No hay un género que dependa más del salto de fe del espectador que el musical. Desde que entra en la sala se firma de forma implícita un pacto por el que uno debe aceptar las normas del juego. El musical es un género suspendido en la imaginación, en el que hay que dejarse arrastrar por las pasiones cantadas de sus protagonistas. Es, también, uno de los géneros que mejor luce en la pantalla. El technicolor nunca brilló tanto como en los musicales de Gene Kelly como Un americano en París.
El musical hay que verlo en pantalla grande, en una sala oscura. En la ceremonia cinematográfica. Por eso, tiene todo el sentido del mundo que el Festival de Cannes abriera con el musical más libre, original y excesivo que se recuerda, Annette. Nada raro si tenemos en cuenta que el que lo firma no es otro que Leos Carax, el director de filmes que siempre navegan en el filo, como Holy Motors o Los amantes del Pont-Neuf.
Tampoco es de extrañar que Carax -que logró el premio a la Mejor dirección en el festival- haya caído en las redes del musical. Los mejores momentos de Holy Motors eran, precisamente, aquellos en los que los protagonistas entraban directamente en los códigos del género, como ese interludio brillante que partía en dos su obra. Ahora, y gracias al guion y la música de Los Sparks, cae por primera vez de forma oficial en un musical.
Annette es la mejor apertura posible para Cannes. Uno viene aquí a ver películas como esta, donde el riesgo se respira en cada plano, donde la visión del director se mantiene intacto en cada fotograma, donde cada escena se lanza al abismo. Annette tiene algunos de los males de Carax, es excesiva, hiperbólica y algo irregular, pero es su película menos críptica, la más accesible y, sobre todo, un filme lleno de momentos brillantes, únicos e irrepetibles, de esos que uno recuerda haber vivido en una sala de cine.
Carax vuelve a enseñar el truco nada más comenzar. Enseña las tripas de la película, el artificio, al espectador en un primer número musical tan vibrante, eléctrico y perfecto que da vértigo. Un plano secuencia al ritmo del May we start de los Sparks con el que los creadores aparecen en pantalla marcando las normas del juego que comienza a continuación. Salen los protagonistas, Marion Cotillard, el director, los músicos y todos para pasar de las bambalinas a la acción. Sin solución de continuidad llegamos a la historia.
Annette no es un musical al uso. No es moñas. No hay una historia de superación y amor imposible. Todo lo contrario, es sombría, oscura y trágica, como las óperas que interpreta el personaje de Marion Cotillard, una soprano que se enamora de un músico irreverente en pleno apogeo. Esta es la historia de un amor tóxico. Una película sobre el machismo, que muestra cómo la bestia escondida sale en cuanto a un hombre le tocan su masculinidad y que tiene claro que un maltratador nunca puede ser un buen padre. Henry no puede aguantar el éxito de su mujer y saca una naturaleza que ella nunca quiso ver.
Carax también muestra las cartas de su personaje masculino desde el principio, cuando en una canción de amor el personaje de Cotillard lo primero que dice por su boca es la palabra miedo. También mostrando con ambigüedad cada gesto de ese supuesto amor. Unas manos hacia el cuello que lo mismo pueden abrazar que estrangular. Un musical sobre la oscuridad del ser humano, los malos tratos y la misoginia en forma de ópera rock que a veces peca de poco sutil, pero que siempre encuentra la forma de sorprender.
Una película que también bebe de los cuentos clásicos, con una Blancanieves con los rasgos de Marion Cotillard, siempre mordiendo la manzana del patriarcado. Con una niña Pinocho (qué divertida la primera aparición de la pequeña Annette) y un canto como un conjuro que parece sacado de La Sirenita. Carax sabe que los cuentos infantiles también son machistas, y mete todo en su coctelera de colores, referencias y saltos al vacío.
No sólo de machismo habla Annette. También de los límites del humor, de masculinidades heridas y de lo políticamente correcto gracias a ese cómico lleno de ego y vanidad al que da vida de forma brillante Adam Driver, un actor que puede con todo. Driver carga con la película a sus hombres y con un personaje oscuro, que tiene que resultar tan carismático como repulsivo. Tan hipnótico como terrorífico. Una bestia que crece en cada proyecto, que disfruta del riesgo y que va camino de convertirse en uno de los grandes.
Y qué sería de un musical sin números musicales que uno recuerde. Aquí no brillan por cientos de bailarines o coreografías imposibles, sino por su audacia. Un número con mujeres acusando a un Harvey Weinstein ficticio, un director de orquesta que rompe la cuarta pared cada vez que el travelling circular llega a su rostro, un vals imposible en una barca en medio de una tormenta, una canción en mitad de un cunnilingus… Todo eso es Annette, una película única e inclasificable.