En España el cine va por modas. Durante años se puso de moda el terror, y allí que fuimos con todo. Las cadenas privadas apostaron por el género como forma de arrasar en taquilla y produjeron títulos que pasaron de lo novedoso a lo aburrido en una velocidad cósmica. Desde Ocho apellidos vascos ese terreno es de la comedia. Aquel pelotazo inesperado hizo que tanto Antena 3 como Telecinco, obligadas por ley a producir cine, pusieran casi todos sus esfuerzos en filmes de humor costumbrista basado en tópicos nuestros de cada día.
La comedia ha sobrevivido todos estos años, aunque ahora está monopolizada por otras dos vertientes. La comedia familiar con la que Santiago Segura arrasó con Padre no hay más que uno y que ahora es un estilo en sí mismo. Y los remakes de éxitos de otros países adaptados a nuestra idiosincrasia. Ahí la lista es larga: Si yo fuera rico, Operación Camarón, Lo dejo cuando quiera… Porque para qué apostar por algo original si puedes comprar los derechos de remake y apostar por lo que ya sabes que ha funcionado en otro país.
Esta situación ha provocado que la comedia española sea un secarral de propuestas diferentes y originales. De guiones originales que indaguen en otro tipo de humor. Esta situación vive ahora un cambio gracias a la llegada de El buen patrón, la nueva película de Fernando León de Aranoa que es la mejor comedia española en muchos años. Por supuesto no está producida por una televisión privada, pero debemos dar gracias porque por fin hayamos escapados de las modas que ahorcan nuestro cine y a nuestros talentos.
Desde ya podemos decir que El buen patrón es, además, la mejor película de Aranoa desde Los lunes al sol, un título con el que tiene mucho que ver. Si en aquella ocasión, desde un punto de vista mucho más dramático, ponía el foco en los trabajadores de un astillero, aquí viajamos hasta el presente para ver cómo aquella solidaridad obrera, aquella fuerza del trabajador se ha perdido. El triunfo del liberalismo económico gracias a la historia de ese buen patrón que da título a la película. Un jefe que sólo mira por el bien de sus trabajadores si ese bien repercute en la empresa, pero al que no le tiembla el pulso para despedir a quien sea por seguir teniendo beneficios.
El buen patrón no es una comedia de ‘gags’, sino que todo se basa en un humor fino, ácido, y que usa a este empresario de provincias para hacer una metáfora de un mercado laboral donde el trabajador tiene penalizado quejarse. Donde los sindicatos o no existen o están demonizados y donde sólo existe el sálvese quien pueda. Si encima el jefe es el típico ‘cabrón’ con carisma tienen la mezcla perfecta.
Todo es reconocible. Todos hemos conocido a esos empresarios “hechos a sí mismos” que misteriosamente han heredado todo. Y en esa cotidianidad es donde Aranoa saca sus mejores cartas. Radiografía las relaciones laborales con precisión gracias a la historia de este jefe que hará todo por conseguir un premio a la excelencia europea. Tráfico de influencias, despidos… lo que sea. Aranoa, que siempre había introducido el humor en sus obras aunque nunca se había sumergido en una comedia, construye un guion de una precisión de reloj suiza.
Escribe varias de las escenas más hilarantes del cine español en mucho tiempo. Como las cenas del jefe con su mano derecha, la reunión con el otro matrimonio y la hija de uno de ellos, la escena de la cama donde Bardem descubre algo que cambia todo… Deja, además frases para el recuerdo, como ese “En el notario”, que responde su mujer o ese lapidario “mi padre no cazaba con el tuyo, le cargaba la escopeta”, o la muestra de cómo dejar claro en una línea de diálogo que la diferencia de clases es transversal a cualquier relación, ya sea laboral o personal.
Si la película de Aranoa raya un nivel tan alto, es también por el trabajo de Javier Bardem, que vuelve a confirmar que es uno de los mejores intérpretes en activo en todo el mundo y uno de los grandes de la historia de nuestro cine. Su Julio Blanco es, desde ya, uno de esos personajes que quedan grabado a fuego en el cine español. Un ‘cabrón’ al que dota de carisma y con el que se transforma. Le otorga una forma de hablar, de moverse, hasta de comer jamón y picos de pan. Tiene momentos donde un sólo gesto consigue la carcajada. Una bestialidad que además viene acompañada de dos de esos secundarios de lujo de nuestro cine como son Manolo Solo, siempre perfecto; y Sonia Almarcha, como esa mujer que ha decidido ser florero y oír, ver y callar, aunque siempre tiene un dardo escondido. Un reparto perfecto para redondear una comedia brillante.