Cuando el pasado domingo Uma Thurman, John Travolta y Samuel L. Jackson aparecieron en el escenario de los Oscar para celebrar el 28 aniversario de Pulp Fiction, muchos se preguntaron desde sus casas por qué no estaba con ellos Bruce Willis. Ayer descubrimos por qué cuando la familia del actor anunciaba en redes sociales su retirada por problemas de salud derivados de su diagnóstico de afasia. Nunca más volveremos a ver en el cine a una estrella irrepetible que definió el cine de acción de los últimos años del siglo XX y cuyo legado va más allá de la saga Jungla de cristal que le convirtió en un rostro conocido en todo el mundo.
Tras unos primeros años en la industria sobreviviendo como extra en Veredicto final, sustituto de Ed Harris en una obra de Broadway o un personaje episódico en Corrupción en Miami, la carrera de Bruce Willis despegó cuando fue escogido en un multitudinario casting para protagonizar con Cybill Shepherd la serie Luz de luna. La mala relación detrás de las cámaras de la pareja y el salto al cine del actor hicieron que el clásico ochentero se despidiera después de tan solo cuatro temporadas. Su interpretación como el detective David Addison Jr. le valió los dos premios más importantes de su carrera: el Emmy y el Globo de Oro.
Su primer papel como protagonista en la gran pantalla fue en Cita a ciegas, una comedia romántica de Blake Edwards coprotagonizada por Kim Basinger. Y entonces llegó John McClane, el personaje que cambiaría para siempre su carrera. El actor nunca más se despegaría de la icónica imagen con la camiseta sin mangas y manchada de grasa y sangre con la que aparecía en una película que conquistó a la crítica, el público y que incluso llegó a estar nominada a cuatro Oscars.
Convencido de que era una estrella, Willis exigió a 20th Century Fox que le pagara 5 millones de dólares por aparecer en Jungla de cristal. La industria reaccionó con estupor. A pesar de su éxito en Luz de Luna, el actor no había demostrado nada en un mercado tan distinto como el cinematográfico. El estudio accedió a sus demandas, aunque inicialmente apostaron por el edificio Nakatomi Plaza y no por el actor como reclamo comercial para la película. Se equivocaron. Había nacido una estrella.
Durante la siguiente década, Willis protagonizó dos nuevas aventuras protagonizadas por el malhumorado policía, salvó al mundo en Armageddon (el segundo mayor éxito de su trayectoria), puso la voz al bebé protagonista de Mira quien habla, fue el reclamo comercial de Pulp Fiction y volvió a repartir estopa en El último boy scout y El quinto elemento. El actor podría haberse limitado a dar a Hollywood lo que el público esperaba de él. En su lugar intentó deconstruir su imagen con películas como 12 monos, Un muchacho llamado Norte, Ni un pelo de tonto y El color de la noche.
Algunas salieron bien. Otras no, pero dejaron claro que las pretensiones artísticas y comerciales de Willis iban más allá de explotar la gallina de los huevos de oro. Incluso se reía de sí mismo, como dejaron claro La muerte os sienta tan bien, Falsas apariencias y su cameo metanarrativo en El juego de Hollywood, donde interpretaba a una versión ficcionada del propio Willis junto a Julia Roberts. Con su personaje en episódigo en Friends, donde interpretaba al extrañamente sensible novio de Rachel y furioso suegro de Ross, ganó su segundo Emmy.
En 1999 llegaría el mayor éxito de su carrera. A cambio de un porcentaje en los resultados de taquilla, el actor accedió a protagonizar la tercera película de un desconocido director llamado M. Night Shyamalan. El sexto sentido llegó sin hacer demasiado ruido y acabó con 6 nominaciones al Oscar y una extraordinaria recaudación de 672 millones de dólares en todo el mundo. 100 de ellos acabaron en el bolsillo de Willis.
“Nuestra química es muy buena y creemos mucho el uno en el otro. Él era mi héroe. Cuando era niño, tenía un póster de Jungla de cristal en mi pared. Cuando estaba escribiendo El sexto sentido, recordé ese póster y pensé: ¿Qué pasa con ese tipo? Podía ser Malcom”, recordaba el director en 2019, veinte años después de trabajar juntos por primera vez. “Le debo mucho, realmente le debo mi carrera, para ser honesto. Quién tiene la suerte de escribir una película con 24 años y que una superestrella diga que sí y le permita hacerla exactamente de la manera que él quería?”.
Shyamalan y Willis trabajarían juntos en tres películas más: El protegido, un cameo en Múltiple y Glass, la culminación de una trilogía inesperada. Entre su primera y última colaboración, el actor tuvo que aprender que ya no formaba parte de las primeras ligas de Hollywood.
La guerra de Hart, Lágrimas del sol, G.I.Joe: La venganza y Vaya par de polis fueron algunos de sus rotundos fracasos de taquilla. Otras, como 16 calles y El caso Slevin, merecieron mejor suerte. Willis siguió apareciendo en éxitos de menor escala como Looper o Sin City: Ciudad del Pecado y trabajó a la órdenes de autores de prestigio como Wes Anderson, Barry Levinson y Richard Linklater, pero las sombras ya eran más habituales que las luces.
La relativa decepción de la cuarta entrega de Jungla de cristal y el desastre comercial y crítico de la quinta, Un buen día para morir, hicieron que Willis se despidiera para siempre de su personaje más famoso. Tampoco ayudaba que su famoso carácter huraño fuera cada vez más difícil de manejar en los rodajes. Kevin Smith contaba amargado lo difícil que había sido trabajar con él en Vaya par de polis, hasta el punto en el que la estrella se negaba a posar para el póster de la película.
2019 fue el último año que Hollywood dio una oportunidad de brillar a Willis antes de que entrara en la triste última fase de su carrera. El actor apareció en Huérfanos de Brooklyn, la última película como director de su amigo y compañero de dudosa reputación en la industria Edward Norton, y acabó la historia de David Dunn, el héroe a su pesar, en Glass. Fue el último éxito de taquilla para un actor con una filmografía que ha superado los cinco mil millones de dólares en todo el mundo.
A partir de ahí, llegó el declive. Después del anuncio oficial de su retirada, han aparecido artículos que explicaban que la enfermedad del actor era un secreto a voces en Hollywood. Desde 2020 hasta hoy, el actor ha aparecido en 21 películas de serie B por las que el actor estaría cobrando unos 2 millones de dólares incluso en aquellas producciones en las que solo trabajaba un par de jornadas. Las secuelas de su afasia eran tan notables que los guionistas habían tenido que simplificar los diálogos de un actor que ya necesitaba la ayuda de un pinganillo para poder rodar sus escenas.
Los Razzie intentaron ridiculizar la deriva profesional del actor este mismo año cuando decidieron crear una nueva categoría: la peor interpretación de Bruce Willis en una película de 2021. No era la primera vez que los premios dedicados a reconocer lo peor de la industria se fijaban en su carrera.
La estrella ya había sido nombrado el peor actor del año en 1998 por sus trabajos en Armageddon, Estado de sitio y Mercury Rising (Al rojo vivo), pero este reconocimiento especial debería ser el canto del cisne de una organización que ya había perdido su gracia hace tiempo. Quizás nunca la tuvo, como deja claro su desafortunada reacción en redes sociales a las últimas noticias sobre el estado de salud del actor. “Los Razzies lamentan de verdad el diagnóstico de Bruce Willis. Quizás esto explique por qué quería salir por la puerta grande en 2021. Nuestros mejores deseos para Bruce y su familia”.
La carrera y el legado de John McClane, Harry Stamper y Malcolm Crowe merecen algo mejor que un mal chiste.
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