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Cuando estábamos en medio de la parte más dura del confinamiento por la covid, alguien se atrevió a decir que cuando todo esto pasara volveríamos a vivir unos “locos años 20”. Una explosión de libertad, desenfreno y ganas de cancaneo que iban a dejar temblando a todos. La segunda jornada del Festival de Cannes dejó claro que aquí lo que hace falta son unos nuevos años 60, un caldo cultural como el que hizo que un músico como Lou Reed revolucionara la música moderna gracias a The Velvet Underground. Tocados por la varita de Andy Warhol, la banda de rock empezó a cantar sobre temas que hasta entonces parecían tabú, como el sexo o las drogas.

Las emisoras más importantes se negaron a poner sus canciones, pero poco a poco se convirtieron en un movimiento que muchos calificaron de contracultural, aunque como ellos mismos reivindican como “cultural” a secas. Canciones modernas, con ritmos inéditos, sorprendentes, que hacían que la música pareciera revolucionaria, como recién inventada. Todo en aquella segunda mitad de la década de los años 60 donde todo parecía posible. Donde se respiraba libertad -no en España, claro- y libertinaje, sin que una excluyera a la otra.

La Velvet ha resucitado momentáneamente en Cannes gracias al documental dirigido por Todd Haynes y que ha sido acogido entre alabanzas. No es para menos. El director de filmes como Carol crea el artefacto perfecto para contar la historia de la banda desde sus inicios hasta su separación por las broncas de Reed con casi todos los miembros del equipo. Primero con Warhol, luego con John Cale, la otra cabeza pensante del grupo.

Lou Reed en el documental. Festival de Cannes

Haynes se aprovecha del ingente material de archivo que ha conseguido la producción -que se podrá ver en Apple TV+- para jugar con él. Comienza presentado la historia detrás de cada miembro, pero desafiando las normas del clásico documental de bustos parlantes. Por supuesto que pasan por allí miembros de aquel movimiento cultural como Jonas Mekas, pero lo que dicen se ilustra con imágenes, dialoga con las canciones de The Velvet Underground, y emociona. Hay juegos de color, coqueteos con el montaje, pantallas partidas y todos los recursos que uno puede esperar para un documental así. Pero nada resulta forzado, parece un documental hecho con la esencia de aquella música.

El documental no se olvida de nadie. Ni de Warhol, agujero negro que podría haber absorbido todo el documental y cuya sombra siempre está presente pero que no aparece de forma explícita hasta la hora de metraje. De Nico, aquella belleza enigmática que llegó como una imposición y acabó conquistando a todos. No se olvida de mostrar el talento tormentoso de Reed, las peleas de egos con Cale, y aquella espiral que les llevó a una disolución demasiado temprana. Tarantino decía que los 60 fueron la última vez que fuimos inocentes y marcaba el asesinato de Sharon Tate como punto de inflexión. El final de la Velvet en el 73 puede que fuera otro.

The Velvet Underground se presentó fuera de concurso, pero como si se tratara del propio Warhol, el documental de Haynes fagocitó todo. Para ellos fue la gala más cotizada, y el resto de películas en competición quedaron postergadas a la sombra. Una pena para el trabajo de Nadav Lapid, que tras triunfar en Berlín con Sinónimos salta a la Sección Oficial de Cannes con La rodilla de Ahed, un puñetazo contra el estado Israelí con el que destaca su ira a través de un alter ego.

'Ahed's Knee'.

Su protagonista es un director que se parece demasiado a él -hasta en un momento dice que su película triunfó en la berlinale- y al que piden presentar su obra en un centro cultural de un pueblo remoto de Israel. Allí se dará cuenta de cómo su país está matando a la libertad. Cómo la censura impone que sólo se hable del sionismo y que se impide dar voz a todo lo que esté relacionado con Palestina.

Lapid vomita su ira, su cabreo monumental, y lo hace contando su película desde la cabeza del director. Eso le permite demasiadas florituras visuales, muchas de ellas excesivas e injustificadas, pero al final consigue que todo cuadre hasta llegar al culmen en un monólogo doloroso contra su país que le puede provocar muchos dolores de cabeza. No es tan redonda, pensada y madurada como Sinónimos, pero es un ejercicio de cine urgente, que nace de las entrañas.

El peor parado de la segunda jornada fue François Ozon, que en su regreso a la Sección Oficial con Tout s'est bien passé no convenció con un filme formulaico sobre la eutanasia. Una película que vale más por poner el foco en una temática que en Francia vuelve a resurgir con las declaraciones de Françoise Hardy, que ha pedido la eutanasia debido al empeoramiento de su estado de salud. Un filme en el que sobresalen Sophie Marceau y André Dussollier pero en el que todo suena a ya visto y hasta a viejo.

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