No es habitual que un director español sea invitado por el Festival de San Sebastián a competir por la Concha de Oro. Mikel Gurrea pasa a formar parte de un selecto club cuyo último miembro era Belén Funes, la autora de La hija de un ladrón. El donostiarra, afincado en Cataluña desde que abandonó su ciudad para continuar sus estudios, se estrena en el largometraje con Suro, un provocador drama de parejas con elementos de thriller que deja más preguntas que respuestas en su audiencia.
Vicky Luengo (Antidisturbios) y Pol Lopez (El sustituto) son Helena e Iván, una pareja que se propone construir una nueva vida y que, después de emprender una aventura empresarial basada en el negocio de la explotación de corcho, va a descubrir que sus diferentes puntos de vista sobre cómo vivir en la tierra emergen, desafiando su futuro como pareja y el futuro inmediato de aquellos que le rodean.
Lo rural como fantasía (o no), el conflicto que surge cuando chocan la teoría y la práctica en la vida real y lo que hay detrás de una expresión como "defender la casa" son algunos de los temas que SERIES & MÁS repasó con Mikel Gurrea horas antes de pisar la alfombra roja del Kursaal de San Sebastián como nunca lo había hecho.
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¿Cómo se siente uno al poder presentar tu primera película a concurso y en tu ciudad?
Es alucinante. Estar aquí con mi ópera prima y en la Sección Oficial en un año con cine español tan potente. Yo soy de aquí, aunque me fui con 18 años de San Sebastián. Si soy cineasta creo que también es en parte porque he mamado este festival. El cine de todo el mundo venía a mi ciudad una vez al año. El proyecto se dio sus primeros pinitos en una residencia en Tabakalera mientras Pol López y yo hacíamos ejercicios de improvisación, que yo escribía y grababa. De alguna forma yo hacía el personaje que luego acabó haciendo Vicky Luengo en la película. Algunas de esas secuencias incluso están en la película. Estar en San Sebastián es como cerrar el círculo. Poder presentarla hoy en el Kursaal y hacerlo acompañado por equipo, familia y amigos es la bomba.
¿Qué se siente al liberarte de una historia que está contigo desde hace tantos años?
En realidad cuando empezamos en la residencia yo tenía el germen de una idea. En 2010, cuando acabé la carrera en Barcelona, me quedé un poco así como sin rumbo. Ese verano que no sabía muy bien qué hacer y acepté la propuesta de los familiares de mi pareja de entonces de trabajar como temporero en la pela del corcho en el norte de Girona. Era un mundo que no conocía, algo físico y muy diferente a lo que yo hago, así que decidí probar. Ahí entré contacto con este universo que es muy rico en texturas, en sonidos y que para mí tenía como una atracción cinematográfica muy fuerte. No lo había visto nunca filmado.
También tuve sensaciones contradictorias. Venía de parte de unos propietarios, pero yo no lo era. Hablaba catalán, pero no lo soy. Estaba haciendo de temporero, pero yo me iba a ir, mientras que para ellos era su día a día. Todo eso se quedó conmigo y pensé en escribir sobre esto algún día. Cuando volví a la idea de Suro ya tenía 32 años, había pasado la vida y yo estaba en una relación larga. En ese momento estábamos en una encrucijada. ¿Vivimos en la ciudad? ¿Queremos vivir en contacto con la naturaleza? ¿Queremos tener críos? ¿Queremos vivir de una forma diferente? ¿Podemos vivir de una forma diferente? Ese es el origen de Helena e Iván, una pareja que deja Barcelona para refundar su relación y su vida en otro lugar.
En el caso de tu historia, los orígenes son anteriores, pero en los últimos años se ha creado una especie de fantasía colectiva alrededor de la vida rural por culpa de la pandemia y la hostilidad de las ciudades.
A mí me parece que las fantasías son legítimas y que querer vivir de una forma diferente es legítimo. En el caso de Iván y Helena lo que me interesaba explorar es que quizá en lugar de nutrirse de un lugar que tiene su manera de expresarse, que lleva funcionando mucho tiempo, deben darse cuenta de que hay mucho que aprender. Si vas como ellos dos, que van con una proyección de cambiar las cosas, de proyectar a futuro más que relacionarte también con el presente, quizá para evolucionar juntos, ahí hay un choque que es en lo que está la tensión de la película. Esta tensión entre proyectar entre las ideas y la práctica y lo que revelas de ti mismo y del otro cuando te pones en práctica, cuando te relacionas realmente.
En este caso yo creo que evidentemente la manera que ellos tienen de hacerlo, pues no les resulta muy sana. La película busca también el drama y el conflicto entre ellos. Si me lo preguntas a mí personalmente, también creo que ellos están en pleno proceso de huida. Al principio de la película les vemos muy ilusionados, pero hay una huida que quizá está intentando dejar atrás problemas que ya existían. También dejan una comunidad, intuimos esta idea de que tenían una comunidad en la ciudad y la dejan. Se van a vivir solos, a hacerse una casa. Hay algo de incomunicación, de desconexión en esa búsqueda, que no creo que necesariamente sea lo que ha buscado mucha gente durante la pandemia. En ese contexto creo que lo que se buscaba más era conectarse, por el tipo de vida que vivimos que estábamos llevando.
Al final de la película el espectador también puede decidir si están juntos o no, si hay una causa a defender o no, si la casa es la casa física o es, digamos, una idea más abstracta
Hablas de la casa como concepto. En la película hay un momento donde se habla de “defender la casa”. ¿De dónde viene esa idea?
Esa es una expresión que a mí me fascinó y que yo oí escuché por primera vez allí. Ahora está como muy en la actualidad este tipo de conversaciones alrededor de los incendios. Es algo casi ya cotidiano estos veranos. Recuerdo que en el 2012 hubo un incendio muy potente, así que llamé a mi pareja de entonces que estaba en esas tierras visitando a sus padres y le pregunté qué iban a hacer si viene el fuego, porque éste se estaba acercando desde los pueblos vecinos. Me dijo: “Pues cogemos las mangueras y defendemos la casa”. Lo soltó como si fuera la cosa más natural del mundo, pero a mí me llamó mucho la atención que pudiera ser una idea cotidiana para ellos.
Para alguien que no está acostumbrado a ese contexto, como son Helena e Iván, es una frase que tiene muchas otras significaciones. Al final de la película el espectador también puede decidir si están juntos o no, si hay una causa a defender o no, si la casa es la casa física o es, digamos, una idea más abstracta.
Suro también toca el tema de la xenofobia. Es un tema recurrente en el festival que ya ha aparecido en las últimas películas de Rodrigo Sorogoyen y Cristian Mungiu. Venimos del Brexit, que en realidad tiene también una base xenófoba.
La sociedad está sufriendo el racismo hoy en día. De alguna forma podemos decir que la sociedad es racista, es machista y es clasista. No las personas. Las personas tenemos la capacidad de serlo o no. Creo que lo interesante es mirarlo para cuestionarlo y para subvertirlo. Esto en la película aparece porque en el mundo del corcho aparece gente de orígenes diferentes. La propia película cuestiona qué es ser de un lugar, es algo que está en el centro de la película, como también cuestiona el mirar a la naturaleza o a las personas. categorizándolos como algo a romantizar o algo a lo que tener miedo a algo, alguien a quien ayudar o alguien de quien tener miedo.
Todo eso está en la película y Suro se lo pregunta. Me interesaba sobre todo dudar y proponer. Si al espectador le resuena, entonces la película está haciendo lo que yo quiero que haga. Ese conflicto se expresa en todos nuestros ámbitos de la sociedad. Quizá en el mundo que propone la película entras más en contacto con esos elementos a nivel piel, pero están desde que salimos de casa en la ciudad.
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El ser humano tiene una naturaleza juiciosa. Con esta película los espectadores no podrán evitar analizar o cuestionar los puntos de vista y decisiones de los personajes. ¿Había una vocación de provocar un debate?
Hay una cosa que pasa cuando escribes una historia como esta. Al principio sientes que los dos personajes protagonistas tienen mucho de ti, pero luego llega un momento en que vuelan y se liberan. De repente tienen vida propia y toman decisiones propias. Es una parte del proceso creativo que disfruto mucho. Ellos dos tienen esa contradicción integrada en sí mismos. Creo que los espectadores pueden sentirse identificados con uno u otro indistintamente en la película, pero también les puede producir una sensación de que ellos, como espectadores, también les van a enjuiciar. Es el derecho del espectador hacerlo así. A mí me parece que toman decisiones muy controvertidas, pero también son decisiones seguramente muy humanas.
Esta es tu primera película. Es habitual que los directores debutantes lleguen al set con la película montada en la cabeza, porque llevan años esperando la oportunidad de contar esta historia. ¿Te sucedió en el caso de Suro o te permitiste el espacio de que la película creciera o cambiara en el set?
Esto que dices es muy interesante. Creo que es algo que está muy presente en el cine en general, la tensión entre control, escritura, libertad y dejar que se cuele lo que es el momento en el que hacemos la película, que es algo que está muy marcado por elementos: sustancias, clima, todo lo que sucede en esos espacios. Es importante sentir que después de hacer la película y estrenarla, te das cuenta de que en efecto se parece a la peli que queríamos hacer y a la vez no es exactamente solo la película que ya tenías en mente antes.
Sería un poco aburrido, al menos para mí. Una de las maneras con las que intenté arriesgar y permitir que esa evolución se pudiera producir era la mezcla entre actores y no actores. La peli tiene dos protas cuyas miradas son el eje de la película. Es una peli de ficción, pero luego está compuesta por gente que nunca jamás se había puesto delante de una cámara, que sabían lo que íbamos a hacer, pero que nunca leyó ni memorizó un guion.
Funcionaba como una banda de jazz. Improvisábamos según una pauta y nos podíamos ir, podía volar aquello mucho. Pol y Vicky, que son actores profesionales y sí tenían el guion, tenían la misión de -como los solistas de una banda- de hacer aterrizar la partitura. Cuando íbamos repitiendo tomas, esas nuevas tomas daban pie a una nueva partitura. La verdad es que buscábamos esa tensión y yo me la creí mucho. Creo que es algo que funciona muy bien.
Pol estuvo en el proyecto desde el principio. ¿Por qué piensas en Vicky para Helena?
Es una máquina. No la conocía entonces, aunque ahora se ha acabado convirtiendo en una de mis mejores amigas. Vicky es una persona muy generosa que se pone siempre a favor de obra. Es muy inteligente y tiene una capacidad muy fuerte que la comparte con Pol a la hora de encarnar la ambigüedad. Los dos sabían capturar a la perfección ese viaje en el que ellos mismos van descubriendo que quizá no son lo que ellos creían proyectar de sí mismos. Luego además Vicky es una actriz que puede ir del gesto mínimo, más pequeño, más sutil e imperceptible, a la explosión más fuerte. Tiene un rango increíble. Queríamos hacer Suro en catalán porque es el contexto en el que sucede la película, y la verdad es que no había tanta gente que tuviera todo eso. Fue un flechazo.
De alguna forma podemos decir que la sociedad es racista, es machista y es clasista. No las personas. Las personas tenemos la capacidad de serlo o no. Creo que lo interesante es mirarlo para cuestionarlo y para subvertirlo
Suro entra en terrenos muy interesantes cuando explora las contradicciones de cierto tipo de personas que se enfrenta a un dilema en la vida cuando se da cuenta de que la teoría y la práctica son dos cosas muy distintas. Es como si todos esos principios estuvieran construidos sobre pies de barro.
En esa contradicción hay algo muy humano que nos permite cuestionarnos y, como digo, mirarnos para evolucionar. No es que me parezca algo a enjuiciar. Creo que es algo a admirar. Yo valoro mucho el intentarlo como actitud en la vida. Lo que sí creo que le pasa a Iván y Helena es que en el momento en que están intentando reflotar, refundar, mantener una relación que quizá no les está sentando muy bien.
En el momento que están intentando mantener de pronto una casa, una explotación forestal de la que tienen que sacar dinero. En ese momento a veces se generan estructuras que para mantenerlas y conservarlas, pasamos barreras que igual esa estructura podríamos modificarla, podríamos dejarla de decir “me sirvió durante un tiempo y ahora me voy a otra cosa que se la quede otra persona” y así, de alguna forma, no tener esa ansiedad. Creo que si escuchásemos a la naturaleza, podríamos aprender eso. Lo que pasa es que somos humanos y es difícil hacer algo así.
Si no tuviésemos esas contradicciones no tendríamos la sensibilidad. Yo creo, significaría que no tenemos sensibilidad entre si no tuviésemos sensibilidad, no podríamos llevar a cabo políticas humanas. Para mí preguntar cosas no significa hacer algo reaccionario. Todo lo contrario, es cuestionarlo para generar debate, que al final es lo que creo que tenemos que hacer como sociedad constantemente. Aunque sea incómodo, aunque sea difícil. Lo tentador es quedarte en un lugar atrincherado, pero entonces pierdes la capacidad de escuchar al otro. Eso es lo que creo al menos.