Con el estreno de la esperada The Batman, Bruce Wayne alcanza a James Bond en el número de encarnaciones distintas que hemos visto en la gran pantalla. Robert Pattinson sigue los pasos de Michael Keaton, Val Kilmer, George Clooney, Christian Bale y Ben Affleck, los otros actores que interpretaron anteriormente en el millonario justiciero que ansía calmar las ansias de venganza y justicia que arrastra desde que fue testigo en su infancia del brutal asesinato de sus padres. 81 años después del nacimiento del popular héroe de DC Comics, el traumático asesinato de Thomas y Martha Wayne sigue siendo el ingrediente clave del viaje de este superhéroe sin poderes. La nueva interpretación del personaje a cargo de Matt Reeves, el director que llevó la trascendencia y los ecos shakespearianos a la saga El planeta de los simios, no es una excepción.
Queda muy lejos el espíritu de las películas de Tim Burton y Joel Schumacher que retrataron al solitario Bruce Wayne como un playboy que intentaba hacer de Gotham un lugar más seguro sin renunciar al libertinaje y al lujo. Las secuelas de la muerte de sus padres le arrastraban al lado oscuro y una vida como vigilante, pero el tono de sus aventuras nunca cayó en lo solemne y lo trascendental. El cambio radical llegó con Christopher Nolan y su visión nihilista de Batman en la trilogía de El caballero oscuro, una aproximación al viaje de Batman que causó una revolución en la industria. Gracias al arrollador éxito de El caballero oscuro, iconos como Superman o el propio agente 007 abrazaron la oscuridad en lugar del escapismo que históricamente caracterizaron a las grandes producciones de Hollywood.
Una de las franquicias afectadas por esta nueva tendencia fue El planeta de los simios. En 2011 Rupert Wyatt reinventó de forma refrescante la mitología del universo creado por el escritor Pierre Boulle, pero la historia de César (el chimpancé alterado genéticamente que se erige como el nuevo líder de una especie que se niega a seguir aceptando la tiranía de los seres humanos) no encontró su personalidad hasta que Matt Reeves llegó a la saga y puso en práctica algunas de las lecciones que había dejado el Batman de Nolan. El amanecer del planeta de los simios y La guerra del planeta de los simios convirtieron una historia de aventuras tradicional en un épico, y en ocasiones impostado, relato sobre la supervivencia de una especie en peligro de extinción.
La ambición de Reeves provocó que Warner Bros, en un irónico giro del destino, decidiera poner en sus manos una de sus marcas más importantes y más necesitadas de un cambio de timón después de la frustrante y frustrada aproximación al personaje de un Ben Affleck que prefirió abandonar el barco después de las decepciones de Batman v Superman: El amanecer de la justicia y La Liga de la Justicia y sin haber protagonizado ni siquiera una película en solitario. Tocaba volver a empezar.
La décima incursión de Batman en el cine es también la primera película que abraza, por fin, uno de los elementos más característicos del personaje en su paso por los cómics. En manos de Reeves, el nuevo Bruce Wayne es un justiciero metido a detective que intenta desentrañar los misterios de una Gotham que ha caído en las garras de la corrupción. Más que una película de superhéroes, The Batman es un noir de gigantesca escala que se encuentra a medio camino de la solemnidad de la trilogía de Nolan y la podredumbre moral de los psychothrillers de David Fincher como Seven y Zodiac.
Los que estaban preocupados por ver morir otra vez a Thomas y Martha Wayne pueden estar tranquilos. Aunque el trauma sigue siendo clave, Reeves lo introduce de forma astuta en su concepción de Gotham y el universo. Han pasado más de veinte años del misterioso asesinato de sus padres y Bruce Wayne todavía no ha encontrado respuestas a una tragedia que le ha llevado a utilizar sus recursos para intentar proteger a una ciudad que no parece querer ser protegida. Desde que el joven se transformó en un agente independiente de la justicia que se hace llamar La Venganza, el crimen no ha dejado de crecer en Gotham. Las conexiones del Bruce Wayne de Robert Pattinson con el mundo real son prácticamente inexistentes. No muestra interés en la empresa familiar y solo parece tener relación con su leal mayordomo. No hay rastro de pareja o vida sexual de ningún tipo.
La deshumanización es tal que el espectador apenas ve la cara de Pattinson (y ese look que abraza la estética emo que tanto dio que hablar en los tráilers) en un puñado de escenas. La expresiva mirada y el cuidado trabajo vocal -sin caer en la impostura de Bale y Affleck- de uno de los actores más prometedores de su generación está por encima del retrato simplista de un superhéroe que parece interesar más a Reeves como concepto que como un personaje tridimensional sobre el que construir una nueva trilogía. Batman vuelve y El caballero oscuro jugaron de forma sugerente con la idea de hacer una película de Batman en la que lo de menos era el propio Batman. Ahora Reeves deja en un segundo plano a Bruce Wayne.
Los secundarios aportan una inyección de energía necesaria para una película que apuesta más por el estilo que por la sustancia o el desarrollo personal de las piezas de su tablero de ajedrez. Zoë Kravitz aporta un toque sexy y ligero a Catwoman antes de perderse en la trama, mientras que John Turturro y un irreconocible Colin Farrell se lo pasan bien como Carmine Falcone y el Pingüino, dos de las figuras más temidas de Gotham. Un sobrio Jeffrey Wright sucede a Gary Oldman como Jim Gordon, el único enlace de Batman con las autoridades de Gotham. Más desapercibido pasa Andy Serkis, prácticamente testimonial a pesar de ser de que Alfred es la única conexión que vemos del heredero de los Wayne.
En una aproximación radicalmente opuesta a la de Jim Carrey en Batman Forever, Paul Dano hace las veces del gran villano de la función como Enigma, un misterioso psicópata que parece querer limpiar las calles de Gotham de la corrupción que asola las grandes esferas. Sus primeras apariciones son terroríficas (especialmente en la extraordinaria secuencia de presentación que marca el tono de la película), pero hasta la traca final el personaje funciona más como un detonante para la misión del personaje que como un rival a la altura de los Joker de Jack Nicholson y Heath Ledger o los memorables villanos de Batman vuelve.
El uso de una grandilocuente voz en off y una canción grunge al principio de The Batman (ambos recursos vuelven a aparecer en los últimos momentos de la película) avisan las intenciones de Reeves en la reinterpretación del mítico personaje. Aunque el director se deja llevar demasiado por una aproximación que por momentos resulta demasiado seria y excesiva (jamás se hace aburrida, pero es difícil justificar las tres horas de duración de la propuesta y la película llega ligeramente agotada a un tercer acto que llega demasiado tarde), es refrescante que tenga tan claro el tipo de película qué quiere hacer y cómo ejecutarla.
Sus mejores aliados son la tenebrosa dirección de fotografía Greg Fraser y la extraordinaria banda sonora de Michael Giacchino, dos elementos claves a la hora de marcar el estado de ánimo de una película que se toma tan en serio a sí misma como a la audiencia a la que se dirige y que deja imágenes tan memorables como la inundación que amenaza Gotham. Hay trabajo por hacer en el diseño de sus personajes y la visión del autor no se libra de sus referentes más obvios (nunca antes se habían cruzado tanto el cine de Nolan y Fincher, dos de los directores más influyentes del siglo XXI) pero The Batman nunca cae en las ya casi transparentes fórmulas de tantas películas de presentación de superhéroes. Tras el coitus interruptus de Zack Snyder, es un disfrute volver a la casilla de salida con el superhéroe cinematográfico por antonomasia.
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