Estos días se estrena El pasajero, la última cinta de nuestro director más internacional, el que ha conseguido hitos que ningún otro ha alcanzado, como auparse al primer puesto de la taquilla norteamericana. Su nombre es Jaume Collet-Serra. Pero si no se ha enterado, no se preocupe, es normal: frente a la fanfarria mediática que suele acompañar hasta el más pequeño paso de otros, parece como si, a pesar de que nació en Sant Iscle de Vallalta (Barcelona) en 1974, Collet-Serra no fuese de aquí.
Probablemente, porque a los 18 años decidió liarse la manta a la cabeza e irse a Los Ángeles para lograr dedicarse a su pasión: el séptimo arte. Según ha dicho en muchas ocasiones, lo que aprendió en la escuela de cine de allí le valió de bien poco, habría aprendido mucho más sobre técnica si se hubiera quedado a estudiar en España. Pero la diferencia fue la red de contactos que se forjó durante el paso por las aulas: eso sí que tuvo un valor incalculable, insustituible.
Puede que a los puristas del cine también les soliviante que su formación como director no provenga precisamente de coquetear con el cine experimental. Sus inicios le llevaron a trabajar dirigiendo publicidad y videoclips. Allí, mientras compañeros suyos de la escuela se peleaban con cortos en los que indagaban en la angustia existencial de ser veinteañeros, él se enfrentaba a un auténtico máster práctico en el que tenía que obtener rápidamente resultados, ajustarse a presupuestos, manejar a toda una plantilla y, lo que es más importante, lidiar con el ego de estrellas consagradas: siendo apenas un recién llegado, se vio dando instrucciones a Brad Pitt o Enrique Iglesias, sabiendo que el resultado iba a ser visto instantáneamente por millones de personas.
Fue por eso por lo que el avispado productor Joel Silver (sí, ha habido más nombres de oro en Hollywood que Harvey Weinstein) le ofreció en el 2005 rodar un remake del clásico del terror Los crímenes del museo de cera (André de Toth, 1953). El resultado, La casa de cera, aunque fue objeto de escarnio por contar entre su reparto con la por entonces omnipresente Paris Hilton, funcionó suficientemente bien como para demostrar que Collet-Serra respondía a un perfil muy valorado desde siempre por los estudios, el de un director profesional, eficaz, capaz de rodar bien, a tiempo, sin salirse de presupuesto y garantizando resultados en taquilla. O sea, el tipo de películas que verdaderamente sostienen una industria y permiten que de vez en cuando surjan las otras cintas más grandes que la vida.
Las películas que funcionan
Así, su filmografía comenzó a llenarse con títulos que respondían perfectamente al espíritu de la serie "B" de toda la vida, que aunque a veces fueran tramposas en su resolución demostraban siempre que quien estaba al frente conocía bien su oficio. La huérfana (2009), tras el encargo ¡Goool 2! Viviendo el sueño (2007), aunque filmada en Estados Unidos, se insertó perfectamente en el pequeño boom del cine de terror firmado por los nuevos creadores españoles.
Pero fue con Sin identidad (2011) cuando se encontró con el actor con el que haría el tándem perfecto: Liam Neeson. Neeson, tras lograr el prestigio por grandes papeles como el de La lista de Schindler (Steven Spielberg, 1993), se encuentra ahora cómodamente instalado en producciones medias de acción en las que suele interpretar a un hombre más o menos corriente que se ve obligado a arremangarse y enfrentarse a mafiosos y criminales de toda índole, normalmente para salvar a alguien cercano, un rol que acuñó con Venganza (Pierre Morel, 2008). Su primera colaboración con el español, que filmaba con eficacia un guión que habría hecho las delicias de Hitckcock, se saldó con un rotundo primer puesto en taquilla.
Desde entonces, Neeson ha vuelto a trabajar con Collet-Serra, secundado por actores de la talla de Julianne Moore, Ed Harris, Vera Farmiga, Diane Kruger, Bruno Ganz, Frank Langella o Sam Neill, en Non-Stop (Sin escalas) (2014), Una noche para sobrevivir (2015) y, ahora, El pasajero, que por lo pronto ya se ha aupado al tercer puesto de la taquilla estadounidense en su primer fin de semana. Entre medias, se ha enfrentado a retos como Infierno azul (2016), una cinta rodada en el mar donde Blake Lively se enfrentaba al acoso de un tiburón con muy malas intenciones.
Paralelamente, ha creado su propia productora, con la que ha dado oportunidad a otros directores, entre ellos varios españoles, y el año pasado se compró una bonita mansión en la zona más exclusiva de Los Ángeles. No está mal para alguien casi desconocido en España; quizá sea porque, en el fondo, a lo máximo que aspira es a firmar películas entretenidas que funcionen bien en taquilla. Y claro, hay quien piensa que eso, que es lo que ha llenado las salas desde que éstas existen, no es cine.