Toda historia tiene dos versiones. Allen v. Farrow también, aunque esa es la última conclusión a la que uno puede llegar después de ver la explosiva miniserie documental de Kirby Dick y Amy Ziering centrada en uno de los mayores escándalos en la historia de Hollywood. El próximo lunes 22 de febrero llega a HBO España el primero de los cuatro episodios que abordan la guerra judicial, familiar y mediática que mantienen Mia Farrow y Woody Allen desde aquel fatídico 4 de agosto de 1992 en el que el director neoyorquino abusó sexualmente, supuestamente, de Dylan Farrow. Supuestamente, sin embargo, no es una palabra que aparezca en el diccionario de los directores de una producción que ha levantado pasiones encontradas. Mientras en Estados Unidos han celebrado que sea “convincente a pesar de que solo muestre un lado”, en Europa se han llevado las manos a la cabeza por la visión salvajemente partidista de la propuesta.
Dos años después del estreno de Leaving Neverland, el explosivo documental en el que tres (supuestas) víctimas de Michael Jackson contaban con todo tipo de detalles la abusiva relación que mantuvieron con el rey del Pop en su infancia, HBO vuelve a embarcarse en un material radiactivo del que es imposible salir sin rasguño alguno. Quien espere encontrar grandes revelaciones sobre un caso complejo y lleno de contradicciones que se alarga desde hace treinta años acabará decepcionado. No las hay.
Seamos claros: nunca se va a llegar a una solución satisfactoria para ninguna de las partes porque, tal y como dijo una persona cercana a la investigación original, es imposible saber y demostrar lo que pasó en aquel ático el 4 de julio de 1992. Pero eso a Allen v. Farrow le da igual: lo único que parecen buscar Dick y Ziering es convertir en la nueva versión oficial el relato de Mia y Ronan Farrow, y rematar de paso la reputación de un director caído en desgracia en su país de origen.
Por el camino se queda el único contenido que resulta relevante, poderoso y nuevo en la producción de HBO: dar la oportunidad a Dylan Farrow de contar su historia. Independientemente de cuál sea la verdad: si realmente su madre se encargó de crear la historia y lavarle el cerebro a su hija (como dijeron algunos expertos en 1992 y mantiene Woody Allen desde entonces) o si el director de Manhattan cruzó la línea con su hija de 7 años, con la que, supuestamente, tenía una fijación obsesiva (una teoría reforzada de forma descarada por el manipulador uso de abundantes imágenes del archivo familiar que presenta en primicia el documental).
Dick y Ziering son los culpables de que el desgarrador testimonio de la única víctima real del caso quede emborronado. Resulta imposible no quedar conmocionado con algunas de las confesiones de Dylan Farrow (ese derrumbamiento físico en mitad de una conversación con su actual marido), pero para cuando éstas llegan el relato está tan manipulado que su impacto queda diluido.
Era evidente que el director de Annie Hall y Soon-Yi Previn nunca iban a participar en el proyecto (el final del último episodio aclara que ambos rechazaron sistemáticamente las invitaciones para ser entrevistados), pero los documentalistas deberían haber buscado testimonios que dieran voz al relato que el cineasta mantiene desde 1992 y que desarrolló de forma extensiva el pasado año en sus memorias, A propósito de nada (Alianza Editorial). Varios fragmentos del libro aparecen de forma recurrente para contextualizar algunas de las situaciones que narra Mia Farrow, pero ignorando estratégicamente todos los pasajes que cuestionaban las actitudes y acciones de la actriz, protagonista de un descarado lavado de cara y narradora principal de los cuatro episodios de la serie.
Con la ayuda de un grupo de periodistas culturales estadounidenses, Allen v. Farrow explora la tendencia de la obra del cineasta neoyorquino de mostrar relaciones sentimentales entre hombres de mediana edad (a menudo interpretados por el propio Allen) y mujeres jóvenes (en ocasiones menores de edad), haciendo especial hincapié en la historia real que, supuestamente, inspiró Manhattan. El segundo episodio no solo insinúa que estas tramas están ahí para normalizar estas dinámicas y suavizar la imagen pública del director. También crea una conexión con su matrimonio con Soon-Yi, la hija adoptiva de Mia. Fingir que los orígenes de la relación de la pareja no son (al menos) cuestionables es ingenuo, pero infantilizar y silenciar a una mujer de 50 años que lleva más de dos décadas felizmente casada con su marido es directamente deshonesto.
La miniserie no deja pasar la oportunidad de verter sombras sobre la pareja, incluso si para ello tiene que utilizar cartelas acusatorias porque no han encontrado a nadie que cuente esos supuestos hechos ante una cámara. Este recurso aparece en varias ocasiones, pero solo cuando es conveniente para la versión de Mia Farrow o cuando no han encontrado a quien respalde una teoría que no están dispuestos a dejar escapar.
Dick y Ziering se habían granjeado el respeto de la industria por sus explosivos documentales en los que denunciaban cómo las violaciones de las mujeres eran sistemáticamente ignoradas en el ejército (The Invisible War, nominado al Oscar) y en los campos universitarios (The Hunting Ground) de Estados Unidos. En su primera serie han cruzado una línea roja que se acaba convirtiendo en el defecto letal de una propuesta llena de ellos. En su loable intento de dar voz a Dylan, Allen v. Farrow trivializa, ignora y minimiza las experiencias de dos de sus hermanos.
La producción de HBO dedica únicamente unos minutos en su último episodio para hacer de menos la carta abierta que escribió Moses Farrow (donde apoyaba de forma vehemente a su padre y detallaba los truculentos secretos de su madre, con maltratos físicos, abandono de hijos adoptados y muertes varias incluidas) y la entrevista a Vulture de Soon-Yi en lugar de contar su punto de vista de la historia y permitir que la audiencia llegue a sus propias conclusiones y decida a quién creer. Lo que sí aparece es un sinfín de testimonios de las mejores amigas de Mia, de expertos que refuerzan la tesis que quiere dar un documental y los hijos con los que sí mantiene una buena relación.
Merece la pena destacar las apariciones de Ronan Farrow, un periodista que, más allá de su celebrada y celebrable participación en la creación del movimiento #MeToo, nos hace pensar en cada una de sus apariciones en esos personajes de House of Cards que parecen estar dispuestos a cualquier cosa con tal de acabar en la Casa Blanca. Eso también incluye recurrir a una memoria prodigiosa e impropia de un niño que solo tenía cuatro años cuando sucedieron los hechos que desencadenaron el final de la relación de la pareja.
La reacción de cada espectador a Allen v. Farrow estará afectada inevitablemente por la opinión que tenía anteriormente sobre la guerra entre un director y una actriz que mantuvieron una relación profesional de 13 películas y una romántica de 12 años. Los que, como quien escribe esto, llegaran indecisos al documental de HBO por la cantidad de grises de un caso complejo y desagradable, se quedarán igual por culpa de una mirada simplista a una historia que no lo es. Los Farrow tenían todo el derecho del mundo a contar su historia después de 20 años en los que la única versión oficial era la de Woody Allen. Pero no así. Una vez más, hemos fallado a Dylan.
‘Allen v. Farrow’ se estrena en HBO España el 22 de febrero.
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