Hay estrellas que parecían condenadas a serlo. Jóvenes, guapos, con el físico que exigen los cánones de una industria que se fija más en el exterior que en lo de dentro. Intérpretes que tenían todo a favor para triunfar, y cuyo éxito puede depender de modas o de cuánto tarden en salirles las primeras arrugas a su rostro.
Otros, sin embargo, parecen tener todo en contra. No son especialmente agraciados, tampoco los más populares...ni siquiera tienen el ego y la picardía suficientes para destacar. En ellos lo único que vale es el talento y la honradez de quien quiere dedicarse a lo que más le gusta.
Álvaro de Luna era de los segundos. El actor fallecido ayer, siempre pensó que no tenía nada que le hiciera especial, de hecho estudió medicina antes de encontrarse con el cine casi de casualidad, donde empezó de extra de estrellas como Kirk Douglas. Parecía condenado a estar siempre en el segundo plano, a no destacar, pero entonces llegó Curro Jimenez y su banda.
La serie protagonizada encumbró a tres intérpretes, los tres tan diferentes como buenos amigos. Sancho Gracia, Pepe Sancho y Álvaro de Luna, el último que ha fallecido dejando casi sin miembros al grupo de bandoleros. Gracia y Sancho tenían todo a favor para triunfar en esta industria. Tenían el porte, el talento y ese aspecto altivo que tanto se llevaba entonces. De Luna sólo les igualaba en talento. Pero él era calvo desde joven, grandote y con cara de buena gente. Tenía esa sonrisa sin ego que hacía que uno quisiera llevarse al Algarrobo a casa. Él era el bruto de buen corazón, ese amigo que sabías que nunca te iba a fallar. De Curro Jiménez podías no fiarte, pero de El Algarrobo lo hacías en cuanto le veías dos minutos. Y eso era gracias a Álvaro de Luna.
Él mismo reconocía en una entrevista al portal del Ayuntamiento de Pozuelo que había tenido mucha suerte por haber sido un actor al que no le ha faltado trabajo. “No correspondía el físico que yo tenía con mi edad; puesto que ya era calvo siendo muy joven. De hecho, al principio llevé muchas veces peluquín. Y tampoco destacaba por una relativa corpulencia. Tal vez por eso me daban papeles violentos que no tenía nada que ver con lo que yo sentía o quería hacer. Pero después de 50 años trabajando, sólo puedo realizar un balance muy positivo porque, en primer lugar, he vivido de la profesión que elegí y me ha dado muchas satisfacciones pero sobre todo porque he conocido a gente que en otras profesiones sería difícil”, decía.
No correspondía el físico que yo tenía con mi edad; puesto que ya era calvo siendo muy joven. De hecho, al principio llevé muchas veces peluquín. Tampoco destacaba por mi corpulencia
Quizás por ello siempre tenía palabras de agradecimiento a los profesionales que apostaron por él a pesar de todo. Que le convirtieron en una estrella pesara a quien pesara y en contra de los estereotipos de la época. “La verdad que tener un buen físico ayuda al actor y al director porque éste último puede prever desde el primer momento cómo es el personaje desde que el profesional entra por la puerta. Aunque los grandes directores, y en España hay muchos, tienen la gran capacidad para ver que el actor y el papel no tienen nada que ver hasta que el primero empieza a interpretarlo. De hecho, hay actores que sorprenden hasta a los escritores de los guiones, cuando desarrollan los papeles en escena”, añadía.
Sudor y talento
Álvaro de Luna se entregaba en cada papel, y lo hacía como si fuera el primero, como si siempre tuviera que demostrar que él estaba ahí por méritos propios. En la misma entrevista definía su trabajo como “una profesión muy vocacional”. “Los papeles están escritos y los actores tenemos que poner nuestro sudor, nuestra mirada, nuestra alegría... tenemos que buscar en nuestro interior para trasladar al personaje aquello que no está escrito. Recuerdo cuando viví en Italia que conocí a Pietro Germi, uno de los mejores directores y actores que ha habido, y estando con él entró una persona de producción y dijo que necesitaban un artista alto y fuerte. Y él, se le quedó mirando y le dijo que sólo necesitaba un actor y que luego, entre él y el profesional ya crearían el personaje. Y de esto aprendí mucho porque era muy joven”, añadía.
Él creaba sus personajes, pero en todos se veía la bondad que transmitía el actor. Así le llegó otro de sus papeles más míticos, el del marido de la farmacéutica Lourdes Cano en Farmacia de Guardia. Aunque el centro de la historia era que la protagonista se volviera a enamorar de su ex, Carlos Larrañaga, el público se sentía mal porque esto significara que traicionara a alguien como Álvaro de Luna.
Ese aspecto de bonachón también lo explotó el cine en sus últimos papeles, como aquel abuelo entrañable en El viaje de Carol o su personaje en El prado de las estrellas, a las órdenes de Mario Camus y única vez que los Goya se acordaron de nominar a un actor que se convirtió en una estrella a pesar de tener todo en contra.