Cuando alguien dice 'cine de espías' todos nos imaginamos a señores interesantes, misteriosos y con un toque de glamour. Una idealización provocada por el cine y la literatura que vuela por los aires con El topo, la mejor adaptación de una novela de John Le Carré y un peliculón dirigido por Tomas Alfredson.
Los protagonistas son espías mayores, tristes, que agonizan sentados en una silla de despacho. No hay nada de emoción en sus vidas. Unos jubilados comandados por Smiley, un imponente Gary Oldman, que tendrá que descubrir a un espía en la cúpula de los servicios de inteligencia británicos. Quien espere persecuciones frenéticas y giros que busque otro filme, aquí hay una propuesta diferente, reposada y que no da todo mascadito.
El topo fue la confirmación de Alfredson, que había destacado gracias a su anterior película, Déjame entrar, con la que le daba la vuelta a otro género: el de vampiros. Con este filme saltó al cine en inglés y además consiguió una escena para la posteridad, ese final a ritmo de La mer cantado por Julio Iglesias con el que confluyen todas las historias. Una maravilla.