Narciso Ibáñez Serrador tapaba la parte inferior de la pantalla cuando visionaba pruebas de casting. Acercaba un papel, que se quedaba pegado a la estática de los televisores de antes como por arte de magia. Cubría así la boca de los actores y se concentraba en sus ojos. Los ojos no mienten, decía. Buscaba en los de sus actores la verdad de los personajes que había escrito. Recordaba ese momento mientras veía a Almudena Amor pasar sus escenas en la película con la boca cubierta por una mascarilla, hace algo más de un año.
Hacíamos las pruebas de reparto para El buen Patrón en las salas de una escuelita de baile, en el corazón de Lavapiés, mientras la tercera ola de la pandemia comenzaba a formarse en el horizonte de aquel verano. Fue el nuestro un rodaje de gel y mascarillas. Cada lunes, una enfermera tomaba una muestra a todos los miembros del equipo, actores y figuración, para detectar posibles positivos y evitar contagios. A las órdenes consabidas de Silencio, Motor y Acción, que gritan los ayudantes de dirección en el set antes de rodar un plano, se añadió la de Fuera Mascarillas, terminando así con el escaso glamour que queda en los rodajes.
La cuarta semana, camino de una localización, escuchaba en la radio del coche al presidente del gobierno decretar otra vez el Estado de Alarma. Si conseguimos terminar este rodaje va a ser un milagro, pensaba mientras el conductor detenía el coche en el arcén y un policía nos preguntaba por los motivos de nuestro desplazamiento. Barrios confinados, controles, salvoconductos, más y más pruebas de antígenos.
Para ese momento, Almudena Amor era ya Liliana Urbina, su personaje en la película. Apareció en el tiempo de descuento, cuando ya casi tenía definido el reparto. Buscó al personaje entre las líneas del guión, con enorme intuición y delicadeza. Entendió su fragilidad y su fortaleza, su oscuridad, su aparente inocencia. Entendió su determinación, su difícil equilibrio de presa que caza. En ella encontré a una actriz siempre dispuesta, sin miedo a arriesgar, con la que resulta imposible no entenderse.
Liliana, su personaje en la película, no es del todo lo que parece: ¿quién lo es? Además de su talento como actriz, Almudena le entregó su sensibilidad, su elegancia y un necesario misterio, que la cámara sabe reconocer.
Sucedió hace algo más de un año, en una escuelita de baile de Lavapiés. Comenzaba a formarse la tercera ola de la pandemia en el horizonte; corría ya el tiempo de descuento en nuestros preparativos para el rodaje, y yo recordaba a Ibáñez Serrador mientras Almudena, recién llegada, pasaba sus escenas ante mí, con la mascarilla puesta aún. Y eso, que parecía un inconveniente, pronto se convirtió en virtud: sólo podía ver sus ojos, y sus ojos no mienten.