Año tras año oigo la misma cantinela: “Es que ya no se hace cine tan bueno como antes”. ¡Me llevan los demonios! Parece que vivimos en una época donde lo único que se producen son títulos infames y que nos conformamos con poco, pero yo me niego a creerlo. Todos los cursos hay unas cuantas joyas que se quedan grabadas en nuestra memoria, que nos han hecho emocionarnos hasta la lágrima o retorcernos en la butaca. Son esas las que pasarán a la historia, las que uno rescate cuando repase el cine del 2000.
Para mí esa es una de las claves que desmontan ese argumento que también tiene algo de 'postureo', de decir que todo pasado fue mejor y que el que lo ve está por encima del resto. El tiempo. Pero antes hay que analizar a los 'haters' del cine moderno, porque hay dos tipos. Los primeros, son absolutos cinéfilos y siguen intentando descubrir algo que les toque de verdad, pero siempre resignados pensando que cada vez es más difícil y que como el Hollywood dorado no hay nada. Es el caso de mi amiga Ainhoa, una de las espectadoras más exigentes del mundo (menos cuando se trata de cine clásico) que ve casi todo lo que se estrena, aunque en sus votaciones en Filmaffinity siempre el peso de la modernidad cueste un puntito por lo menos.
A ella siempre le digo que el tiempo ha sido la mejor herramienta para que pensemos eso. Cuando ahora repasamos el cine de una década vemos lo que ya ha quedado marcado como un ‘clásico’, como una obra de arte imperecedera. Nadie que se pone a ver cine antiguo busca las peores obras del año. Los bodrios. Los títulos que no se comió ni el ácido, mientras que ahora cuando uno va al cine, y más si lo hace asiduamente, es mucho más difícil acertar y encontrar ese título que le apasione.
Contra el segundo tipo tengo la batalla perdida. Son aquellos que directamente piensan que el cine se acabó con Godard, que todo el día hay que estar reinventado la rueda, pero sin embargo pisan un cine una vez cada tres meses. Difícil valorar el cine actual sin conocer voces y autores que muchas veces llegan a poquísimas salas y sin la ayuda de la prensa o los medios (¿Cuántos vieron Lázaro Feliz o Foxtrot el año pasado?. Da igual, si de casualidad van a verlas dirán que ‘están bien pero prefieren lo antiguo’.
Para todos ellos, para los que el argumento del tiempo no es suficiente, ha llegado 2019 a darles un bofetón de realidad. Igual que antes había hecho 1999 y otros tantos, pero ningún 'hater' parecer acordarse. Ahora que llega diciembre y echo la vista atrás para hacer listas de lo mejor y lo peor del año me quedo con la boca abierta ante la apabullante calidad del cine que se ha estrenado estos doce meses. Qué diverso, arriesgado, original, de diferentes géneros y nacionalidades... Nadie que haya disfrutado del cine este año se atrevería a decir que esta cosecha es peor que la de cualquier otro año.
Es difícil coger unas cuantas, pero hay que hacerlo para que quede claro. Que alguien me diga que ese retrato crepuscular de la mafia que ha hecho Martin Scorsese llamado El irlandés 'no es tan bueno como una película clásica'. Un maestro en pleno dominio de su arte y realizando un filme sobre sus obsesiones con toda la libertad del mundo. Con tres actores que son historia del cine dando un recital y compartiendo plano por primera vez. Vería una y otra vez El irlandés y no tengo miedo a decir que creo que el tiempo la recordará como una de las grandes.
Igual que creo que recordará la obra más honesta y sincera de otro maestro, Pedro Almodóvar, el cineasta español más importante de la historia de nuestro cine junto a Buñuel. Un filme que es una operación a corazón abierto y que habla del miedo a la página en blanco, de la soledad, de un país en el que ser diferente era una pesadilla y del poder de contar historias. Todo con su estilo más depurado que nunca. Dolor y Gloria se ha hecho en 2019 (y en España) y es magnífica.
Y qué decir de Parásitos. Muchos por fin han conocido a Bong Joon-Ho gracias a su mejor película, pero ahora descubrirán una filmografía tan sorprendente como la película coreana más taquillera de la historia. No me creo que alguien no haya quedado sorprendido con un filme que transita por el humor negro, el thriller, y el cine social con una facilidad pasmosa que hace que parezca fácil una de las obras más precisas y complejas de 2019. Qué cruel su retrato del capitalismo y qué forma tan original de contarlo.
Es complicado coger sólo unos cuantos ejemplos de un año tan bueno, pero cerraré con Historia de un matrimonio, el retrato más veraz, cruel y doloroso del fin del amor. Del proceso de un divorcio. Todo contado con mimo, atendiendo a los detalles que atestiguan que el cariño muchas veces no se pierde. Sin posicionarse, escuchando a las dos partes de esta guerra sin cuartel que es la separación. Noah Baumbach ha hecho una película tan hermosa y a la vez tan difícil de ver sin sentirse herido que espero que dentro de 50 años la recuerden.
Podría seguir. Podría hablar de la carta de amor al cine que ha hecho el mejor Tarantino en Érase una vez en... Hollywood y que nos deja claro que en sus películas se vive mejor que en la vida real; o de la filigrana técnica de Sam Mendes en 1917 que nos mete dentro de la Primera Guerra Mundial como pocos lo habían hecho (¿se acuerdan de un tal Kubrick y Senderos de Gloria?); del Joker de Todd Phillips y Joaquín Phoenix o cómo el mundo se volvió loco por un villano y se plantearon que había que salir a la calle. También del cine español, con un trío de directores vascos contando nuestra historia en off en La trinchera infinita o de un cineasta gallego, Oliver Laxe, que nos ha emocionado hablando de su tierra y del regreso a casa en la España vacía en Lo que arde. Eso es sólo parte del cine de 2019, ese que muchos dirán que no es tan bueno como el de 1959. Se equivocan. El tiempo me dará la razón.
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