El 1 de mayo de 1976, Lluís Homar corría delante de los grises en una manifestación anarquista. Se refugiaba en un aparcamiento para “evitar las pelotas de goma y los palos”. No sabía que en la otra punta de la ciudad se votaba su entrada en el Teatro Lliure, la compañía independiente que fundó y que supuso la renovación y la revolución de la escena catalana y española en una época que todavía sangraba las heridas de la dictadura, pero en la que se comenzaba a respirar libertad. Todavía quedaba mucho por hacer, y ellos lo sabían bien. Por eso, y en forma de cooperativa, se asociaron para hacer cosas que antes no se habían visto, como reinterpretar los clásicos en lengua catalana.
La idea era clara, crear un teatro que se alejara de lo vivido hasta ese momento, de la tradición franquista que había soterrado la creatividad y la había convertido en clandestina. Muchos descubrieron el teatro en Cataluña con el Lliure. Entre sus miembros fundadores se encontraba ese joven Lluís Homar que no se esperaba que aquel chaval que interpretó Tierra Baja en los Lluisos pudiera estar viviendo aquello. “Me ofrecen ser el miembro más joven de Lliure y yo levitaba. Me levantaba por las mañanas soñando, era más de lo que yo podía soñar y estaba a punto de pasar. Ese primer año supuso vivir el teatro desde las 9 de la mañana a la 1 de la madrugada todos los días, fue maravilloso, y era en 1976, Franco había muerto en noviembre de 1975 y estaba todo por hacer. Yo tenía una gran dosis de entusiasmo en reserva. Ahora en todo este tiempo hemos vivido ya el desencanto, pero en esos tiempos nos comíamos el mundo. Después de cuarenta años de estar apretados y oprimidos vives un momento de expansión, y encima me cogió con 19 años”, recuerda Homar sobre esos primeros compases de libertad.
El actor habla sobre sus más de cuarenta años de carrera en Ahora empieza todo (Now Books), un libro “que no diría que son unas memorias”, pero con el que quiere “ser útil” ahora que, cumplidos los 60 años comienza a “entender de qué va esto de la vida”. Atrás quedaron esos tiempos en los que sólo tenía la mirada puesta en convertirse en Marlon Brando, su ídolo, al que de vez en cuando todavía persigue. También esa adolescencia en la que con 15 años entró en el grupo teatral de Àngel Carmona para llevar el teatro a los barrios más desfavorecidos y generar debate “ sobre temas como los derechos de los trabajadores o la clandestinidad antifranquista”.
Ahora es todo más perverso y es más difícil encontrar el punto de lo que reivindicar. En ese sentido la crisis nos ha sacudido tanto a todos que el problema es que a lo mejor no llegas a final de mes
Como actor ha vivido el franquismo, la transición y la democracia, una época en la que el teatro ha perdido esa mordiente que vivió en los años setenta. “Cuando yo empecé trabajábamos sin dinero y hemos perdido esa sensación de acogerse a valores que van más allá de lo material. Esto cotiza poco ahora y está más allá de lo medible. Y a nivel social vivíamos en una época en la que era más fácil porque el enemigo era mucho más fácil, era una dictadura, y ahora también hay enemigos claros, y en ese sentido pienso en los amigos de Animalario, que hicieron una labor de denuncia social muy importante de la que todavía están pagando las consecuencias. Se está pagando esa factura. Ahora es todo más perverso y es más difícil encontrar el punto de lo que reivindicar. En ese sentido la crisis nos ha sacudido tanto a todos que el problema es que a lo mejor no llegas a final de mes. Eso ha hecho que nos hayamos dispersado, pero es algo que hay que solucionar”, dice Homar.
Exorcismo escrito
Un libro que tiene mucho de exorcismo. De echar fuera los demonios interiores del actor, que se mueve en “un una mezcla de ego e inseguridad”. “Yo también tengo un ego muy grande, uno alimenta a lo otro”, dice Lluís Homar a EL ESPAÑOL y recuerda esa juventud en la que “quería ser el mejor del mundo”. “Era madame cursillos, me fui a Nueva York a estudiar, hacía clases de acrobacia, de danza, yo una vez no fui a recoger un premio porque pensaba que no lo merecía, era consecuente, pero dejaba de lado lo más importante que era yo mismo”, asegura.
Era madame cursillos, me fui a Nueva York a estudiar, hacía clases de acrobacia, de danza, era consecuente, pero dejaba de lado lo más importante que era yo mismo
Una cura de humildad que viene muy pegada a su paternidad, un hecho que le conectó con “algo real e inmediato que no tiene nada que ver con tus aspiraciones y te pone en el aquí y en el ahora”. “Fue un despertador, y luego hay que seguir buscando los mecanismos para estar despiertos. Los hijos y la persona con las que decidí tenerlos, Cristina, supusieron tener por primera vez un proyecto no profesional, un proyecto de vida”, explica Homar.
En el Teatro Lliure vivió su crecimiento profesional, y también su primer batacazo. Por primera vez estuvo “en el abismo”. Tras seis años como director, una palabra “que ni yo me creía” el proyecto que le vio nacer y crecer decidió prescindir de él tras “problemas muy gordos con las personas que yo había trabajado tantos años”. Quizás por ello no se plantea dirigir un teatro público, aunque tiene claro que siempre mejor el concurso público “que a dedo”.
Los dos batacazos
En Ahora empieza todo Lluís Homar explica la importancia que dio al reconocimiento de los demás, se llamara Lluis Pasqual o Pedro Almodóvar, “siempre he buscado figuras importantes”, confiesa a este periódico. Con ambos vivió un proceso de conexión que luego fue de desconexión. “Cuando eso ha pasado han sido situaciones muy difíciles, porque yo pensaba: si tú eres alguien muy importante y tú crees que yo soy, yo soy. ¿Y qué pasa cuando dejan de pensar eso?, son invitaciones que te pone la vida para que apeles por ti mismo. Es muy cómodo que te digan lo bien que lo haces, el premio más importante es el que se puede dar uno mismo, no desde la vanidad sino siendo generoso con uno mismo”, argumenta.
Viví un infierno, pero no porque él fuera un demonio y yo un ángel, yo era mi propio infierno también, porque yo tenía casi un altar de él. Ahora ya he aprendido que nadie es más que nadie
La salida del Lliure le coincidió con la crisis de los cuarenta, y pensaba que fuera de esa zona de confort “no había nada para mí”. “Lo que pasa siempre cuando vienen las grandes debacles, aunque eso te das cuenta después, es que algo se está construyendo después”, añade. En este primer batacazo fue José Luis Gómez, actor y director de Teatro de la Abadía. En el caso de Almodóvar fueron los papeles que le ofrecen Silvia Quer en la TV Movie 23-F: el día más difícil del rey y Emilio Aragón en Pájaros de papel. La promoción de su libro ha estado salpicada por los detalles del capítulo que dedica al director manchego, con el que llegó a vivir “un infierno” rodando Los abrazos rotos, y al que se llegó a enfrentar tras escuchar tanto 'No' en el rodaje. En sus páginas también le agradece su secundario en La mala educación, “uno de los papeles más bonitos que he hecho”, cuenta.
Un desencuentro plasmado en esas hojas, pero que él ha querido aclarar. “Se ha malinterpretado que yo he dicho que viví un infierno, pero no porque él fuera un demonio y yo un ángel, yo era mi propio infierno también, porque yo tenía casi un altar de él, y eso forma parte de mi manera de relacionarme buscando la verticalidad, ahora ya he aprendido que nadie es más que nadie, eso era un problema tanto de él como mío. Le agradezco muchísimas cosas, he hecho películas por haber trabajado con él. En Los abrazos rotos no me gusta lo que hago, como no le gusta a él lo que hago. Era difícil, porque yo tenía que ser él, él se tenía que ver reflejado en mí, y no se produjo ese encuentro, y ya sabemos todos que Pedro es muy exigente, fue un momento difícil”, apunta Lluís Homar que entona el mea culpa por no haber ido a hablar después del rodaje con él. “Creo que era el miedo a que me dijera algo, pero por eso creo que soy corresponsable”, dice con esa sensación ya superada. Hasta ha ido a ver y ha quedado seducido por Julieta tras una penitencia de no ver sus dos títulos anteriores.
Papeles que marcan, en lo bueno y en lo malo, y que a Lluís Homar - que estuvo en la quiniela para hacer el papel de Mar Adentro que luego dio el Goya a Javier Bardem- le han servido en ese exorcismo que ahora tiene forma de libro y en el que asegura que, aunque no tenga la clave, por fin sabe lo que quiere.