Cuando Franco agonizaba en su cama, Verónica Forqué partía con su primera gira teatral de la mano de Nuria Espert. Dos sucesos que pueden parecer independientes, y cuya unión es una casualidad del destino. Sin embargo, la carrera de aquella actriz -que fallecía este lunes a los 66 años-, hija del mítico productor José María Forqué, se convirtió en una metáfora perfecta de la democracia que comenzaría a andar poco después. España dejaría atrás una época gris, oscura y represiva, para zambullirse en la libertad. Y esa es una de las palabras que mejor puede definir a una actriz como Verónica Forqué, que nos ha dejado demasiado pronto, pero con el bagaje suficiente para pasar a la historia del cine español.
Era la propia actriz la que en una entrevista con este periódico hace unos años recordaba cómo en su primera gira falleció el dictador. "Debuté en el teatro con 19 años en la compañía de Nuria Espert. Estábamos de gira en noviembre cuando Franco murió. Lo celebramos muchísimo. Hicimos un fiestón". Nacía así una actriz única, inclasificable, ajena a cualquier etiqueta y con una sonrisa capaz de iluminar un país que hasta entonces había sido en blanco y negro.
La sonrisa de Verónica Forqué era ingenua, humilde, casi naíf y profundamente humanista. Pero sobre todo era una sonrisa que nos hacía felices. Su peculiar voz y su inimitable forma de decir las cosas la convertían en una de esas actrices capaces de lo más difícil: ser normal. Dotar de verosimilitud a cualquier frase imposible. Ella no sólo la hacía creíble, si quería, la hacía divertida. Pocas intérpretes ha dado nuestro cine con una vis cómica tan fina. Verónica nos sonreía y nosotros nos partíamos de risa.
Fueron dos directores los que vieron todo lo que se escondía detrás de sus expresivos ojos, pero quizás fue Pedro Almodóvar quien descubrió aquel torrente cómico en ¿Qué he hecho yo para merecer esto?. Suya fue la prostituta Cristal, y ella la dotó de candidez, de humanidad. España entraba en la Movida, aprendía de libertad sexual y el cine lo mostraba, y Verónica Forqué no tenía miedo de coger papeles que mostraban esa nueva vida lejos de la censura y la moral represiva. La historia del cine de la democracia evoluciona a la vez que su propia carrera.
Almodóvar mostró al mundo a una mujer que, cuando entraba en escena, hacía que todos los ojos se posaran sobre ella. Su forma de paladear las frases, de sonreír, de mover los ojos, todo al servicio de la comedia y todo al servicio de los personajes más libres, más locos. El director encontró en ella a una de esas 'chicas Almodóvar' en las que sus mayores irreverencias se convertían en momentos icónicos de la historia de nuestro cine. Algo al servicio de muy pocas, quizás sólo de dos, Chus Lampreave y ella. El cine mostraba una libertad que llegaba a raudales, y toda esa libertad se veía en el rostro de Verónica Forqué en películas que contaban historias que hasta entonces nunca se habían contado.
Fue en otra película de Pedro Almodóvar, Kika, donde quizás, de forma casi espontánea, se dio la mejor definición de Verónica Forqué como actriz. En un momento dado, Rossy de Palma dice de ella: "Qué equivocada está, pero qué gracía tiene la jodía". Eso es lo que ocurría cuando Forqué entraba en escena. Daba igual que la película no funcionara, porque "la jodía" te hacía reír con una batida de ojos. Es curioso que sin ser Kika (1993) una de las mejores películas de Almodóvar, tenga varios de los momentos más recordados de su filmografía. Curiosamente, casi todos ellos tienen a Verónica Forqué como protagonista, como ese "qué heavy eres, Juana", que es historia del cine y de la cultura popular española.
Con su gracia, con su desparpajo, nos habló del consumo y del tráfico de drogas desde la comedia en Bajarse al moro (1989), y hasta nos dio clases de educación sexual con ¿Por qué lo llaman amor cuándo quieren decir sexo? (1993), comedia de Manuel Gomez Pereira donde interpretaba a la actriz porno más dulce del cine español. En otra de esas coincidencias casi irónicas, la actriz siempre mantuvo una actitud completamente abierta hacia la legalización de las drogas y de la libertad como herramienta ante todo.
"Yo creo que los creadores no pueden tener ningún tipo de censura, que tienen que contar lo que quieran y de la manera que quieran. Luego ya el público que decida si le gusta o si va a verlo o no. Pero prohibir es lo peor que hay. No se puede prohibir nada. Yo estoy a favor de la legalización de las drogas, así se evitarían esas mafias horribles…”, contaba en su última entrevista con este periódico donde también decía que ella nunca tuvo problemas con el sexo, o los desnudos, pero que lo único que pedía era que ellos también lo hicieran: "Me gustaría ver a hombres desnudos también, ¿no? Quiero ver a hombres desnudos en las películas y no los veo. A ellos no les vemos nada, pero a las mujeres, en cambio, se lo vemos todo".
Si la democracia española vivió un momento de efervescencia, después se asentó y volvió a una época de tranquilidad, de relatos donde la familia era lo importante. Si en el cine la libertad de directores como Trueba, Almodóvar y compañía habían dado historias sobre libertad sexual, completamente irreverentes y nuevas; la llegada de las series de televisión en los 90 apostaron por el otro lado de la moneda. Y allí también estaba Verónica Forqué.
Su sonrisa había iluminado la época de ebullición, pero también era capaz de poner color a comedias costumbristas como Pepa y Pepe, con la que se convirtió en una estrella catódica. Eso sí, mucho antes de que las cómicas dieran un golpe en la mesa y revolucionaran el panorama de la stand up comedy, ella dio vida a una mujer que desafiaba el machista mundo de los humoristas en la infravalorada ¿De qué se ríen las mujeres?, donde el trío formado por ella, Adriana Ozores y Candela Peña se reían del sexo, de los hombres y de todo lo que pillaran por banda.
Quién sabe si fue otro guiño irónico del destino, pero esa libertad que siempre pregonaba en cada entrevista, en cada respuesta, la acabó llevando a sus papeles hasta el final. Una de sus últimas interpretaciones fue en Salir del ropero, una comedia sobre dos mujeres que se enamoraban pasados los 70. Eran ella y Rosa María Sardá. Dos monstruos de la interpretación. Dos mujeres libres, únicas, y dos mujeres que a través de la risa nos han contado un país.