En todas las galas de premios ocurre lo mismo. Al final se habla más de los perdedores que de los ganadores. De ese actor que puso cara rara cuando no escuchó su nombre. Los Goya no son una excepción, y todo el mundo ha elegido a su derrotado favorito para clamar justicia. Que si Verano 1993 merecía más, que por qué no ganó Belén Cuesta… y así año tras año. Para arreglar los errores de los premios de la Academia han venido otros galardones, los Yago, que desde su nombre parodian a sus predecesores.
Lo que hacen los Yago, elegidos por periodistas españoles, es seleccionar a aquellos olvidados por los Goya para reivindicarles y poner el foco sobre esos olvidos injustificados. Las categorías son atípicas: nominado no ganador, no nominado, no reconocido -aquellos profesionales del cine que no entran dentro de las categorías oficiales- y Yago de Honor a alguien mítico que nunca se haya llevado el Goya en toda su carrera (una mención que en otras ocasiones se llevaron Mariano Ozores o Chiquito de la Calzada).
En esta ocasión han rescatado a Verónica, a Marian Álvarez, a Javier Gurruchaga y se han acordado de las profesionales que trabajaron con las niñas de Verano 1993 para conseguir el resultado tan emocionante que luego se vio en pantalla. Ni rastro de Coixet o Handia, ellos ya tuvieron lo suyo en los Goya y ahora les tocaba a esos secundarios que ahora tienen, al menos, un premio de consolación.
La ironía es que este año el creador de los premios, Santiago Alverú, ha optado a un premio Goya… y lo ha perdido. Él es el protagonista de Selfie, de Víctor García León, y vio como su premio al Mejor actor revelación se lo llevaba Eneko Sagardoy. Tras vivir la experiencia de los nominados Alverú se reafirma en la necesidad de los Yago, ya que ahora se ha “dado cuenta de que el proceso de vivir todo esto hace que el actor se olvide de lo importante: de actuar y de los espectadores”. “Creo que las galas y los premios no hacen bien eso. Tienen el foco en el traje, en el momento, y nos olvidamos de que lo importante es la industria. Y ese debate ni se ha planteado en la gala”, cuenta Alverú a EL ESPAÑOL.
Otra de las conclusiones que saca es que si eres una película pequeña, sin dinero para la promoción, ser nominado o ganar es una misión casi imposible. “Sin medios económicos es muy difícil, porque los Académicos tienen que darse cuenta de que la película existe y para eso hacen falta anuncios, hacer pases, mandar DVDs… y te das cuenta de que la periferia delos Goya es muy importante, porque este año hay películas pequeñas, pero hay películas todavía más pequeños que no pueden acceder”, añade a lo que define como unos premios “demasiado encorsetados”.
No le gusta pensar que los Yago sean un premio de consolación, aunque sabe que todavía no tienen la visibilidad que tienen otros galardones. Aspira a que en algún momento ganar uno haga que una película vuelva a las salas, “que es lo importante”.
El germen de todo esto fue ver cómo siempre se dedica un hueco para esos olvidados de los Oscar o los Goya. “Se habla en la calle, y las galas creo que incluso lo motivan un poco. Así que se me ocurrió hacer una gala en la que no hubiera ni nominaciones, ni perdedores, ni esas cosas que son un poco forzadas y que hacen pasar al actor y a los responsables de una película por un proceso estresante e injusto”, apunta. Pese a la crítica deja claro que no es “que la Academia lo haga fatal, ni ir en contra, pero sí hablar de lo que se olvidan, llamar la atención sobre ello”. De ahí la forma del premio, una trompetilla para gritarle a Goya, que se ha equivocado y que de vez en cuando toca “limpiar todo y hacer justicia”.