Miguel A. Delgado
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Si hoy es 5 de agosto, toca hablar de Marilyn. En el mes de la tradicional sequía informativa, hay efemérides que son como oasis para las sufridas redacciones. Mañana será Hiroshima (Nagasaki demostró que incluso en las tragedias casi nadie recuerda al segundo), y el 16 tocará de nuevo recordar la muerte de Elvis Presley. Los plasmas y los televisores 4K se llenarán otra vez de añejas imágenes en blanco y negro, pastel y technicolor, mostrándonos de nuevo los iconos que todos hemos interiorizado.

En el caso de Marilyn, volveremos a ver escenas de sus interpretaciones en Con faldas y a lo loco o Los caballeros las prefieren rubias, el inmortal alzamiento de falda de La tentación vive arriba, su desnudo en Playboy o algún melancólico fotograma de su último largometraje finalizado, Vidas rebeldes, junto a otras dos estrellas de Hollywood que también enfrentaban su ocaso, Clark Gable (quien fallecería antes del estreno) y Montgomery Clift.

Con Clark Gable en Vidas rebeldes, su última cinta (John Huston, 1961)

Las piezas de los informativos, sin embargo, no dudarán en mezclar los diamantes, el glamour, las lentejuelas, las curvas de vértigo de la actriz, con olores y texturas más sórdidas. Volveremos a oír hablar de su madre desequilibrada y de su falta de padre, lo que hizo que la pequeña Norma Jeane Mortenson, luego Baker, nacida en Los Ángeles en 1926, pasara su infancia de una familia de acogida a otra (en una de ellas sufriría una violación cuando sólo tenía ocho años).

Bailó con la inestabilidad

Recordaremos de nuevo cómo sus inseguridades, su búsqueda constante de cariño, sus graves problemas psicológicos, agravados por la presión de la fama, la sumieron en una adicción a los barbitúricos y el alcohol de efectos funestos, como demuestra el relato que Billy Wilder hizo del calvario que supuso rodar con ella Con faldas y a lo loco, cuando su incapacidad para concentrarse le llevaba a tener que repetir decenas de veces las escenas.

También será el momento de hablar de sus maridos. Descontado el primero, un compañero de fábrica con el que se casó a los dieciséis años sólo para evitar que la mandaran a un orfanato, y del que se divorció pocos meses después, nos quedan otros dos. Y no son dos cualquieras: puede que Marilyn no diera el tipo para ser la novia de América, pero sí que se emparejó con dos poderosos iconos masculinos que encarnaban las dos almas del país: Joe DiMaggio, el jugador de béisbol que había logrado un estatus de estrella y despertaba el fervor de decenas de miles de personas en los estadios; y Arthur Miller, el producto más destilado de la intelectualidad izquierdista y elitista de la Costa Este.

La tumba de Marilyn Monroe en el Westwood Village Memorial Park, en Los Ángeles Library of Congress

Con ninguno de ellos logró alcanzar la estabilidad. Los dos matrimonios terminaron al poco tiempo, aunque DiMaggio se mantuvo en contacto con ella, e incluso siguió acudiendo en su rescate cuando todos los demás le fallaban. Con Miller buscó profundizar en su deseo de superar su complejo de inferioridad intelectual, ocasionada por su falta de estudios, y su desesperación por demostrar que bajo aquel impresionante cuerpo habitaba una verdadera actriz. Pero consiguió pocos papeles que se lo permitieran, y cuando los tuvo, a pesar del apoyo decidido de su profesor Lee Strasberg, quien tenía una gran fe en ella, apenas obtuvo el reconocimiento al que aspiraba.

El retrato superficial de una mujer real

Y claro, volveremos a verla enfundada en su vestido brillante, el mismo que recientemente fue subastado, susurrándole el Happy birthday más sensual al presidente Kennedy. Sabremos de nuevo de sus oscuras relaciones con los dos hermanos, John Fitzgerald y Bobby, y eso nos conducirá inexorablemente a los detalles de su extraño suicidio en 1962, cuya investigación estuvo llena de irregularidades, y que ha hecho correr desde entonces ríos de tinta apuntando a las más altas esferas del poder, tanto el visible como el que se esconde tras las sombras de la delincuencia organizada.

En Con faldas y a lo loco (Billy Wilder, 1959)

Al final, lo que quedan son las distintas Marilyn construidas con el tiempo. Una es la evidente, llena de lujo, erotismo y glamour y con la que todas las nuevas estrellas quieren medirse. Otras surgieron en cierta forma como reacción, como las que quieren retratarla como una intelectual oculta a la que no dejaron mostrar su talento.

Pero quizá el retrato más cercano siga siendo el que hizo de ella su gran amigo Truman Capote en el inolvidable artículo ‘Una adorable criatura’, incluido en su antología Música para camaleones. No en vano, se inspiró en ella para crear la Holly Golightly de su novela Desayuno en Tiffany's. Luego, montó en cólera cuando en la adaptación cinematográfica el personaje se lo dieron a Audrey Hepburn. Lástima, porque de haberse salido con la suya y el papel lo hubiera interpretado su amiga, quiza la pieza del informativo de hoy se cerraría con una imagen mucho más cercana a la verdadera Marilyn Monroe.