Esta semana ha terminado La conjura contra América, la adaptación de la novela de Philip Roth que ha hecho el dios David Simon y que ha emitido HBO, así que ya podemos emitir un veredicto completo, y no puede ser mejor. Madre mía, menudo final. Mejor, menuda recta final. Simon ha vuelto a demostrar que hace lo que le da la gana y ha creado una serie que se toma su ritmo para contar todo cómo debe contarse. Sin prisas, con mimo. Ya los episodios anteriores habían sido brillantes, pero es que el último es de aplaudir. En HBO tienen que estar contento, ya tienen una nueva joya en su catálogo. Otra más.
Vayamos por partes. Intentemos explicar por qué La conjura contra América es tan buena y tan actual aunque hable del pasado. Para los que no la hayan visto y no la conozcan. La mini serie de seis episodios especula con qué hubiera pasado si en 1940 las elecciones de EEUU no las hubiera ganado Roosevelt sino que hubiera perdido frente a Lindbergh, un piloto y héroe americano que nunca se presentó a las elecciones, pero que si coqueteó con la política y mostró abiertamente su simpatía por el nazismo y se posicionó en contra de que su país entrara en la Segunda Guerra Mundial.
Es una serie sobre el odio, el miedo, y sobre el poder de la palabra para extenderlos. Lo que provoca ese cambio de presidente es un auge de la extrema derecha, que legitima su discurso contra el diferente. Primeros serán los judíos, que se verán atacados en un reflejo de lo que ocurre en Europa. Su presidente no lo censurará. Preferirá callar e incluso recibir a políticos nazis. El típico 'no estoy a favor de las agresiones pero no las condeno'. Algo que nos lleva a muchos líderes de extrema derecha actuales que han visto cómo su discurso agresivo, xenófobo y homófobo llega a las instituciones y cala en la sociedad.
La conjura contra América es una serie que es fascinante en lo audiovisual y un puñetazo en lo político. Simon no entiende la ficción como un arma inofensiva, y aquí su discurso es tan actual que no hay que ser muy listo para pillar todas las referencias a Trump, con ese America First que se dice de forma textual. Pero va más allá, no son sólo los que directamente están en el poder y miran para otro lado, son aquellos que les apoyan, que les protegen y que con su silencio tapan todo. Esa espiral de silencio por no ‘molestar’ que genera odio. Si no condenamos la extrema derecha, sino la desactivamos, acabará extendiéndose como un virus.
Ese virus violento y rabioso es lo que vemos en este brillante episodio. El odio se extiende, el Ku Klux Klan campa a sus anchas y las víctimas comienzan siendo los judíos, pero también los negros, cualquier diferente. Los que los americanos de raza consideran ‘los otros’, pero como se dice en un momento emocionantísimo no podemos comprar ese discurso. Ellos son, realmente, ‘los otros’. Los racistas, los que quieren encerrar y prohibir a quien no piensa igual.
En este último capítulo vemos también cómo actúan aquellos que apoyaron a Lindbergh, como ese rabino interpretado por John Turturro y su mujer, Winona Ryder. Cuando ven lo que su silencio -y su apoyo por tener una posición de poder- ha provocado no lo aceptan. Prefieren creer en teorías de la conspiración y pedir que les ayuden aquellos a quienes han traicionado. Pero pedir perdón no es suficiente. Lo demuestra ese reencuentro con su hermana, una Zoe Kazan a la que le van a llover premios y nominaciones esta temporada. La escena en la que llama al hijo de la vecina e intenta calmarle mientras la cámara se acerca a su rostro lentamente es una de las mejores escenas de lo que llevamos de año.
El final de La conjura contra América es pesimista y deja mal cuerpo a los espectadores. Los sistemas, y las personas, no suelen cambiar, sólo se reconfiguran y se adaptan a una nueva realidad. Un Gatopardo, cambiar todo para que nada cambie. Ahí está esa primera dama que sólo pide democracia cuando su marido cae, y esas elecciones que, a ritmo de Frank Sinatra, cierran la serie de forma brillante. Unas elecciones que muestran un país podrido desde su raíz. Da igual quien gobierne, EEUU repetirá sus errores. Larga vida a aquellos que lo cuentan tan bien como Philip Roth y David Simon.