30 películas en 15 años han hecho del Universo Cinematográfico de Marvel (UCM) la que es seguramente la saga más importante de la historia del cine. El imperio creado por Kevin Feige se encontró el 28 de agosto con el mayor reto de su trayectoria hasta el momento: la muerte repentina de Chadwick Boseman a los 43 años con la secuela de Black Panther ya escrita, la preproducción del rodaje en marcha y la fecha de estreno anunciada. Marvel perdía al mismo tiempo a un símbolo y al protagonista de un fenómeno sin precedentes capaz de arrasar en taquilla y conquistar hasta a los Oscar, tradicionalmente esquivos con los superhéroes. El desafío de Ryan Coogler era extraordinario y los resultados no decepcionan: Wakanda Forever no solo es superior a la original, también es más compleja y valiente en su propuesta.
El director y guionista afroamericano tenía que seguir explorando las infinitas posibilidades de Wakanda -el mundo más rico e interesante de todos los presentados por Marvel hasta el momento- mientras lidiaba con el elefante en la habitación: la muerte detrás de las cámaras del mismísimo Black Panther. A pesar de que no sería la primera vez que otro actor hereda a un personaje tras la muerte de un compañero de profesión, la relevancia sociocultural sin precedentes de la película de 2018 limitaba sus opciones. Coogler no podía ignorar la muerte de Chadwick, pero tampoco debía permitir que la secuela quedara fagocitada por la ausencia de T’Challa.
El equilibrio entre el homenaje y la necesidad de pasar página está manejada con habilidad por un cineasta que se vio obligado a reescribir de principio a fin la continuación de una dinastía afrofuturista que se ha convertido en un matriarcado tras la muerte del protagonista y el adiós de la saga Daniel Kaluuya y Michael B. Jordan.
[Muere a los 43 años Chadwick Boseman, protagonista de 'Black Panther']
Al frente de esta monarquía inventada queda una imperial Angela Bassett como la reina Ramonda, una mujer que ha perdido a su marido y a su hijo y que resiste a duras penas por el bien de su país y de su única hija con vida, Shuri. Si en la primera película el protagonista de Creed se adueñaba de la función en cada una de esas escenas, aquí es la veterana actriz la que captura la sensación de desazón y resiliencia que empapa Wakanda Forever a lo largo de sus 160 minutos.
A pesar de los problemas entre bambalinas que han rodeado a Letitia Wright (desde la lesión que obligó a paralizar el rodaje nuevamente durante varios meses y su supuesta negativa a vacunarse a pesar de las exigencias de Disney), la princesa científica tiene la mezcla adecuada entre carisma, vulnerabilidad y diferenciación para que el conjunto no se resienta particularmente sin T’Challa. Coogler rodea a la actriz inglesa de elementos conocidos (el espionaje de Nakia y la caída en desgracia de Okoye, la líder de las Dora Milaje) con otros nuevos (la película introduce de forma orgánica a la futura Ironheart, una universitaria superdotada que tendrá su propia serie en Disney+ y que apunta a formar parte de la cada vez más inevitable -y todavía no confirmada- versión juvenil de los Vengadores).
La otra gran novedad de Wakanda Forever es Namor, un villano que confirma el buen hacer de esta franquicia para esquivar la maldición de los enemigos poco memorables que ha lastrado el UCM en muchas de sus películas. Sería interesante saber qué piensa realmente James Cameron de que Disney haya decidido estrenar un mes antes de la tardía secuela de Avatar una película con criaturas azules que habitan en el mar, pero se agradece que las escenas acuáticas no caigan en el artificio y la fealdad de Aquaman.
Una antigua civilización que se esconde de la humanidad bajo el agua llamada Talokan es una mina de oro para los virtuosos equipos artísticos de la saga Black Panther que ya hicieron de Wakanda una de las grandes apuestas a nivel visual y temático del cine comercial reciente. La existencia de un reino submarino chirría por momentos con el tono sociopolítico de estas películas, pero Namor es un personaje con décadas de historia a sus espaldas y, aunque a veces el propio director parezca olvidarse de ello, sus películas viven dentro de los márgenes y las reglas de Marvel.
Las motivaciones de Namor (un villano que en los cómics se ha movido con libertad entre el bien y el mal) encajan con los intereses políticos de un director que, antes de pasar por el aro de Hollywood y dirigir películas de la saga Rocky y Vengadores, se estrenó en el cine con Fruitvale Station, un rabioso drama que denunciaba la brutalidad policial con los jóvenes afroamericanos. En Wakanda Forever, Coogler sigue apelando a sus instintos más primarios con una clara denuncia de la colonización de las grandes potencias, incluyendo un dado a la política exterior de Estados Unidos.
En un mar de blockbusters que no hablan de nada y ni siquiera parecen pretender ser recordados cinco minutos después de abandonar la sala (Black Adam es el último ejemplo), la secuela de Black Panther es un paso adelante en lo narrativo y en lo formal. La anterior película ganó tres Oscar por su revolucionario y vistoso diseño de vestuario, diseño de producción y banda sonora, y la continuación incrementa la apuesta y sigue explotando el carácter racial de su universo (los orígenes hispanos de Namor se manifiestan en una fantástica selección musical -culminada por el esperado y emocionante regreso a la música de Rihanna- que alterna los sonidos latidos con las ya clásicas melodías tribales wakandianas).
Coogler construye con cuidado los momentos más esperados de la función, desde la (inevitable y ya adelantada en el tráiler) aparición del nuevo héroe a los medios homenajes a Chadwick Boseman. La secuela es tan consciente de su propia trascendencia que toma dos decisiones que rompen con las reglas de Marvel: un arranque in media res que aborda directamente la muerte de T’Challla antes de los emocionantes títulos de crédito y la eliminación de la ya habitual escena postcréditos que da algunas pistas sobre el futuro del UCM. Wakanda Forever acaba con un epílogo y un último homenaje a un héroe que se fue demasiado pronto.
En su difícil regreso a las pantallas, lo nuevo de Black Panther es una película masiva e intensa que por momentos puede resultar agotadora y pecar de excesiva por su estructura y ambiciones, una rara avis en un cine comercial cada vez más acomodado. Es lo mínimo que merecía T’Challa.