, el feminismo, el desencanto de las nuevas generaciones… Todo fluye en un documental río que abre constantes debates. También la Guerra Civil y la memoria histórica aparecen. Porque para entender lo que ocurrió en Cartagena en el 92 hay que entender lo que pasó en el mismo lugar en la Segunda República y en la guerra. Una obra mayor, condenada a quedar en la memoria del espectador, y en la historia de nuestro cine como uno de los documentos que mejor retrató lo que ocurre de verdad en los ciudadanos de a pie.
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