A finales de noviembre de 1974, el director alemán Werner Herzog recibió una llamada de teléfono. Le comunicaban que su íntima amiga Lotte Eisner -crítica de cine y una de las fundadoras de la Cinemateca francesa- estaba muy enferma. El director de Fitzcarraldo o Aguirre, la cólera de dios, quedó en shock. No sabía qué hacer. Sin pensar, de forma casi instintiva, cogió una chaqueta, una brújula, una bolsa de deporte, se puso las botas y salió a la calle. "Me puse en camino hacia París por la ruta más directa, convencido de que, yendo a pie, ella sobreviviría. Además tenía ganas de estar a solas conmigo mismo”, escribió entonces el cineasta.
El resultado de aquello odisea, que emulaba los viajes clásicos de la literatura, quedó plasmado en Del caminar sobre hielo, unas memorias de aquel trayecto en las que Herzog documentaba todo lo que veía y que terminaron convertidas en un tratado sobre la soledad, el artista y el proceso creativo. Una suerte de biblia cinéfila para un joven director, Pablo Maqueda, que en 2020 decidió que iba a imitar el camino de su ídolo cinematográfico para intentar encontrar su hueco en la industria. Así nace Dear Werner, un documental sensorial, bello y emotivo en el que Maqueda sigue los pasos de Herzog hasta encontrarse. Igual que el maestro, él documenta todo lo que ve, pero esta vez con su cámara, y también consigue abrirse en canal para servir de guía sobre una industria que fagocita todo lo que se sale de la norma.
Lo que comenzó como un loco siguiendo a otro loco, terminó también con la unión de ambos. Herzog se sintió profundamente conmovido por la odisea de Pablo Maqueda, y accedió a narrar fragmentos de su propio libro que sirven de voz en off a las bellas imágenes de Dear Werner. De hecho, el filme debía terminar con un encuentro entre ellos que la pandemia impidió, pero que dio lugar a otro final, mucho más personal y emotivo. Una rara avis en la industria española y en un año en el que el documental se está descubriendo como el género más potente del 2020.
Para el director español el detonante no fue Lotte Esiner, sino un revés muy grande en la financiación de la que iba a ser su nuevo largometraje. En ese momento decide que va a repetir ese camino de liberación que hizo Herzog. “Me dije, estoy harto de pedir permiso a distribuidoras a productoras, a agentes de ventas; este permiso me lo voy a dar yo. El valor de esta película no va a venir por un presupuesto o una estrella, sino por la aventura de subir montañas, de caminar 70 kilómetros en un solo día, de hacer una película muy sensorial, desde mi propia mirada. Lo hago sin motivación comercial, como un reto personal para recuperar mi fe en contar historias que se estaba tambaleando. Decido seguir las huellas de este director que yo admiro y le escribo una carta sin esperar respuesta, como quien le reza a un dios”, cuenta Maqueda a EL ESPAÑOL.
Esta religión Hergogiana nace en él “desde muy pequeño”. “Es el director que me enseña que el cine de autor no se trata tanto de puesta en escena, sino de desnudar a los personajes o desnudar tu mirada detrás de la cámara. Sus películas me han marcado, desde Aguirre, la cólera de dios, con esa niebla en las montañas. Yo siempre he tenido el deseo de subir a esa montaña y rodar al amanecer. Eso me ha acompañado y llegó un día en que estaba totalmente hundido y lo hice”, explica.
Ser director de cine consiste en levantarse y llegar a fin de mes levando proyectos, dando clases y suplicando por un espacio que además es muy efímero
En este culto, el libro que escribió Herzog es casi una biblia, y para Pablo Maqueda es el ue consulta “cuando me quiero inspirar o motivar”. “Esa imagen de un cineasta cambiando solo bajo el frío para intentar salvar a otra persona, me parece como la metáfora definitiva del camino de la creación. No centrarnos tanto en el éxito, en la meta, sino en el camino para conseguirlo”. Caminar y escucharse a sí mismo se ha convertido en un hábito para él, que ha descubierto que “el mundo se rebela a quienes caminan a pie”.
“A mí me ha cambiado porque he perdido muchos miedos con esta película. Cuando estás solo en un bosque grabando de noche, todo eso se va. Retos como estos hacen que hoy me sienta capaz de cualquier cosa. A día de hoy siento que grandes presupuestos ayudan a que una película salga adelante, pero esa economía de medios que propone Herzog en sus documentales, me hace querer seguir saliendo a rodar yo solo”.
En este viaje su vida ha cambiado radicalmente, y por primera vez se ha puesto en el centro del relato.”Yo siempre he sido muy pudoroso al hablar de mí en mis personajes, he creado universos muy alejados a mí. Cuando vi Dolor y gloria, de Almodóvar, me quedé muy impactado con ese ejercicio de autoficción. Ahí pensé que era del momento de hablar de algo que conozco, la frustración y el rechazo a la hora de levantar una película. Es un material interesante del que no se habla”.
“Ser director de cine consiste en levantarse y llegar a fin de mes levando proyectos, dando clases y suplicando por un espacio que además es muy efímero, porque un rodaje dura de cuatro a seis semanas. Te tiras años consiguiendo dinero para un instante fugaz, como un meteorito. Me parecía bonito reivindicar en la película esa conciencia de clase más obrera aplicada al cine con esa imagen del director caminando solo, tiritando bajo el frío, para aportar un granito de arena a las nuevas generaciones. Da igual ir el primero o el último, lo que importa es seguir caminando, porque por el camino encontrarás tu voz como cineasta”, zanja.
Si el viaje de Herzog en aquel año 74 terminaba en Lotte Eisner, el de Pablo Maqueda también debía terminar allí. Fue buscando aquella casa en París cuando se dio cuenta de que ella era otra de tantas mujeres olvidadas y sepultadas por la historia a pesar de su historia fascinante -superviviente del Holocausto, salvadora de patrimonio cinematográfico y fundadora de una institución como la Cinemateca-.“Fue muy triste llegar y no encontrar una placa, un reconocimiento. Ahí queda evidente esa desigualdad de género de la mujer en la historia y en el cine”, recuerda el director con pena, pero también con la sensación de satisfacción de quien llega a la meta. A la cima de una montaña que parecía insondable. Ahora, Dear Werner ya no es solo suya, ni de Herzog, es de todos los cinéfilos.