Uno de los primeros miedos que experimentamos cuando somos pequeños es el miedo a la oscuridad. Cuánta adrenalina sentíamos al apagar la luz de una habitación y salir corriendo de allí sin mirar atrás, o al comprobar que no hay nada bajo la cama antes de dormir. Porque mejor eso que imaginar los tipos de criaturas espeluznantes que se esconden en las sombras y nos acechan desde la oscuridad.

Sobre estos miedos y otros muchos reflexiona precisamente The Boogeyman, la adaptación de Rob Savage (Host) del cuento homónimo que escribió Stephen King en 1973. Y lo hace a lo largo de un camino muy intenso y que podría hacerse especialmente largo para aquellos que no soporten bien la tensión. Incluso aunque apenas dure 99 minutos. 

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En esta película, que se estrena hoy en cines, uno de los protagonistas por excelencia es el Boogeyman, que podría estar entre las criaturas más aterradoras de la noche. No le hace falta tener un aspecto concreto y se esconde en los rincones más oscuros de la mente, bajo la cama o dentro de un armario, desde donde se alimenta de nuestras debilidades y dolor más profundo.

De hecho, no le hará falta ni aparecer en pantalla para causar pavor y establecer el tono de la película desde la primera escena. Su carta de presentación será una de sus jugadas maestras y lo que nos mantendrá en alerta y pendientes de hasta el más mínimo detalle, disparando los niveles de tensión.

Más concretamente, The Boogeyman sigue a las dos hermanas Sadie (Sophie Thatcher) y la pequeña Sawyer Harper (Vivien Lyra Blair), que acaban de perder a su madre en un accidente. Su padre Will (Chris Messina) es terapeuta, pero vive el duelo a su manera y no es capaz de brindarles a sus hijas el apoyo que necesitan.

Un día, Lester (David Dastmalchian) acude a consulta desesperado, afirmando que alguien o algo mató a sus hijos, sin darse cuenta de que es el portador de un ente maligno que se está alimentando de su angustia. Y de que lo ha llevado sin querer a casa de las que serán sus próximas víctimas.

Al principio, el miedo de Sadie y Sawyer a esta presencia misteriosa parece un producto de su imaginación. Pero poco a poco, su padre deja de ignorar el peligro y Sadie busca formas de enfrentarse a esta amenaza por su cuenta.

A través del viaje que llevan a cabo las dos hermanas, The Boogeyman se configura como una película de terror que se desarrolla en plena oscuridad, algo que puede no sorprender por tratarse de un género como este. Sin embargo, también plantea una reflexión interesante sobre el duelo y cómo dejar de huir de él y plantarle cara para seguir adelante.

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The Boogeyman también puede describirse como una historia de terror que se toma el tiempo necesario para funcionar de manera eficaz, pero que no se olvidar de dar unos buenos sustos y elevar nuestra ansiedad antes del enfrentamiento final con un monstruo que es más aterrador por las sensaciones que provoca que por su presencia en pantalla.

Y esto es gracias a las decisiones que toma con acierto Savage, que prefiere darle prioridad a los sustos -o “jumpscares”- antes que profundizar demasiado y de manera innecesaria en lo psicológico y el horror emocional, volviéndose así algo más liviana nuestra experiencia como espectadores.

Como maestro del género de terror, Stephen King tiene una gran habilidad a la hora de llegar a lo más hondo de nuestros miedos, algo que consigue, en parte, estableciendo una conexión emocional con los personajes y convenciendo con sus historias a través de ellos.

Por eso hay que reconocer el trabajo de los actores en una película como esta, y en particular el de Sophie Thatcher (Yellowjackets) y Vivien Lyra Blair (Obi-Wan Kenobi), capaces de abrumar desde la tristeza y la inocencia y elevar el producto final.

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Después de ver The Boogeyman, sólo queda agradecer que Disney lo pensara dos veces antes de estrenarla directamente en su catálogo -en Estados Unidos a través de Hulu-. Porque no es una película muy disfrutable dentro del panorama del género, sino que puede ser incluso más efectiva y absorbente si se disfruta en una gran pantalla, dejándose engullir en el asiento y por la oscuridad de la sala.